La libertad de expresión es un patrimonio de la ciudadanía

Hoy, el secreto de los periodistas se erige en un límite claro frente a quienes pretendes desacreditar las denuncias por corrupción.

La libertad de expresión es un patrimonio de la ciudadanía
La libertad de expresión es un patrimonio de la ciudadanía

Lo que define a Adepa, más allá de soportes tecnológicos, más allá de geografías, tamaños y líneas editoriales, es nuestro rol de medios periodísticos. Sostenemos, a veces con mucho esfuerzo, estructuras empresarias dedicadas a brindar información y opinión con estándares profesionales y criterios éticos. Y compartimos el apego a valores fundacionales: creemos en la plena libertad de expresión y de prensa como derechos inescindibles de la república. Entendemos que esa libertad de prensa no sólo implica poder ejercerla sin restricciones previas, físicas o morales, sino poder hacerlo sin represalias ni hostigamientos posteriores, particularmente del Estado. Coincidimos en que en democracia, el periodismo está llamado a tener un rol de auditoría, de contrapeso en el ejercicio del poder.  


Honor. Gustavo Vittori y Eduardo Menem recibieron el Gran Premio. | Gentileza / Adepa
Honor. Gustavo Vittori y Eduardo Menem recibieron el Gran Premio. | Gentileza / Adepa

Por todo eso, este encuentro (cena de Adepa por los 25 años de la Convención Constituyente) tiene una significación especial. Porque nuestros invitados encarnan, en su pluralidad y en su trayectoria, esos principios fundacionales de nuestra organización constitucional, que fueron no sólo ratificados, sino potenciados hace exactamente 25 años en Santa Fe.

Estas bodas de plata tienen además una significación especial para Adepa. En mi caso, son también un espejo en el que de algún modo puedo ver reflejada mi carrera. Tenía justamente 25 años cuando, casi de casualidad, me tocó dar en la Convención mis primeros pasos institucionales en esta industria y en esta entidad. Es que en Santa Fe, Adepa se propuso ser mucho más que una voz sectorial, con toda la legitimidad que eso conlleva.  

De alguna manera se autoconvocó, en esa bisagra histórica, para defender una garantía que, en las palabras de nuestro histórico constitucionalista, Gregorio Badeni, es una libertad institucional y estratégica, porque es un reaseguro para el ejercicio de las demás libertades.

Una garantía que, como sucedió en otros momentos de la historia argentina, no está exenta de quien quiera relativizarla o controlarla, sobre todo cuando se encuentra en el ejercicio del poder. La política puede dar fe de esta dualidad desde siempre: aquel aguijón que suele molestar a quien gobierna es reivindicado cuando éste vuelve al llano. Y viceversa. Ese 1994 no era la excepción: frente a un núcleo de coincidencias básicas que aseguraba la intangibilidad de los aspectos pétreos de nuestra Carta Magna, en las puertas de la Convención se multiplicaban ideas y proyectos -nosotros contamos al menos 20, incluyendo algunos muy polémicos, como el de la información veraz- que ponían en entredicho los estándares que habían alimentado ese principio a lo largo de décadas, con jurisprudencia pacífica que reconocía antecedentes en la primera enmienda norteamericana y en fallos trascedentes de la Corte Suprema de aquel país.

Adepa decía entonces, públicamente: "Nuestra pelea, valga la paradoja, es pacífica, institucional, está circunscripta al derecho y a sus grandes pautas humanistas, republicanas y libertarias. Por eso, poseedores de una antigua Constitución que contiene los pilares de la libertad de prensa dibujados con el lenguaje sencillo, viril y directo en los artículos 14 y 32, sostuvimos que su reforma podía ser el medio para vulnerar estos preceptos y hacernos desandar un camino tan bien planeado por nuestros antepasados".

Fue así que Adepa se zambulló, como explorando un laberinto del que no tenía pistas ni brújulas, en ese mundo en el que 305 convencionales, muchos de ellos desconocidos para el gran público, iban a ser protagonistas de uno de los hechos institucionales más importantes del país en décadas. Fue así que tuve el enorme privilegio de acompañar al entonces presidente de la entidad, Guillermo Ignacio, durante varias semanas, en lo que para mí fue un aprendizaje profesional y humano inolvidable, germen de una amistad que se prolonga hasta el día de hoy. Ignacio presidió una delegación en la que se destacaron varios referentes de la industria que ya no están, como el recordado Nino Herrero Mitjans, Luis Félix Etchevehere, Ricardo Sáenz Valiente, Fernando Maqueda y Eduardo Farley.

La generosidad de todos ellos y mi inconsciencia me permitieron, entre otras cosas, conocer a figuras de la talla de Raúl Alfonsín y a políticos y juristas como los que hoy recordamos aquí.

Cómo no recordar esos días y esas noches entre Santa Fe y Paraná, acercando nuestra mirada a los convencionales, proponiéndoles buscar fórmulas que no renegaran de la modernidad, pero que al mismo tiempo no pusieran en riesgo las Declaraciones, Derechos y Garantías que habían demostrado ser el mejor aliado de la expresión de ciudadanos y periodistas. Cómo no recordar esa sensibilidad que teníamos frente a institutos desconocidos, como el hábeas data, en un contexto político en el que se hablaba de avanzar sobre los archivos de los medios. Y finalmente, cómo se pudo lograr una solución superadora, tan superadora que terminó consagrando un derecho de vanguardia, que ha sido y sigue siendo un resguardo central para la investigación periodística: el secreto de las fuentes.

Bueno es reconocerlo: ambas cuestiones, el hábeas data y el secreto periodístico se revelan, 25 años después, como avances jurídicos premonitorios: hoy la privacidad y la propiedad de los datos cobra enorme relevancia de la mano del uso que las plataformas tecnológicas hacen de los mismos, al punto de llegar a influir en procesos electorales. Hoy, el secreto de los periodistas se erige en un límite claro frente a quienes pretenden desacreditar las denuncias por corrupción o confundir a periodistas con delincuentes.

Más allá de estos hitos que nos enorgullecen como entidad y que seguimos agradeciendo a quienes, en definitiva, tuvieron la sabiduría y la visión para incorporarlos, creo que el legado de la Convención Constituyente nos interpela como argentinos en un sentido más amplio.

Estos 25 años también representan la consolidación de la democracia en la Argentina como forma definitiva de gobierno; y al mismo tiempo las cuentas pendientes de esa democracia en términos económicos, sociales e institucionales. En términos de desarrollo, de inclusión, de calidad institucional, de transparencia, de políticas de estado con visión de largo plazo.

Muchas democracias en el mundo viven tiempos de turbulencias, de polarizaciones extremas, de ensayos autoritarios, de populismos de diverso signo político que basan su estrategia en la división y el antagonismo. Nuestro país no ha sido una excepción. Y lamentablemente, esa grieta, que se alimenta de burbujas de sentido en las que sólo nos hablamos a nosotros mismos, de plataformas en las que tendemos a reafirmar nuestro sesgo de confirmación; tiende a rechazar el diálogo con el que piensa diferente, a considerar enemiga una crítica constructiva, a mirar con odio a quien cuestiona.

Quizás, uno de los desafíos que tengamos como sociedad en los tiempos que vienen es que esos consensos básicos que reflejaron tanto la Constituyente de 1853 como la de 1994; esos acuerdos esenciales que dieron origen a nuestra propia organización nacional, puedan ser recreados en aras de las urgencias de los tiempos que corren.

Nuestros acuerdos constitucionales en la Historia han demostrado que la política no siempre es un juego de suma cero. Ni que los adversarios necesariamente deben ser enemigos. Esas cuestiones básicas que unieron a nuestros constituyentes no eran ni mucho menos el estándar del mundo en ese momento: que la Argentina sería una tierra abierta a quien quisiera habitarla, que se respetarían los derechos humanos, los derechos civiles, la propiedad privada, que habría igualdad ante la ley, que nadie podría ser discriminado por su raza o religión; que las acciones privadas de los hombres sólo quedaban sujetas a Dios. Esos fundamentos y tantos otros nos movilizan en esta época de enormes dilemas y complejidades geopolíticas, tecnológicas e incluso morales. Es tan desafiante y complejo el trabajo que requiere el país para salir adelante que pareciera imprescindible recrear ese espíritu.

Como medios estamos acá para contribuir a ese objetivo. Ese valor estratégico de la prensa que la Constituyente del '94 no sólo resguardó, sino que se animó a proyectar y ampliar, también nos convoca a ejercerlo cada vez mejor. No estamos exentos ni de las crisis, ni de los cuestionamientos, ni de los errores, ni de las prácticas nocivas.

Nuestro punto de partida es dar la cara y hacernos responsables frente a nuestras audiencias. Esas audiencias a las que representamos y cuya confianza es la razón de nuestra permanencia. Porque sabemos que, ante todo, la libertad de expresión está lejos de ser un patrimonio de los medios: es un patrimonio de la ciudadanía.  

En Adepa estamos convencidos de que en estos 25 años, el periodismo -ejercido con la protección constitucional que la Convención del '94 reforzó, hizo aportes importantes a nuestra institucionalidad. A la división de poderes, a la transparencia y, en definitiva, a la contención de desvíos autoritarios. Que si la Argentina logró evitar que se profundice su deterioro institucional, que siempre precede al deterioro económico, social y humanitario, y del que otras latitudes dan doloroso testimonio, es porque funcionaron ciertos contrapesos, entre los cuales sin dudas está la prensa.

No todos pensamos igual ni todos tenemos que pensar igual. Nuestra entidad, como dijimos, es un reflejo de la diversidad que ha hecho de la Argentina un país plural, vibrante, instruido, informado, comprometido con los debates políticos.

Esa prensa nacional que en sus orígenes en el siglo 19 fue la expresión misma de las fuerzas políticas; que en el siglo 20 se consolidó con empresas periodísticas profesionales, que sin resignar ideas pusieron como eje la información; que a fines del siglo pasado y con la restauración democrática tuvo su apogeo en términos de calidad, de hallazgos y de difusión masiva; y que hoy se enfrenta a nuevos paradigmas tecnológicos y sociológicos, sigue teniendo un rol central en la promoción de un diálogo civilizado, constructivo, basado en hechos, ejercido a partir de la libertad y la independencia de cada uno.

La pluralidad y fortaleza de su prensa fueron y son características distintivas de nuestro país. Fuimos y somos el país con mayor cantidad de diarios, de lectores, y hoy de medios informativos de toda América Latina. Nuestra prensa es a la vez, de algún modo, madre e hija de nuestra Constitución.

Sostener en alto ambas instituciones, Constitución y prensa; sostener su vigencia, su espíritu, su misión… es sostener la utopía de un país posible cuya construcción sigue convocándonos. Todos los días.

Distinción de Adepa a ex convencionales

Durante el encuentro, Adepa entregó una serie de reconocimientos a un grupo de ex convencionales, entre los cuales destacó a juristas, editores de medios y referentes de los principales partidos políticos.

Entre los juristas, estuvieron Horacio Rosatti, Antonio Hernández, Enrique Paixao, Alberto García Lema, Miguel Ángel Ortiz Pellegrini, Juan Carlos Maqueda, Rodolfo Barra, Juan Carlos Hitters y Humberto Quiroga Lavié

Entre los editores de medios y convencionales, se reconoció a José Antonio Romero Feris, de El Litoral (Corrientes); José Rodolfo Martínez Llano, de El Libertador (Corrientes); Juan Carlos Romero, de El Tribuno (Salta); y José Matilla, de La Reforma (La Pampa).

También fueron reconocidos los referentes políticos Carlos Corach, Luis Cáceres, y Raúl Alfonsín. La distinción al ex presidente será exhibida en La Casona Hotel Museo de Chascomús, donde vivió Alfonsín entre 1957 y 1972.

Por último, se les dio una mención especial a Gregorio Badeni, asesor legal de Adepa, quien tuvo una destacada participación durante las deliberaciones de la Convención como experto en derecho constitucional, y al diario El Litoral, por su colaboración con los medios de todo el país durante la asamblea. La distinción fue recibida por su actual propietario, Nahuel Caputto. 

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