Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times © 2016
Cuando Donald Trump comenzó su campaña hacia la Casa Blanca, muchas personas lo interpretaron como una broma.
Nada de lo que ha hecho o dicho hace que se modifique esa percepción. Por el contrario, su ignorancia política se ha hecho todavía más impactante; sus posiciones, más extremas; los defectos en el carácter, más obvios, y, en repetidas ocasiones, ha demostrado un nivel de desprecio por la verdad que no tiene precedente en la política estadounidense.
No obstante, en tanto que la mayoría de las encuestas de opinión muestran que va atrás en las elecciones generales, el margen no es abrumador y todavía existe una posibilidad real de que pueda ganar. ¿Cómo es esto posible? Parte de la respuesta, yo argumentaría, es que los votantes no aprecian en su totalidad lo malo que es. Y la razón es que demasiados medios de información todavía no pueden romper con la manía de los dos lados: la determinación, casi patológica, de describir a los políticos y sus programas como igualmente buenos o igualmente malos, sin importar cuán ridícula se vuelve esa intención.
Solo para aclarar las cosas, no estoy arguyendo que la cobertura informativa distorsionada sea la historia completa, que nadie apoyaría al trumpismo si los medios estuvieran haciendo su trabajo. El presunto candidato republicano no habría llegado tan lejos si no nos estuviéramos introduciendo en algunos resentimientos profundos. Más aún, Estados Unidos es un país profundamente dividido, al menos en su vida política, y la gran mayoría de los republicanos apoyarán al candidato de su partido sin que les importe nada más que esa pertenencia.
No obstante, el hecho es que los electores que no tienen tiempo ni inclinación a hacer su propia investigación, que obtienen sus análisis de las noticias en la televisión o sus habituales páginas de noticias, se alimentan con una dieta diaria de equivalencias falsas.
No se trata de un fenómeno nuevo. Durante la campaña del 2000, George W. Bush fue rotundamente deshonesto sobre sus propuestas políticas; sus cifras no eran congruentes y dijo, en repetidas ocasiones, que sus recortes fiscales, que favorecieron abrumadoramente al uno por ciento, estaban orientados a la clase media. No obstante, la cobertura de la corriente dominante nunca aclaró esto. Frustrado, escribí en ese momento que si un candidato presidencial aseverara que la Tierra era plana, los artículos periodísticos de análisis tendrían el titular: “En cuanto a la forma del planeta, ambas partes tienen razón”.
Y Trump está lejos de ser la única figura política actual que se beneficia de la determinación de encontrar un equilibrio donde no lo hay. Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, tiene fama de ser analista de políticas públicas, comprometido con la responsabilidad fiscal, misma que es incomprensible si se examinan los documentos políticos, fundamentalmente deshonestos y muy mal hechos, que saca, en efecto. Sin embargo, el culto al equilibrio requiere que se describa a alguien del lado republicano como un experto, serio y honesto, en temas fiscales, así es que a Ryan se le calza en ese papel sin importar qué tan estafador pueda ser en realidad.
No obstante, hay estafadores y estafadores. Se podría pensar que Donald Trump, que miente tanto que a quienes verifican la información se les dificulta estar actualizados, y sigue repitiendo falsedades aun después de que se ha demostrado que lo son, y quien combina todo esto con un nivel general de comportamiento propio de un matón, orientado, en parte, a la prensa, sería demasiado como para que lo excusen hasta los cultistas del equilibrio.
Sin embargo, se estaría equivocado.
A decir verdad, algunos reporteros y agencias de información tratan de señalar las declaraciones de Trump que son falsas, aterradoras, o ambas cosas. no obstante, con demasiada frecuencia, todavía tratan de mantener su atesorado equilibrio dedicándoles tiempo igual - y, hasta donde pueden decir los lectores y espectadores, pasión igual o mayor- a denunciar afirmaciones erróneas muchísimo menos importantes de Hillary Clinton. De hecho, las encuestas de opinión muestran que, en conjunto, Clinton ha recibido cobertura mucho más negativa que su oponente.
Y, en los últimos días, hemos visto una espectacular demostración de cómo se presenta a los dos lados en acción: un artículo de opinión de los jefes entrante y saliente de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, bajo el titular: “Trump, Clinton, ambos amenazan la libertad de prensa”. ¿Cómo así? Bueno, Trump ha prohibido en forma selectiva a agencias de noticias a las que considera hostiles; también, aun cuando el artículo de opinión no lo menciona, ha atacado tanto a las agencias como a reporteros en lo individual, y se ha negado a condenar a partidarios que, por ejemplo, han acosado a reporteros con insultos antisemitas.
Entre tanto, mientras que Clinton no ha hecho ninguna de estas cosas y tiene un personal que responde de inmediato a preguntas cuya intención es verificar la información, no le gusta realizar ruedas de prensa. ¡Equivalencia!
Indignados por las críticas, los autores de los artículos de opinión emitieron una declaración en la que niegan haber establecido “falsas equivalencias”, supongo que decir que los candidatos están actuando “similarmente” no significa decir que estén actuando similarmente. Y una vez más se negaron a indicar cuál candidato se está comportando peor.
Como dije, querer presentar los dos lados no es algo nuevo, y siempre ha sido una evasión de la responsabilidad. Sin embargo, adoptar la posición de que “ambos lados lo hacen” ahora, de cara a esta campaña y a este candidato, es un acto de irresponsabilidad alucinante.