Si, por casualidad, vieron CNN el viernes 6, habrán visto un brutal intercambio sobre el ciberpirateo ruso entre un honesto presentador al que le salía vapor por las orejas y una agente de la derecha con hielo en las venas.
“Chris Cuomo (periodista de TV de ABC News) arrolla a Kellyanne Conway” (jefa de campaña de Donald Trump), decía un titular en una de las muchas publicaciones, tan impresionadas con el encuentro, que lo reportaron.
Si, por casualidad, vieron CNN el lunes 9, notaron que, de hecho, Conway había regresado con Cuomo para tener más. ¿Sorprendidos?
Entonces, no saben absolutamente nada sobre ella.
No es sólo una portavoz, ninguna triste sustituta. Más bien, es alguien como David Blaine (ilusionista y escapista estadounidense) de la propaganda política, decidida a realizar proezas de magia que serían pocos los que lo intentaran, así como sobrevivir a situaciones que paralizarían a los mortales comunes. Él atrapa balas con la boca; ella hace que Donald Trump suene como un humilde servidor del hombre común. Él aguanta 44 días en una vitrina de plexiglás sobre el Támesis; ella dura 40 minutos con Rachel Maddow (presentadora y comentarista de televisión) en MSNBC (canal de noticias estadounidense por cable que transmite las 24 horas).
Se reunió con Cuomo no sólo para volver a desdeñar las fechorías de Vladimir Putin, sino para responder a la queja de Meryl Streep sobre la forma en la que Trump se burló de un periodista con discapacidad. Y se le ocurrió esa gema sobre no hacer caso de las palabras del presidente electo y, mejor, juzgarlo por lo que está en su corazón, lo que, al parecer, ella sabe que es bueno. Estuvo mejor que Blaine.
Mientras los nominados para el gabinete se someten a la inquisición y Trump realiza su primera rueda de prensa desde las elecciones, hay un exceso de espectáculos políticos esta semana.
Sin embargo, por el puro asombro, que deja boquiabierto, yo dudo que algo de eso vaya a mejorar en cualquier típica entrevista por televisión con Conway, lo que es un circo de eufemismos, un festival de distracciones y un testimonio del aguante de la voluntad de tener una sonrisa. Tiene un aspecto alegre cuando ataca, todavía más cuando la atacan y absolutamente radiante cuando va descendiendo a una ciénaga de verdades a medias y ficciones. Siempre está soleado del lado de la calle de Conway.
Y siempre es un triunfo aplastante cuando gana su candidato. Describe la victoria de Trump como un mandato -no importa el margen escaso, ni toda la vileza rusa- y desestima a sus críticos citando su incapacidad para ver ese excitante triunfo que se avecinaba. No tuvieron visión. Ahora no tienen motivos.
Rechazando con un gesto de la mano lo que dijeron estrellas de Hollywood en los Golden Globes, le dijo a Cuomo: “Ese lugar, esta red, francamente, todos creyeron que las elecciones resultarían en forma diferente”.
También cuestionó por qué Streep arremetería contra Trump y no contra los cuatro jóvenes adultos, afroestadounidenses, en Chicago, que gritaron obscenidades raciales contra Trump a un hombre discapacitado, en ese escalofriante video en Facebook Live. ¿Se trata de una nueva medida para reprender a Trump? No lo puedes hacer mientras no haya terminado de pasar lista entre todos los acosadores en las noticias.
“Saturday Night Live” se transfiguró con Conway, pero todavía no la captan del todo. Interpretada por Kate McKinnon, experimenta pinchazos de horror por ser cómplice en la escalada de Trump.
La verdadera Conway no muestra ningún arrepentimiento. Está exultante al grado de burlarse de los asesores de Hillary Clinton por su derrota, como lo hizo cuando se presentó con ellos en Harvard, en diciembre, para analizar las elecciones.
Ésa es la ocasión de mi conwayismo favorito. Se le preguntó si la insistencia, sin fundamento, de Trump de que habría ganado el voto popular de no haber sido por los millones de boletas electorales ilegales, constituye un comportamiento presidencial.
“Él es el presidente electo, así es que eso es comportamiento presidencial”, respondió.
Muchos periodistas tampoco captan muy bien a Conway y le conceden mayor poder en el Mundo Trump del que tiene. Cuando haces tanta televisión, sólo puedes estar en algunas reuniones.
Lo que ella posee es maestría escénica, algo que Trump no puede evitar apreciar. Conozco a docenas de personas que desprecian su posición política, pero se emboban con sus interpretaciones.
Es la Streep de “Fox & Friends” (de “Morning Joe”, también) y es un emblema perfecto de estos tiempos polarizados, en los que ninguna aseveración es tan risible, ni una negación demasiado ridícula, si se topa con la supuesta insidia en la otra parte.
También es el patrón del cabello dorado de una generación, en ascenso, de partidarios impávidos. Yo imagino que Kayleigh McEnany, la apologista de Trump en CNN, estudia sus movimientos en la forma en la que el respaldo del mariscal de campo observa al titular. En caso de que Conway se rompa el peroné, McEnany está lista para dirigir la campaña.
Anthony Scaramucci, el propagandista de Trump, es, quizá, otro de los aprendices de la bruja. La semana pasada, con Stephanie Ruhle de MSNBC, se pareció a Conway en la forma en la que le dio vuelta a las preguntas que le hacían para llegar a las respuestas que prefería dar.
Sin embargo, necesita práctica: no escuché nada que estuviera a la altura de la aseveración que hizo Conway en cuanto a que los demócratas que están exigiendo mayor información financiera de las personas a las que nominó Trump son unos “fisgones políticos”. ¡Qué presentación! ¡Qué año nos espera!