Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Tsukimi Ayano hizo por primera vez un espantapájaros cuando tenía 13 años para ahuyentar las aves de su jardín. Tsukimi ya tiene 65 años y vive en Nagoro, una aldea que se fue despoblando lentamente en el superpoblado Japón. Nagoro queda al sur de la isla y tiene 35 habitantes.
Perdió su población por las muertes pero, sobre todo, por el éxodo de los más jóvenes en busca de trabajo. Sólo quedaron las personas más viejas, tanto que Tsukimi es la habitante más joven. Ella nunca quiso irse, pero, poco a poco, la ganó la soledad. Entonces se le ocurrió darle a su pueblo la vida que le faltaba y comenzó a fabricar muñecos de tamaño real que ocuparan el lugar de los que se habían ido.
Ahora, hay 350 espantapájaros esparcidos por calles y edificios de Nagoro. Unos, fingen que caminan; otros, que trabajan; otros están sentados en el banco de la plaza; otros, niños, se trepan a árboles u ocupan los bancos de la escuela que cerró en 2012, cuando egresaron los dos últimos alumnos. La particular obra de la mujer ya atrae turistas de todo Japón, que van a recorrer la que ahora se conoce como “La aldea espantapájaros”, de la que se ha transformado en guía privilegiada.
Kunihisa Jone, en cambio, se empeñó en seguir plantando frutillas, viñedos, ciruelos, durazneros y tomates en su tierra de la colonia Andes, más conocida como la colonia “japonesa”, entre los pobladores de Jaime Prats, Real de Padre y General Alvear, en el sur mendocino.
Cuando Kunihisa llegó junto a sus padres y otras 23 familias en 1960 era apenas un niño y estaba todo por hacer. E hicieron tanto que, entre todos, llegaron a cosechar 1,5 millón de kilos de uva y 35.000 kilos de frutillas, que vendían en bodegas y fábricas de dulces de la zona. Ahora, no alcanzan a recolectar 8.000 kilos de uva.
Es que en la colonia apenas quedan cuatro de las 24 familias que hace 55 años llegaron como parte de un acuerdo entre los gobiernos de la Argentina y Japón. La mayoría de quienes emigraron con Kunihisa y sus descendientes decidieron partir hacia lugares donde hubiesen nuevas oportunidades.
La colonia Andes es sólo una de las 111 localidades de Mendoza que tienen menos de 2 mil habitantes. Un universo en el que se encuentran varias muy pequeñas, prácticamente arrasadas por la migración de sus pobladores como consecuencia de los efectos de políticas económicas, el azote del granizo y las heladas o la falta de incentivos.
Algunas de éstas han accedido a algún plan que intenta rescatarlas, como Carmensa (Alvear), Los Árboles (Rivadavia) y El Tropezón (San Rafael), que son parte del programa “Argentina Aparece” lanzado por la ONG Responde y apadrinado por empresas privadas. Carmensa, por caso, en su época de esplendor llegó a tener 8 mil habitantes y ahora apenas supera los 900, bastante más que El Tropezón o Los Árboles, que tienen menos de 400.
Acá cerca, de paso hacia Chile, tenemos ejemplos más tangibles para el grueso de los mendocinos y turistas. La villa Las Cuevas fue pensada por el primer gobierno de Juan Domingo Perón como un lugar estratégico en la frontera y ahora sólo tiene 7 habitantes, una cantidad similar a la vecina Punta de Vacas, que se ha reciclado como centro espiritual para los seguidores de Silo y como un asiento de Gendarmería Nacional.
Otros casos son Ñacuñán, donde viven unas 16 familias, que aún resiste gracias a que se ha potenciado la ruta provincial N° 153, que vincula al Este con el Sur mendocinos. En cambio, Guadales, Arístides Villanueva, Comandante Salas y Pichiciego, otros parajes del mismo eje, prácticamente murieron con el cierre del ramal del tren que unía el Sur con el Gran Mendoza.
Apenas si quedan ruinas de las viejas estaciones y hasta alguna locomotora detenida y desmantelada en las vías herrumbradas. En Bardas Blancas (Malargüe), en tanto, unas 60 personas continúan soñando con que los rescate un golpe de suerte de la minería o el petróleo o que alguna vez se haga realidad el corredor hacia Chile por el paso El Pehuenche.
Sólo un puñado de ejemplos tomados al azar en una Mendoza que se va deformando y avanza hacia una macrocefalia muy propia de América Latina. De acuerdo con la proyección de los datos del Censo 2010, 1.086.066 habitantes viven en los departamentos del Gran Mendoza, si incluimos entre ellos a Luján y Maipú. Es decir que más de 62% de los mendocinos reside en seis comunas mientras que en las otras doce se reparten las algo más de 655 mil personas que conforman el resto de la población provincial.
Este año superelectoral -fruto de las PA SO, las Generales y el desdoblamiento- sería una buena ocasión para que los candidatos trazaran una perspectiva de la Mendoza del futuro, con un desarrollo sostenible para todas las regiones, que brinde perspectivas a las ciudades más chicas, pero también a los pueblos y parajes más allá de eventuales boom de inversiones (como el que se registra en el Valle de Uco, por caso), de la mano de un plan estratégico integral.
Una manera, quizás, de evitar que acá también haya pueblitos habitados por espantapájaros.