La guerra civil de Siria es la peor crisis humanitaria de nuestro tiempo. La mitad de la población del país antes de la guerra -más de 11 millones de personas- ha sido asesinada o forzada a abandonar su hogar.
Las familias están luchando para sobrevivir dentro de Siria, o hacer un nuevo hogar en los países vecinos. Otros están arriesgando sus vidas en el camino a Europa, con la esperanza de encontrar la aceptación y la oportunidad.
En una reciente visita a los campos de refugiados sirios en Berlín pude charlar con ellos, y es verdad que muchos están escapando de las atrocidades de la guerra, que algunos de ellos simplemente son oportunistas y buscan una mejor vida y seguramente unos pocos, muy pocos, son infiltrados extremistas cuyas intenciones no son muy santas.
Al pensar en este tema deberíamos hacernos una pregunta razonable: ¿por qué los países del Golfo Pérsico, ya ricos y también musulmanes, no son los principales receptores de los refugiados sirios?
La respuesta es simple: tienen miedo que elementos terroristas se infiltren y desestabilicen a sus sociedades, por eso prefieren ayudarlos donando a las organizaciones que se ocupan de ayudarlos. La voluntad de rechazo en recibirlos es tan categórica que ninguna instancia internacional implicada, ni la ONU ni la Unión Europea, ha hecho siquiera un intento de revertirla.
Se estima que durante estas últimas olas inmigratorias hacia Europa se han infiltrado más de 3.000 terroristas en el Viejo Continente, pero también se sabe que cerrar las puertas a la inmigración no resolverá el problema del terrorismo islámico, ni en Europa ni en ninguna parte del mundo, incluyendo la Argentina.
En el año del Bicentenario, nuestro país, construido por inmigrantes, debería tenderles una mano. Cuanto más se sepa acerca de la crisis, tanto más los argentinos podrán hacer juntos para ayudar a los necesitados.
El presidente Macri, en su último viaje europeo, dijo que nuestro país debe dar una demostración de solidaridad y de coherencia con la historia. Sin duda la Argentina, generosa por naturaleza, debe cumplir con la sugerencia de su mandatario, pero para que esta pequeña olita de solo unos 3.000 inmigrantes sirios sea exitosa y no se convierta en una lotería, la absorción debe hacerse a conciencia, trabajando en conjunto los organismos gubernamentales con los organismos no gubernamentales que deseen ocuparse de la llegada de estas personas.
Gran Bretaña, un país también solidario, no permitió que los sirios llegaran directamente a sus costas sino que fue a seleccionarlos a los campos de refugiados de Siria, Jordania y Turquía, identificando y rechazando a los radicalizados.
Hay muchos que sostienen que la caridad empieza por casa, y que la Argentina ya tiene demasiados desafíos como para ocuparse de refugiados sirios. Que la inmigración trae muchos problemas, puede ser verdad, pero también es verdad que la inmigración es un buen combustible para el crecimiento.
Existe consenso entre muchos analistas de la Universidad de Oxford de que la inmigración en realidad da un impulso a las economías, mejora de forma inequívoca el empleo, la productividad y los ingresos, especialmente cuando una economía está creciendo; contrariamente a la creencia popular, no reducen las tasas de empleo general. La inmigración crea puestos de trabajo, recordemos que el inmigrante padre del presidente, Franco Macri, o la familia de origen sirio-libanés de su esposa, los Awada, le dan trabajo a miles de argentinos.
Gran parte del debate antiinmigración gira en torno de la idea de que la inmigración termina irremediablemente volviéndose una carga para la sociedad. Rara vez la gente se da cuenta de que todo lo contrario es cierto, que los inmigrantes crean nuevas poblaciones de personas que adquieren cosas. Los recién llegados compran alimentos, alquilan casas, gastan dinero en sus economías locales con el fin de sobrevivir. Esto, a su vez, hace que las pequeñas empresas crezcan, por lo que a menudo tienen que contratar a más personas para servir a sus clientes recién descubiertos.
La inmigración también ayuda a retener el mejor talento global. El presidente Macri repite que el país necesita ingenieros, mano de obra especializada, gente competente. Algunos de éstos bien pueden ser encontrados dentro de los inmigrantes. Hay empresas de la industria del software luchando por encontrar suficientes argentinos verdaderamente competentes para llenar todos los puestos de trabajo.
En el mundo empresarial dinámico, y a menudo feroz, las empresas no pueden permitirse el lujo de sentarse y esperar que el sistema de educación argentino finalmente se ponga al día con ellos. En cuanto lleguen las esperadas inversiones, las empresas argentinas deberán reclutar a los mejores talentos, o sus competidores de otros países tendrán una ventaja clara y oportuna.
La inmigración hace a la Argentina globalmente menos aislada. A diferencia de las personas que viven en los países europeos, un relativamente bajo número de argentinos rara vez viaja fuera del país. En otras palabras, el único contacto que la mayoría de los argentinos tiene con personas de otros países realmente tiene lugar justo dentro de Argentina.
La capacidad de demostrar la comprensión y el respeto por las diversas culturas es una habilidad vital en el mundo globalizado de hoy. Dando a los argentinos más oportunidades de conocer a personas de otros países aquí, en casa, ayuda a conectar a nuestra ciudadanía con el mundo en general.