Hace unos días falleció el expresidente de la República, doctor Fernando de la Rúa. De inmediato, mientras se realizaba el velatorio, muchos argentinos comenzaron a evaluar positivamente la figura de ese hombre, que con mayores o menores dificultades, y con mínimo apoyo, a pesar de haber sido ungido con casi el cincuenta por ciento de los votos, pero “con buenas intenciones y honestamente” condujo como pudo en tiempos más que difíciles este complicado país, durante un trunco mandato.
Esto incluyó a muchos comunicadores de radio, TV, y medios gráficos, que en su momento lo habían destratado y maltratado, presentando a mi modo incorrectamente, viejos registros que llegaron a poner en ridículo la figura presidencial, que gustando o no, debía obligatoriamente ser respetada por su investidura. Es que así somos los argentinos. Complicados. La muerte es una lupa. Agranda lo positivo de los que ya no están.
Lo mismo ocurrió con los exmandatarios Illia y Alfonsín, cuyos reconocimientos se potenciaron con sus muertes.
Y también había ocurrido con uno de los Padres de la Patria, Manuel Belgrano, quien después de haber cumplido como pocos, murió solo, triste, pobre y enfermo.
Así también pasó con el doctor René Favaloro, un fuera de serie, a quien no se le brindó el apoyo necesario en vida para afianzar su magnífica obra, mientras que hoy su fundación recibe ayuda de múltiples fuentes, pero el ya no está para verlo y disfrutarlo.
Opino que debemos dedicar más de nuestro tiempo a tratar de ver en vida las cualidades de los hacedores, y no esperar para destacar sus valores a que esas personas ya no estén y no puedan conocer esa valoración.
Debemos considerar que son seres humanos con virtudes y defectos, aciertos y equivocaciones. Por el bien de nuestra República.
Daniel Sadofschi
Contador Público Nacional