Hace 203 años, en Tucumán, representantes de las Provincias Unidas (luego, Argentina) declaraban “solemnemente a la faz de la tierra” que la secesión estaba jugada: un nuevo país se investía como nación “independiente del rey Fernando VII” de España y comenzaba, al menos en los papeles, una andadura propia y soberana.
El peso histórico que esa declaración tuvo para nuestras tierras todos lo conocemos. Pero menos conocido es el clima social que se vivía en Mendoza, una ciudad separada por casi 1.000 kilómetros de aquella donde se firmaba esta declaración, pero tal vez más atenta que cualquier otra a lo que allí sucedía. ¿Qué pasaba en Mendoza a las puertas del Congreso de Tucumán?
Situación excepcional
El estado de la Provincia de Cuyo y su capital, Mendoza, en 1816 es de gran convulsión e incertidumbre. Todo ha cambiado desde 1810. La tranquilidad de este arrabal del Imperio Español (que ha sido el más grande del mundo, aunque ahora está en crisis) cambió en ese momento con las noticias del estallido revolucionario, llegadas de Buenos Aires. Pero el giro más importante se vio desde que en septiembre de 1814, José de San Martín asumió como gobernador.
El general ha intentado mostrar que se puede gobernar una provincia en la nación escindida de la monarquía española. Pero también está abocado a dar el golpe final para que ello se evidencie y por eso prepara expandir esa realidad política a Chile y a Perú. Como las fuerzas que darán ese golpe saldrán impulsadas desde la provincia que San Martín gobierna, esta ha recibido la afluencia de militares y facciones rebeladas contra el rey y venidas de Chile, donde España ha hecho caer el primer intento revolucionario.
Un incremento abrupto de población, gran presencia militar y un estado de efervescencia y temor, entonces, marcan la vida de este territorio en esos años. "Si pensamos como mendocinos de 1816, estamos en medio de la revolución y la guerra", explica la historiadora Oriana Pelagatti (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNCuyo e Instituto Nacional de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del Conicet).
Como explica la especialista, a Mendoza se le podía considerar una "ciudad militarizada". "En ese entonces se está formando el Ejército de los Andes. La campaña empezará en enero de 1817, así que en todo el tiempo anterior hay efervescencia. Antes de la guerra hay una cantidad importante de gente que no es local, sino que son los trajinantes, que vienen por la ruta comercial, y ese movimiento suma una cantidad importante", cuenta.
Mendoza, entonces, ha dejado de ser un lugar tranquilo. Llegan militares nacionales del Norte y de la Banda Oriental y llega un movimiento importante de Chile (de todas las condiciones, incluidos arrieros y sacerdotes). Además, la capital de Cuyo concentra a los llamados por las levas: todo varón adulto de Mendoza, San Juan y San Luis está obligado a enlistarse en el ejército. "La presión sobre la población adulta masculina es tan grande que hasta se ordena la compra de esclavos", cuenta Oriana Pelagatti.
Entre la campaña y la ciudad
Pero mientras todo esto sucede, hay una vida local que trata de seguir adelante. Como cuenta la historiadora del Conicet, "la sociedad de la región vive principalmente en la campaña, aunque también hay mucha actividad urbana". Esta vida urbana se da "no sólo en los alrededores de la ciudad en Mendoza, sino en lo que luego va a ser Godoy Cruz y se llama San Vicente. Ya se han separado los curatos o las parroquias de la matriz y allí también hay actividad".
La ciudad, como explica la historiadora, se conforma por "un conjunto de casas muy amplias, con patios, chacras y hasta establos". A esas casas, así como a conventos y otros lugares improvisados, es adonde llegará a alojarse el gran flujo de gente que la situación militar hace llegar a la capital de Cuyo.
Una sociedad variada
Como detalla Oriana Pelagatti, las relaciones sociales en la época están "atravesadas por el estatus, impuesto por la riqueza. Y eso marca formas de sociabilidad distintas". Por un lado, dice, "hay una sociedad agrícola, más cercana a los ritmos de la naturaleza. Además está la gente que desarrolla actividades agrícola-ganaderas. También las que trabajan en el procesamiento (molinos y bodegas) y muchos también son comerciantes.
Después hay ferias de artesanos y los diversos oficios: sastres, zapateros, carpinteros". El centro mendocino, en ese entonces, no es, por supuesto, ningún "kilómetro 0" y mucho menos, claro está, la plaza Independencia. Es el Cabildo, donde actualmente se alza el Museo del Área Fundacional, que fue destruido por el terremoto de 1861 y tenía frente a sí una plaza y conventos. "Los ritmos de la gente se mueven por las campanadas de la iglesia. Todo eso se ve reflejado en la vida de la plaza. Esta plaza tiene la fuente, de donde se saca el agua y propicia las relaciones sociales", detalla la historiadora.
Un pueblo recóndito con muchas actividades al aire libre
En La Alameda había un hotel. Se elaboraban helados y la gente se bañaba en el canal Tajamar. Bailes y fiestas.
Las relaciones sociales en la Mendoza de 1816, en la medida que la militarización lo permitía, seguía en pie. Había saraos (reuniones en salones) y fiestas a las que asistían varones y mujeres. "Mendoza era un pueblo recóndito del Imperio Español, pero era un espacio cuidado, y había muchas actividades al aire libre", señala Oriana. "El lugar de paseo, eso sí, no era la plaza sino la Alameda. Allí había un hotel, allí se elaboraban helados en la época del calor, y también en verano la gente se bañaba en el Tajamar" , explica. En tanto en invierno, época de la declaración de la Independencia, "había por supuesto menos actividades, pero sí se aprovechaban los días sociales ya que la Alameda permitía paseos y visibilidad".
Las celebraciones religiosas marcaban, también y en gran medida, el ritmo de la sociabilidad. "El calendario litúrgico se seguía en las celebraciones de Semana Santa o cuaresma, aunque también había otras fiestas populares", cuenta la historiadora. En tiempos en que persisten todavía celebraciones españolas (que serán reemplazadas luego por otras que las traducen y las cambias por fiestas de la nueva nación), estas actividades "obligan a mantener todo limpio y ordenado. Para fiestas como las del Patrono Santiago se incluyen desfiles de imágenes, un paseo con el pendón real, un desfile de autoridades y reuniones sociales".
Como ejemplo de que las celebraciones se hacían con esmero y seriedad, Oriana Pelagatti relata que "el libro de cuentas de la Cofradía del Santísimo Sacramento, que financia la fiesta del Corpus Christi, consigna el gasto de cera para oficios religiosos, pero también la traída de chilka (unas ramitas para fogatas), para iluminar la ciudad. Y menciona el pago al 'maestro cuetero', que se llamaba Santiago, y sabía usar pólvora para fuegos artificiales".
Por otra parte, en las fiestas populares, según Pelagatti, "había siempre música y danzas. También celebraciones teatrales, aunque no hubiera compañías bien establecidas". Y una muestra de que el Imperio Español ya había dejado huellas que ni siquiera la nueva nación borraría, está en que "se fabricaban escenografías para danzar piezas españolas, se hacían bailes de máscaras y hasta se hacían muchas veces corridas de toros en la plaza principal". Otra tradición era asistir a riñas de gallos, muy tradicionales y controladas por el cabildo.
Una región estratégica
Tras el estallido de la Revolución de Mayo (ante la cual, en principio, esta región reaccionó con mesura, a la espera de mayores definiciones), ha cambiado bastante la realidad de Mendoza. Esta región estaba administrada, hasta 1776, por la Capitanía General de Chile, parte del Virreinato del Perú. Pero, luego de los cambios administrativos ordenados por la corona española, se creó el Virreinato del Río de la Plata, y allí el Corregimiento de Cuyo pasó a depender de la intendencia de Córdoba del Tucumán.
Justamente, cuando en Chile se produce la primera revolución independentista en 1810, el Imperio Español reconquista su territorio y se cortan el comercio y las comunicaciones con la fracción aún rebelde del otro lado de la cordillera.
La incertidumbre, entonces, es mucha para los habitantes de este territorio: mientras ante sus ojos un ejército prepara sus armas para cruzar los Andes y reencender la revolución, los mendocinos también saben que desde aquel lado puede ingresar el ejército realista para recuperar el Virreinato, empezando por Cuyo. El propio general José de San Martín, en ese sentido, juega a la propaganda. A los suyos “les dice que van a venir los españoles, que son malísimos y les van a quitar todo. Del otro lado, los realistas dicen lo contrario. Hay un sistema de propaganda que utiliza la religión, así que se tratan de herejes mutuamente”, indica Pelagatti.