La máquina peronista de poner orden

El armado electoral oficialista tiene el sello del PJ: ante una orden presidencial, todos los que se sintieron aludidos se bajaron de las candidaturas y quedaron los más competitivos. El kirchnerismo puro, con La Cámpora, sólo suma fracasos electorales.

La máquina peronista de poner orden
La máquina peronista de poner orden

La máquina peronista de poner orden está funcionando a pleno, sin piedad y con eficacia abrumadora. Los gobernadores ya venían reclamando una limpieza de postulantes nacionales.

Aníbal Fernández bajó a la provincia de Buenos Aires para disciplinar una interna con demasiados aspirantes y avisó que se venía la reducción drástica de las ambiciones (no de la suya, que sigue intacta). Enseguida Cristina reclamó desde el trono un “baño de humildad”. Ese baño empapó pronto a todos los que debían ser empapados.

Es la ventaja de tener un jefe (jefa, en este caso) y ejecutores drásticos. La gente se pone rápido en fila. La democracia interna y el libre juego de las opiniones quedan para otro momento. Lo que viene es la disputa del poder. Puede sonar feo, o políticamente incorrecto. Pero hoy, acá y desde hace mucho tiempo, es lo que funciona.

Sucede esto mientras la oposición trepa lentamente la cuesta de su conformación electoral definitiva, al ritmo del desgajamiento continuo del Frente Renovador de Sergio Massa y la apropiación de algunos de esos espacios por parte de Mauricio Macri. La oposición va paso a paso. El oficialismo ya se subió a la moto.

El armado electoral oficialista reconoce el sello y el modo peronista. Ya sea por instinto feroz de la Presidenta o por simple prepotencia de trabajo, las lógicas peronistas impregnan esta construcción y el kirchnerismo puro va dentro de ella disimulado, casi camuflado.
Si La Cámpora es lo que entendemos como kirchnerismo puro, se comprende la conveniencia de recortarles el radio de acción en este asunto.

Los muchachos y las chicas de Máximo Kirchner son hábiles para ocupar espacios en la administración, en empresas públicas y directorios de bancos, en organismos con capacidad de coacción y en instancias legislativas desde las cuales se pueda tener bajo fuego a la Justicia. Todo eso se consigue por imposición del dedo mágico de la Presidenta. Pero en términos políticos son un regimiento que se está acostumbrando demasiado rápido a la derrota.

Pierden por igual elecciones internas y generales, en eso no le hacen asco a nada. Sus candidatos espantan todo voto que no sea propio y le pifian feo a la estrategia. El papelón que hicieron en la Capital después de la pobre elección primaria de Mariano Recalde, imponiendo a un digamos “pintoresco radical de muy reciente pasado antikirchnerista” como compañero de fórmula, es el último y más vivo ejemplo de las incapacidades de construcción electoral de ese sistema sectario, autorreferencial y perdedor.

Por eso Cristina, que en esta materia tuvo como maestro a un especialista como su difunto esposo, deja que los muchachos camporistas se ocupen de lo que saben. Que es patrullarle con uniforme y sirena en el techo, todos los recovecos de la administración útiles para sostener el relato y sus beneficios concretos. En el momento bisagra entre presente y futuro, deja el armado político electoral a la genética peronista.

Los portadores de ese gen hacen lo que saben. Juntan todos los pedazos que están sueltos, los propios y los que pueden pescar afuera también. Por eso andan con el “mediomundo” buscando en el cardumen que se le escurre a Massa. Ya levantaron unas cuántas piezas y puede haber más. Al mismo tiempo, con delicadeza apenas elemental, a los candidatos propios que van bajando a bolsazos les prometen, con suerte, algún lugar en el futuro gobierno si toca ganar. O les señalan el camino de su propio territorio, si son intendentes, para que vayan a cuidar lo suyo.

Las declinaciones en cadena de Sergio Urribarri, Agustín Rossi y Jorge Taiana, antecedidas en el tiempo por las de Aníbal Fernández y Julián Domínguez, dejaron despejado el escenario nacional para los únicos que siempre tuvieron posibilidades competitivas serias: Daniel Scioli y Florencio Randazzo.

Está claro que Scioli es amplio favorito. Según cualquier encuesta, hoy puntea la intención de voto general con escasa luz sobre Macri y lleva amplia ventaja sobre Randazzo en la interna. Es el candidato que muy claramente prefiere el peronismo territorial y sindical, y así se expresó en la reunión del Consejo Nacional del PJ del viernes pasado.

Pero Randazzo está lejos de ser sólo un rival propicio para fortalecer al favorito en el camino a la elección de octubre. El ministro celebró ayer la decisión de Cristina de ungirlo claramente como el rival de Scioli.

Su pelea será hasta el último día y confía en dar batalla muy reñida. Seguirá atacando a Scioli por el lado de las debilidades en la gestión, el flanco en el que cree que puede mostrar mejores diferencias a favor y por el cual el sciolismo le envió ayer mismo señales de preocupación. También va a pegar por el lado del origen político y la vinculación de Scioli con sectores del poder establecido, como si el propio Randazzo fuera una virgen inocente y sin pasado.

Esa pulseada intensa con Scioli es, además, lo que necesita y lo que le demanda la Presidenta. Nada atrae menos a Cristina que la hipótesis de encontrarse con un Scioli candidato votado por enorme diferencia en la PASO oficialista. Según ese cálculo, toda estrechez en esa presunta victoria haría menos tentador para Scioli tomar distancia antes de tiempo del kirchnerismo puro y su jefa indiscutible. Quizás sean temores exagerados.

En la provincia de Buenos Aires, el disciplinamiento deja por ahora en carrera a tres favoritos: Aníbal Fernández, que circula con el salvoconducto presidencial estampado como un as de espadas en la frente; el persistente Julián Domínguez que sigue firme en carrera aunque la franquicia de Cristina ahora la tiene Aníbal; y Sergio Berni, quien como dicen en el peronismo, se tropezó con la muerte del fiscal Alberto Nisman, bajó en las encuestas y se quedó sin plata. No habría que apurarse: quizás el sciolismo acuda en auxilio del tenaz secretario de Seguridad; conversaciones no faltan.

Mientras tanto sigue resistiendo el jefe del PJ provincial, Fernando Espinoza, al que quieren convencer de que es el único que puede garantizar la millonada de votos de La Matanza, donde es intendente.

El que se bajó de la gobernación y ahora pretende ir de vice es Carlos Castagneto, el crédito de Alicia Kirchner. Sus amigos dicen que una diputación nacional notoria también lo conformaría. Por lo pronto, lo primero que hizo Castagneto después de bajar su candidatura, fue reunirse con Aníbal.

Los kirchneristas del Movimiento Evita, que tiene extensión territorial, capacidad movilizadora y cierto pensamiento autónomo, pero poca plata para afrontar una campaña pesada, terminaron por bajar a sus dos candidatos: Jorge Taiana a presidente, Fernando Navarro a gobernador. No fue una decisión cruenta, dicen, y se dieron el gusto de conversarla antes con Máximo Kirchner. Una distinción que otros no tuvieron, o no se supieron ganar.

En este concierto armonioso de candidatos que declinaban sin derramar una lágrima, aguantando como caballeros las patadas que les pegaban por debajo de la mesa, llamó la atención que dejara la pelea bonaerense Diego Bossio. El joven jefe de la Anses maneja una porción gruesa del Presupuesto nacional y vive repartiendo beneficios, lo que le ayudó a construir una buena imagen pública y a lubricar su relación con la estructura peronista. Los que pudieron hablar con él aseguran que se fue caliente como una pipa.

Fuentes del Gobierno dicen que Cristina no pensó en Bossio cuando reclamó renuncias de candidatos. Y que hasta se lo dijo cara a cara, el lunes, cuando se reunieron y él le anunció su decisión.

Sus allegados sostienen que Bossio dejó la candidatura porque sintió que “no tendría respaldo político ni poder para transformar” cuestiones de fondo vinculadas a la Policía Bonaerense; ni para atacar el drama de la marginalidad, expresada en los más de 1.100 asentamientos precarios que hay en el territorio provincial; y ni siquiera para colocar legisladores en las listas, que llegarán escritas desde Olivos por las lapiceras de Carlos Zannini y La Cámpora.

Son argumentos que no dejan de resultar llamativos: en la lógica blindada que hoy formatea todos los libretos; esas ideas encajarían mejor en el discurso de un candidato opositor.

Fuentes peronistas aseguran que tras hacerse pública el martes su declinación, los avales reunidos y presentados por Bossio para sostener su candidatura en las PASO fueron trasladados automáticamente a Aníbal por los apoderados partidarios.
La máquina peronista de poner orden, no descansa.

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