La Mendoza que despidió 1917

Hace 100 años, las costumbres eran distintas. Pero en algunos aspectos, que reflejaban los medios de aquellos años, aún podemos reconocernos

La Mendoza que despidió 1917
La Mendoza que despidió 1917

Por tradición hispana, gran parte del Nuevo Mundo fue cristiano y católico, credo reforzado en la Argentina a través de la inmigración tanto española como italiana.

Las creencias vistieron, con altarcitos improvisados, los humildes ranchos de una sociedad que respiraba fe entre caminos de muerte y desierto. El gaucho transitó todo el siglo XIX llevando consigo un rosario y un facón.

Sobre estos cimientos se levantaron las generaciones siguientes de argentinos y Mendoza no estuvo lejos de esta generalidad. Como señala Yolanda C. de Draghi Lucero, "la devoción que el pueblo mendocino demostró siempre a la fiesta de Navidad y al Pesebre de Belén, se remonta a épocas muy lejanas (...), el 24 de diciembre era esperado con verdadero regocijo". Hace exactamente cien años estas palabras tomaban cuerpo a través de las crónicas publicadas por Los Andes.

Durante todo 1917 las novedades sobre la Primera Guerra Mundial ocuparon un enorme espacio en los periódicos. Principalmente interesaba el futuro del zar Nicolás II y los rumores de intentos de fuga se tejían permanentemente. Lamentablemente, como sabemos, jamás logró escapar y terminó siendo ejecutado con toda su familia.

Conforme avanzaba el año los mendocinos disfrutaban de diversas actividades multitudinarias. Los días jueves, por ejemplo, se realizaba un corso en el Parque General San Martín, a cargo de la Banda de la Policía. Mientras, la ebullición política de una democracia joven podía medirse en las calles. José Néstor Lencinas realizaba mítines en departamentos como Luján y Maipú, invitando a “jóvenes radicales de entre 18 y 25 años” a conocerlo en su rol de candidato a la gobernación.

Carentes de redes sociales, un apartado en el diario notificaba quiénes habían llegado a la provincia o estaban de viaje y quiénes se encontraban enfermos. No tenían nada que envidiarnos en materia de inseguridad: casi todos los días se hallaba un cadáver y los hurtos eran moneda corriente.

Increíblemente, hace cien años los mendocinos también nos movilizamos para defender a nuestra industria “estrella”. El presidente Hipólito Yrigoyen propuso una serie de nuevos impuestos al vino exaltando los ánimos. José Néstor Lencinas, por entonces diputado, se dirigió al primer mandatario a través de un memorial tratando de evitar tamaño atropello:

“A.S.E. el señor Presidente de la Nación (...). Teniendo en cuenta el proyecto del Presupuesto en la parte en que aumenta el impuesto al vino y justamente alarmada la provincia ante la perspectiva de la efectividad de esta medida, me dirijo a SE sometiéndole las siguientes informaciones y consideraciones tendientes a demostrar la inconveniencia evidente del aumento del impuesto al vino, y la palmaria injusticia que él sancionaría en particular para la provincia de Mendoza" (Los Andes, septiembre de 1917)

Aquel año, en Las Heras al 100 de Ciudad, Carlos Gardel se presentó por primera vez en Mendoza. Entre las canciones interpretadas estuvo Mi noche triste, tango que catapultó su carrera y marcó un hito en la historia musical.

Conforme avanzaba diciembre –del otro lado del mundo– las grandes nevadas europeas castigaban las trincheras, reportándose numerosos casos de hipotermia. En Mendoza no perdíamos detalle, haciendo hincapié en los argentinos combatientes de la Gran Guerra. Pero no sólo en el Viejo Mundo la pasaban mal. Entonces, como hoy, los achaques de fin de año se hacían notar. Para superarlos la gente recurría a medicamentos de venta libre.

Entre estos hallamos a las “Píldoras Rosadas del Dr. Williams” recomendadas para el “agotamiento de los nervios” y en general para casi cualquier dolencia o enfermedad. Sin duda alguna esta añeja industria farmacéutica nos remite a un pasaje de Cien años de soledad, en el que Gabriel García Márquez escribe: “Los médicos de la Compañía no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la lengua una píldora de color del piedralipe, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento”.

Unos días antes de la Nochebuena de 1917 se anunció bajo el título “Navidad para los pobres” la campaña de beneficencia del Club Gimnasia y Esgrima. Entregaron mil tarjetas a la Policía para que “los comisarios de sección las distribuyan a niños pobres, a fin de que puedan retirar el 25 del corriente $ 0,50 cada uno y un paquete de galletitas del local del centro”. Otros de estos membretes debían ser destinados al Asilo de Mendigos, mientras que “al colegio Don Bosco se le remitían 200 tarjetas para que las distribuyan a niños menesterosos”.

Por entonces,  $ 0,50 alcanzaban para comprar un kilo de carne de vaca o dos litros de vino. Paralelamente otros clubes de la provincia ocupaban titulares por motivos radicalmente distintos. Se discutía la necesidad de dar mayor libertad al Club Mendoza de Regatas, muy vinculado al gobierno local; mientras que el Club Sportivo Luján llamaba a elecciones para designar nuevas autoridades.

Otro de los grandes eventos de aquel fin de año tuvo lugar en Godoy Cruz, donde una comisión, compuesta exclusivamente por mujeres, organizó festejos en beneficio del Hospital del Carmen. Lograron obtener iluminación total de la plaza principal del departamento para esa noche y que el mismísimo gerente de Luz y Fuerza se comprometiese a proporcionar desde ese momento energía gratuita al hospital.

Por entonces el terreno de la beneficencia era uno de los pocos espacios en el que las mujeres podíamos desenvolvernos. Ese día se realizó una kermés con palcos, muchas flores y música de banda. En la ciudad, tanto el 24 a la noche como en vísperas del nuevo año, la calle San Martín se llenó de transeúntes, especialmente niños. Todos asistían a los numerosos espectáculos luego de la cena familiar. El festejo tenía un mayor tenor comunitario.

La mesa de los mendocinos era muy similar para estas fechas. Algunas casas comerciales vendían “canastas” o “cajones de fin de año” con “productos apropiados para las Fiestas”. Incluían: espumantes, pasas de uva, turrones, mazapán, frutas abrillantadas, diversos vinos, chocolates, pan dulce, confites y galletitas de primera marca.

Las compras generaban ya aglomeraciones e incomodidad: todo el mundo solía ir a último momento. Papá Noel aprovechaba las “grandes ventas de baratas” y entre los juguetes más pedidos por los niños mendocinos estaban el velocípedo –la bicicleta de entonces– y los “triciclos para niñas”. Ambos se lucían en la Alameda cada fin de semana.

Esta era la Mendoza que despidió a 1917. Una bastante lejana y diferente, pero en la que –en cierto modo– podemos reconocernos.

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