En víspera de Halloween, nuestra provincia tiene cientos de historias de fantasmas, mansiones embrujadas y personajes que realizaron algún pacto diabólico.
Desde muchos años, estas leyendas fueron pasándose oralmente hasta quedar marcada en el imaginario popular. Quizás la menos difundida es la historia de La Brunegilda, una bella mujer que fue ajusticiada sobre un pino en las afuera de la ciudad, por la supuesta práctica de la brujería.
Según cuenta la leyenda, a principios del siglo XIX, los pescadores que traían a Mendoza lo recogido de las Lagunas de Guanacache solían hacer noche al pie del pino centenario; antes de dormirse contaban cuentos y cantaban. Entre las estrofas que no faltaban nunca estaba ésta: "Pescadero pescadero si duermes bajo del pino, rézale a la Brunegilda y te dirá tu destino".
Mi bella bruja
Brunegilda era una hermosa mujer española que había llegado a Buenos Aires desde la península ibérica junto a su familia a fines del siglo XVII.
Desde niña, había adquirido el poder de la videncia y la hechicería. Su arte adivinatorio era extraordinario, aunque ella intentó ocultarlo. Pero este poder sobrenatural comenzó a ejercerlo en aquella metropoli.
Primero con sus allegados y luego con ciento de damas y caballeros quienes pasaban por su casa para consultar sus destinos. Entre sus clientes se encontraban gobernadores, funcionarios reales y acaudalados comerciantes.
Con el tiempo, Brunegilda ganó fama de bruja y la noticia llegó a los oídos del obispo de Buenos Aires quien dio la orden de detenerla y someterla al tribunal inquisidor.
Pero la bella joven fue advertida por una clienta, quien le dijo que su vida serio corría peligro. Inmediatamente, Brunegilda tomó sus pertenencias y partió rumbo a un lugar en donde no podía ser perseguida. Por la distancia eligió a Mendoza, lugar en donde sería muy difícil que la encontraran.
Forastera diabólica
Luego de viajar más de un mes en carreta, llegó a la ciudad de Mendoza y se estableció a unas cuadras de la Plaza Mayor.
Al poco tiempo de su llegada hermosa forastera, causó la curiosidad de gran parte del vecindario. Cuentan que muchos de los importantes hombres de la ciudad quedaron fascinado por su belleza. Al verla caminar por la calle principal de La Cañada, los caballeros saludaban con majestuosidad a la carismática joven.
También se comentaba que la mirada de aquellos ojos celestes que tenía Brunegilda, hacía perder la cabeza a cualquiera.
Pasó el tiempo y la bella hechicera, quien había huido de la inquisición, regresó a sus prácticas de adivinación y brujería pero con mayor poder. Otra vez, cientos de personas concurrían a su morada para saber sobre la salud, el amor, la fortuna.
La clarividente se hizo muy popular hasta que un Corregidor amaneció muerto en la puerta de su casa. La noticia del fallecimiento de este funcionario real hizo que varios capitulares y religiosos la denunciaran por practicar la brujería e invocar a las fuerzas diabólicas que habían hecho sucumbir a aquel súbdito del rey.
Brunegilda fue detenida y, sin explicación alguna, encerrada en el frío y oscuro calabozo del Cabildo. Por varios meses, la joven sufrió el interrogatorio y la tortura por "hacer prácticas demoníacas".
Desde Chile y luego de un tiempo, el gobernador Rodríguez de Ayala junto al tribunal de la inquisición de aquella entonces capitanía, tomó a decisión que la bella dama debía ser ahorcada.
Los cabildantes locales eligieron como era costumbre, ajusticiarla en el árbol más emblemático de la estancia llamada del Pino. Días después de la sentencia, la infortunada muchacha fue llevada a la hacienda y colgada por el verdugo del ayuntamiento. Junto a él estaban el nuevo corregidor, funcionarios y religiosos.
Pino maldito
Se dice que los españoles para orientarse en las desérticas regiones, porque andaban en tren de conquista, marcaban las ciudades que fundaban plantando pinos.
Al cobrar éstos altura, servían de guía y punto de referencia al viajero. La ciudad de Mendoza estaba determinada por tres pinos que sobresalían de su chatura de barro y paja, con sus copas frondosas.
El último de estos árboles vigías de la ciudad, se levantaba en la propiedad que luego en el siglo XIX fue del Gobernador don Pedro Molina en las afueras de la ciudad, frente a la calle de Los Pescadores, en El Sauce, distrito del Plumerillo, a pocas cuadras de la calle de La Cañada, hoy Ituzaingó.
Por esta razón a esta casa se le llamaba la casa del "Pino". El árbol alcanzó cincuenta metros de altura y cinco de diámetro. El 9 de noviembre de 1938, el árbol fue abatido sin que aquel día se produjera tormenta o viento zonda. Fue atribuido a la maldición de Brunegilda.
Los pescadores tejieron la leyenda: la Brunegilda se les aparecía de noche vestida de blanco. Los viejos del lugar aseguraban haber visto entre el verde ramaje del pino la figura de mujer hermosa con reflejos de luna. Un nativo huarpe de 89 años, José Coronel, aseguraba haber visto sobre el pino a la hechicera del trágico final.