Los argentinos nos preguntamos diariamente ¿qué nos ha pasado, por qué tenemos tanta mala suerte con los gobiernos, por qué nos frustramos desde hace décadas, por qué cada diez años tenemos una crisis política y económica, por qué el kirchnerismo nos hizo tanto daño y aun subsiste disminuido a su mínima expresión? Respondo sin dudas: ¡porque nos mienten siempre, con algunas excepciones; porque muchos roban y se quedan con el patrimonio nacional; porque nos defraudan y siguen actuando como salvadores de la patria! A modo de falsa justificación, escuchamos “sucede que somos una democracia nueva” y por ende “recién estamos empezando a conocerla”... y sigue la mentira atroz. EEUU, una de las democracias más sólidas del mundo apenas tiene 34 años de libertad más que nosotros. La revolución de Maryland es del 4 de julio de 1776 y la nuestra del 25 de mayo de 1810. Hace 240 años que en EEUU cada presidente le transmite la banda a otro elegido. Aquí apenas desde 1983 y la “gran presidente Cristina, que se dice nacional y popular”, se negó a entregarle el poder y la banda presidencial a Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2015. El mundo nos vio como una republiqueta bananera. ¿No lo habremos logrado?
Con el sistema de elecciones vigente nuestros presidentes solo gobiernan para los comicios y están en permanente campaña, con lo que poco y nada pueden gobernar. Es imprescindible unificar los comicios cada cuatro años.
Y además, mienten
Mienten durante las campañas, mienten en el transcurso de sus gobiernos, mienten después de terminados sus mandatos, ¡mienten siempre porque rechazan y ocultan la verdad! Un caso emblemático fue el de Carlos Menem cuando dijo que si hubiera dicho la verdad no hubiera sido elegido. La verdad generalmente es dolorosa. Es difícil que un candidato le diga al pueblo, luego de transcurrido un pésimo gobierno anterior, que le esperan días de sacrificios, estrecheces y angustias. Para ganar una elección o disputar el gobierno, es más rentable pintar una mentira. Y cuando los problemas lleguen, inexorablemente la realidad se impondrá sobre la mentira y el reproche al gobernante será muy duro, porque se acompañará con la pérdida del gobierno y del poder.
Decir la verdad no necesariamente debe serlo con pesimismo. Si se anexan las medidas a tomar con veracidad y fundadas razonablemente, los gobernados verán la luz en el futuro. Fue famosa la frase del primer ministro inglés Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes el 13 de mayo de 1940, recién comenzada la Segunda Guerra Mundial: “No puedo ofrecerles nada más que sangre, sacrificios, lágrimas y sudor”. Y así el pueblo inglés se preparó para sufrir y vencer, como finalmente lo hizo.
Las promesas de campaña son rosarios de mentiras. Se expresan como enunciados de lo que se hará en el gobierno y quizá se cumplan en un 10%, o menos. Debería exigirse a los políticos que digan con qué fondos del presupuesto, que tienen la obligación de conocer, con qué instrumentos y cómo van a cumplir las promesas, y si así no lo hicieran, que la Patria se los demande. Cristina Kirchner prometió en sus innumerables relatos por cadena nacional, todo lo que iba a hacer a favor del país y de los más necesitados: “Crecimiento con inclusión social”. Conocemos la “herencia” increíble que nos dejó demostrando su cúmulo de mentiras. Solo los fanáticos brancatelistas creen todavía que fue el mejor gobierno de la historia, lo que prueba el poder de penetración de la mentira repetida durante años.
¿La verdad ahuyenta votos?
En nuestra vida cotidiana exigimos que se nos diga la verdad y más cuando lo que se nos informa es grave. ¡Es tan cierto el dicho popular “la mentira tiene patas cortas”! Por una ley sociológica no escrita e inexorable, más temprano que tarde la verdad fluye de manera sorprendente. Pensemos en los hechos de la realidad. Los engaños en nuestras relaciones amistosas, familiares, amorosas, matrimoniales, siempre se terminan conociendo con las consecuencias desastrosas que producen y experimentamos. En los negocios las mentiras suelen ocasionar desastres económicos irreparables. En los hechos delictuales y con jueces responsables, las mentiras de los imputados sucumben ante el peso de las pruebas contundentes o las presunciones precisas, graves y concordantes. Y en las relaciones amorosas, con la separación y a veces, el homicidio del infiel.
Dado el espacio limitado de esta columna, me referiré a uno de los engaños políticos más escandalosos de nuestra historia. Néstor asumió la presidencia el 10 de diciembre de 2003 anunciando que concretaría las auténticas convicciones de su vida en beneficio del pueblo. Hizo desaparecer inexplicablemente 600 millones de dólares de la Provincia de Santa Cruz en bancos del extranjero, sobre los que nunca rindió cuentas. Transformó a choferes, empleados de banco y jardineros en multimillonarios empresarios que, se sospecha fuertemente, serían sus socios o testaferros. Trasladó a funcionarios de su gobierno en Santa Cruz a Buenos Aires, los hizo partes de su gobierno nacional y hoy varios están presos o procesados. Cristina, a partir del 2007, siguió un sendero parecido y, sin actividades particulares adquirió hoteles, casas, departamentos, ingresos que multiplicaron en l.200% su patrimonio, asociándose presumiblemente con Lázaro Báez, preso, y Cristóbal López, quizá por estarlo, y seguramente otros. Cinco millones de dólares en poder de su hija, que nunca trabajó, en un banco, para eludir un embargo de 15 millones de pesos. En todos los procesos que se le siguen, afirma que se trata de “persecuciones políticas de Macri”, pero jamás explica la verdad de los hechos y que los delitos no son tales. Y las mentiras siguen desde los atriles pospresidenciales.
Todo se sabe, nada queda oculto. Entonces, decir la verdad en forma clara y honesta no ahuyenta votos. ¿No sería bueno que los políticos, de aquí en más, prueben de hacerlo en sus futuras campañas y en el ejercicio de sus funciones, y se sancionara con el rechazo comicial a los que mientan?
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.