La madre de todas las tramas

El espectáculo de la Vendimia 2015 es uno de los mejores ejemplos de eso que muchos llaman “género propio”. Un texto asombroso que se despliega, total, en el escenario; para dejar latiendo su potencia ritual.

La madre de todas las tramas
La madre de todas las tramas

"¿Los ves? Están llegando. Son los que amanecen antes que tu cielo. Los que pueden recomenzar mil veces, alzar lo roto, pararse frente al viento y aceptar el granizo. Los que amasan y ven crecer las vides, construyen y cosechan, remiendan y madrugan sin esperar milagros", escuchamos, apenas arrancados los primeros minutos del espectáculo. Y saboreando esas palabras, comprendiendo la profunda dimensión poética, atmosférica y narrativa que contienen, entendemos cuál será el germen de esta obra: la articulación, a modo de relato de una épica popular.

Pocas veces, muy pocas, un espectáculo de la Fiesta Nacional ha tenido un texto de tan formidable calidad como el de Liliana Bodoc. Los ha habido muy buenos y bellos; como el que escribiera Arístides Vargas, en 2013, en "Teatro mágico de piedra y vino", los fundacionales de Abelardo Vázquez (en el primero de ellos tuvimos el lujo de la pluma de Di Benedetto y Alberto Rodríguez h.) o el del Luis Villalba en 1974. Los ha habido efectictas, también; como en la mayoría de los años en que "la palabra" en la Vendimia es otro elemento sonoro que ayuda a construir los climas.

Pero este texto de Bodoc restituye, permítaseme la osadía, un modo de construcción del relato vendimial que pocas veces se ha visto sobre el Teatro Griego. Es que Bodoc, además la narradora en off de sus textos junto a Dardo Boggia -dos 'presencias necesarias' en la banda sonora del espectáculo-, construye una epopeya 'nuestra' y total: sabia conocedora del vino y de los gestos identitarios.

Este magnífico logro narrativo se asume ya desde el concepto: no será una historia (a modo de cuento), no serán versos, sino una prosa poética, que se concentre en delimitar cada "postal" a representar sobre el escenario. La decisión le permite a la autora jugarse a una escritura, de rasgos épicos, tan perfectamente trazada desde esta perspectiva que da cuenta de esa leyenda popular (la mismísima Vendimia), del latido de su ritual sagrado. Los ejemplos sobran y estremecen: "A orillas de esa noche estuvieron mis hijos, los primeros.

Tuvieron que aprender a caminar lo oscuro, se hicieron cazadores de tinieblas. Y durmieron donde el azul profundo, de tan azul profundo, se hace cueva".

El otro soporte narrativo del espectáculo es el sonido; que aquí es mucho más que música: es banda sonora sostenida por esas dos voces narradoras que nos guían en el tránsito de la experiencia, sonidos ambientales, efectos sonoros precisos y también canciones y cantos.

Esta banda sonora funciona como la 'puntuación' del texto sobre el escenario. Es la que sostiene el clima, abre los paréntesis, establece las comas, puntos seguidos o aparte. Formidable motor de atmósferas.

Sobre estos dos elementos esenciales la puesta en escena se permite el despliegue total, siempre fiel al refuerzo de aquellos conceptos 'textuales' que tienen que ser sustanciados por la imagen.

El color, las visuales y el mapping (al fin utilizado con voluntad narrativa), las cajas lumínicas (exquisitas, explotadas esta vez, también, en sus luces y sombras), el vestuario (¡cuánto buen gusto!), la utilería (que no es un atractivo aislado sino que funciona como conector permanente de significado), la prodigiosa tecnología, la escenografía (formidable y contemporáneo concepto de enmarque). Todos estos elementos calibrados para la presencia estremecedora, pero sin impacto efectista, de una puesta que se busca total. Aquí, el 'vivo' es la clave.

Un aparte merecen las coreografías. Este es un componente que desde hace años de tendió a 'estandarizar' entre dos conceptos: el vacío minimalista o la potencia multitudinaria. Esta vez Claudia Sosa logra algo que se agradece: la caligrafía del dibujo coreográfico; una decisión que las eleva por encima de esa valoración cuantitativa y le otorga sutileza y elegancia a los cuadros.

Moderna, fresca, compleja, trepidante, acariciadora es esta épica en la que queremos reconocernos; estupendo legado de su director, Marcelo Rosas, antes de partir.

En el corazón de la escena laten los tiempos inmemoriales junto a la agitación del nuevo milenio. Todo está aquí, concienzudamente engarzado. Todo está aquí: aquello que los ancestros nos han dejado y resignificamos con nuestra voz. Por eso la índole mítica, la índole épica, esa necesidad de que nos la relaten, una y otra vez. Así es la madre de las tramas.

Ficha

"Postales de un oasis que late"
Coordinación y Dirección General: Sonya Sejanovich
Guión: Liliana Bodoc. 
Escenografía y Dirección de Arte: Alejandro Rodríguez.
Dirección Coreográfica General: Claudia Sosa.
Dirección Musical: Darío Ghisaura.
Producción Ejecutiva: Gustavo Uano.

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