Desde las primeras horas de la mañana de ayer comenzó á circular el siniestro rumor de que había sido cometido un crimen en el departamento de Guaimallén, señalándose la víctima en la persona de un modesto y conocido agricultor, entregado hoy al cultivo de la viña y la fabricación de vinos, don Casimiro Iturralde, español, hombre como de cincuenta años de edad, honrado á carta cabal, y laborioso hasta la escrupulosidad, uno de aquellos caracteres buenos que cumplen la ley del trabajo y la encuentran una necesidad de su espíritu. Ejemplares valiosos que estimulan la constancia de los demás, que imponiéndose la misión de formar y constituir una familia, le dedican sus esfuerzos y no ahorran sacrificios para dejarla -cuando el tiempo les marca que ha sonado la hora de dar cumplida su misión sobre la tierra- rodeada de relativo bienestar, que le asegure la tranquilidad y el hogar.
Todo éso, pues, que constituye el tipo, la fisonomía moral de la víctima, servirá no solamente de introducción á esta noticia, si no de miraje al lector para calcular cuánto mas negro y funesto es el crimen que priva á la sociedad en general de uno de sus miembros, bueno, útil aunque modesto.
Al tenerse conocimiento del rumor en nuestra redacción ayer, á las primeras horas de la mañana, procuramos confirmarlo por indagaciones, que sin darnos detalles nos hicieron adquirir la certidumbre del hecho.
Una hora mas tarde vimos al señor Juez de Instrucción doctor Quiroga, buscar con apuro al médico de tribunales doctor Villar y al secretario del Juzgado, y con este motivo uno de los redactores de Los ANDES y nuestro administrador se apresuraron á ir inmediatamente al lugar del suceso, á donde efectivamente llegaron minutos antes que el señor Juez, pudiendo con este funcionario, después que practicó las diligencias preliminares, entrar nuestros compañeros al teatro del crimen y darse cuenta de la maldad que allí se había cometido. (...)
En las habitaciones
Por el corredor penetramos á una pequeña pieza, la primera en donde la huella del robo había quedado impresa.
Había allí dos armarios vaciados completamente; y vaciada también una caja, las ropas, al parecer, no fueron tocadas, es decir no fueron el objeto del robo; pues había mucha ropa, nueva, y de buena clase.
De esta pieza se pasaba al dormitorio, contiguo, y unido por una entrada sin puerta, en el dormitorio había cuatro camas, una de niño pequeño; tres estaban vacías.
En la cama matrimonial se veía el bulto informe de cuerpos humanos, cubiertos con las ropas, y sobre estas, papeles, cartas, notas de comercio, etc.
Habíamos dicho la víctima, siguiendo la sugestión abstracta de un delito: eran dos las víctimas, el señor Iturralde y su esposa doña Francisca Guzmán.
Al levantar los cobertores, aparecieron los dos cadáveres, ya en el periodo de la rigidez.
El espectáculo era horrible, é impresionaba, dolorosamente.
Ambos esposos, recostados sobre el lado derecho, reclinaban sus cabezas diformes sobre las almohadas ensangrentadas.
En ellos no se divisaban facciones; una hinchazón enorme lo abarcaba todo, pues parece que los dos formidables golpes que los ultimaron, cayeron con fuerza y pulso certero, á un tiempo sobre el lado izquierdo de ambas cabezas.
Allí no pudo haber lucha; ni siquiera la sorpresa de la muerte ha marcado su huella de espanto en aquellos rostros informes, aunque tal vez por movimiento nervioso y espontáneo, el marido tenía el pie derecho medio salido de la cama, y la esposa su brazo izquierdo fuera de las sábanas, con un golpe horrible en una mano y quebrado uno de los dedos.
Pero ella estaba recostada sobre su brazo derecho, y con la mano naturalmente puesta cerca del rostro; una gran masa de sesos y de sangre le bañaba la faz; y el conjunto de ambos cadáveres, allí solos, recostados uno junto al otro, revelando en esa posición de descanso el descuido y la confianza de quien no teme, de quien no espera un hecho tal; ese grupo de esposos, de ejemplar conducta, muertos allí los dos y sacrificados á la fría y calculada maldad de sus victimarios, traía al espíritu consideraciones tristísimas, y provocaba esa sensación de frío y de terror que eriza el cabello, é involuntariamente obliga a pensar con espanto en la propia seguridad. (...)
Algunas consideraciones
En presencia de este bárbaro crimen, no puede menos de sentirse alarmada la sociedad.
El hecho que ha revestido todos los caracteres del reciente asesinato de Patiño, viene á comprobar quo existe una gavilla de bandidos organizada para dar golpes de la naturaleza del que nos ocupa.
Bandidos, hemos dicho, porque no otro calificativo se puede aplicar á los que parece que han adoptado el garrote como arma, y obedecen á un plan preconcebido de asesinar por el móvil del robo exclusivamente, y de una manera determinada.
Dos han debido ser los asesinos de los esposos Iturralde, y sus cómplices quién sabe cuántos.
El crimen ofrece una nueva faz, y es que no se roba ya sin dar muerte á todos los moradores de una casa. (...)
Se debe reaccionar, y lo que está sucediendo son las crueles lecciones de la experiencia, en el seno de nuestra sociedad que se encuentra sin garantías.