El pasado 22 de noviembre, como todos sabemos, fue el Día de la Música, en honor y recuerdo de Santa Cecilia, mártir, que fue degollada allá en Roma por el año 200 de nuestra era. Aunque no hay documentos, la fe católica sostiene que la joven podía ver a su “ángel de la guarda” y que había entregado su virginidad a Dios. A pesar de su promesa, su padre la obligó a casarse con Valeriano y según la tradición, durante la boda mientras los músicos tocaban, ella le cantaba a Dios en su corazón.
Cecilia fue llevada a juicio y condenada por no jurar su fe a dioses paganos. La encerraron en un baño e intentaron asesinarla sofocándola, pero a pesar de que los verdugos avivaban el fuego con mucha leña, seguía escuchándose su canto. Cuando abrieron la puerta ella estaba ilesa. Finalmente, la mandaron a decapitar.
Según los investigadores religiosos el hecho más probable para que se la relacione con la música es porque desde muy joven y de acuerdo con las costumbres y tradiciones de las familias patricias romanas, Cecilia debió iniciarse y tocar algún instrumento musical, probablemente la lira, la cítara o algún tipo de arpa de las utilizadas por las damas de la sociedad romana.
Fue en 1594 cuando el papa Gregorio XIII la beatificó y desde entonces se viene celebrando el 22 de noviembre como el Día de la Música.
Ese día, entonces, en el programa de radio en el que participo, hablamos entonces de la música y alguien nos preguntó por qué la música del folclore cuyano tiene tan poca difusión en el país. Recordamos que alguna vez la tuvo, y mucho, cuando Hilario Cuadro y los suyos, o Félix Dardo Palorma, o Carlos Montbrum Ocampo o Antonio Tormo eran famosísimos en todos lados por actuar en programas de radio de Buenos Aires de difusión nacional.
Después, es cierto, se fue diluyendo. Se dice que esta licuación ocurrió porque mermaron las invitaciones al Festival de Cosquín, el encuentro folclórico más importante del país, ya que a Julio Marbiz, director entonces de ese encuentro, la cuyana le parecía una música triste.
De ser así... no es así. La música cuyana descansa en cuatro géneros básicos: la tonada, la cueca, el gato y el vals. En otros tiempos se escuchó mucha refalosa y sajuriana, y también se le dio albergue a la zamba y a la chacarera. Pero los otro cuatro se mantuvieron como ritmos fundamentales de la zona de Cuyo. Tanto la cueca como el gato son festivos. No va a encontrar usted un gato protestón, melancólico, triste; al contrario, le apunta al país de la alegría y le pega de lleno. Es cierto que la tonada es melancólica, pero hermosa. Una de las únicas canciones del acerbo folclórico argentino que nació para ser escuchada porque la tonada es uno de los géneros folclóricos que no se baila.
Yo he tenido oportunidad de ir a Cosquín con Pocho Sosa y nos ha emocionado la forma en que el público recibe a nuestra música. Muchas de nuestras canciones son conocidas por compatriotas de distintos lugares del país. Los he visto cantar y hacer palmas hasta cansarse.
Pero tal vez sería bueno hacer lo que hicieron músicos del Litoral con sus géneros folclóricos, unieron esfuerzos y talentos para impulsarlos y les dio resultado: el folclore del río se hizo referente nacional.
Tal vez sería bueno que, impulsado por los organismos oficiales especializados en el tema, los de aquí hiciéramos lo mismo y le diéramos al canto de los cuyanos la proyección que se merece.
Porque estoy seguro que de conocerla, hasta Santa Cecilia se prendería con Cochero ’e plaza.