Ya pasó la etapa de latencia o dormición, una estrategia adaptativa que tiene la planta de vid (y muchos otros frutales) para evitar quedar expuesta a las rigurosidades del invierno. Allá por abril (más o menos, dependiendo de la zona de producción) la planta recicla energía y minerales que se encuentran en las hojas y los envía a sus estructuras permanentes como troncos y raíces. Así, con brotes marrones, robustos, pasa el invierno, soportando las fuertes heladas que pueden ocurrir. A pesar de ello, puede salir dañada de esa etapa invernal, cosa que vemos con brotaciones de primavera heterogéneas, plantas con rebrotes desde el cuello de la planta o incluso plantas muertas. Pasada la época invernal la vid “sensa” la temperaturas de aire y suelo para empezar su nuevo ciclo vegetativo en un momento en que las más bajas temperaturas del invierno ya han pasado.
Así la brotación ocurre en primavera en la mayoría de las regiones vitícolas de Mendoza, pudiendo llegar a extenderse hasta la primera quincena de octubre para variedades tardías en zonas frías.
Pero la primavera, para cualquiera que viva en estas tierras, también es una época de Zonda y heladas tardías. Justamente es este viento el que muchas veces da el puntapié inicial a la brotación (como sucede con la floración de algunos frutales), dejando expuestos los brotes nuevos a las heladas tardías, que son sumamente sensibles al frío. ¿Pero por qué una yema dormida es muy resistente al frío y un brote tierno no? Bueno, es que la yema dormida tiene escamas que hacen la función de escudo; también pelos que le hacen de aislante. Por sobre todo, unos tejidos bien deshidratados con un contenido de agua relativo de alrededor de sólo el 50%. Los brotes tiernos, además de perder sus protecciones físicas como eran las escamas y los pelos, se llenan de agua y pasan a un contenido relativo de alrededor del 85%. El tema es así: mientras más agua, más peligro de que se congele. Las células al congelarse se “pinchan”, su contenido se vacía y toman un color negro-amarronado.
Al poner en números las diferencias de la resistencia al frío entre los tejidos invernales y los de primavera, quedan evidenciados cambios drásticos.
Por ejemplo yemas en estado de dormición pueden resistir temperaturas de hasta - 15 °C (o incluso más) pero brotes verdes pueden soportar temperaturas entre -2 a -5 °C (dependiendo del estado fenológico y la variedad). ¿Pero qué es esto del estado fenológico? Son las distintas fases que atraviesa el crecimiento de un brote y que para poder estudiarlos se han clasificado. Una de las clasificaciones Bagliolini las diferenció según letras.
Por ejemplo: el estado C es uno en el cual el brote apenas está asomando y se le llama de punta verde. Otros estados son primera hoja expandida (D), inflorescencias visibles, inflorescencias separadas (E y F respectivamente), y así sigue la lista. Pero resulta que las yemas en estos diferentes estados también pueden soportar más o menos las bajas temperaturas, siendo las primeras letras del abecedario las más resistentes, pero a medida que el estado avanza esta resistencia se pierde. Es así que una helada tardía podría afectar de una manera muy diferente a una propiedad de otra. Le pongo un ejemplo: dos fincas de Luján de Cuyo, una con las plantas en estado de inflorescencia (racimo) visible y otra en yema punta verde.
Pregunta de examen: ¿Cuál está más susceptible al frío si la temperatura es la misma? Si dijo la primera, acertó.
Entonces en una esquina del ring de esta pelea por la supervivencia tenemos a la vid; en la otra esquina las heladas de primavera. Nosotros hinchando por la planta, el Zonda soplando por las heladas. ¿Qué se puede hacer para minimizar la incidencia? Acá entran dos nuevos conceptos. La defensa puede ser de intervención pasiva o activa. Por ejemplo: mojando el suelo, cortando la maleza, no arando, ayudan a que el suelo acumule más calor durante el día que luego liberará durante la noche. Si la lucha es activa se recurre al uso de quemadores para intentar “levantar” la mínima. Esta segunda es una lucha que no todos los productores pueden dar, ya sea por cuestiones de dinero o por logística.
Llega la noche, comienza la pelea. Si la planta gana, los brotes siguen su camino biológico normal y por marzo nos darán unas excelentes uvas (si es que pasan el resto de peleas que le quedan durante el año como son la lobesia, las granizadas, los golpes de calor, etc). Pero si la pierde, empiezan los dolores de cabeza para el productor. En estas heladas tardías a diferencia de las invernales, la planta no muere, sino, que sólo se dañan los brotes que dejamos en la poda y que son los que “traen” la uva. Cuando estos brotes se dañan, la planta tiene otras estrategias para volver a formar un follaje. El problema para nosotros es que esos nuevos brotes de repuesto son escasos de racimos, y pueden tener solamente entre el 5 y el 30 % de la producción normal.
Las madrugadas de los días 13 y 14 de octubre se libraron estas batallas entre hombres y plantas por un lado (el componente biótico) y temperaturas (el componente abiótico) por el otro. En muchas propiedades se “prendió” durante casi toda la noche. Hoy al realizar la recorrida observé los daños de una lucha que se perdió. En algunos cuarteles los daños pueden ser más severos que en otros y dependerá de la zona en cuestión y otras muchas particularidades. No estoy en condiciones de decir de cuánto son las pérdidas, y eso quedará en manos de los organismos pertinentes que harán el relevamiento y que seguramente será noticia en unos días. Por supuesto que en muchas zonas no hubo daño, pero por lo menos en zonas de Valle de Uco y Luján de Cuyo, sí. Una desilusión recién arrancado el ciclo vegetativo.