El ejercicio de analizar la fundacional temporada (1999/2000) de Independiente Rivadavia en la Primera B Nacional obliga a una indefectible división de semestres.
No supo aprovechar el envión que le dio el ascenso de categoría y de agosto a diciembre fue una verdadera decepción, un desconcierto total.
Atrás habían quedado esos gloriosos meses del torneo Argentino, en los que se multiplicaron las ilusiones por llegar de una vez por todas a la antesala de Primera División. Y cuando se encontró con la realidad de saberse un grande del Interior que debía redoblar la apuesta, le tuvo miedo a la inversión.
Fue mucho ruido y pocas nueces. Porque sus dirigentes armaron un equipo para mantenerse y la Lepra terminó sufriendo por la permanencia hasta la última fecha, en la que se encontró con el milagro de la salvación y la clasificación al Reducido por el segundo ascenso a la elite del fútbol argentino.
Eso sí, para llegar a ese premio no sólo tuvo que redoblar esfuerzos y apostar fuerte para la segunda parte del año. El Y2K (problema informático del cambio de siglo) trajo aparejado un cambio de chip. Y lo que parecía un manotazo de ahogado con la llegada de Luis Blanco (tras las idas de Pablo Comelles y Carlos Ramaciotti, quien dirigió al equipo sólo 5 partidos) y siete refuerzos -Monasterio, Estévez, Natalicchio, Horacio García, Favre, Zaccanti y Marinilli- significó una amalgama perfecta entre lo viejo y lo nuevo.
En ese primer semestre de 2000, Independiente explotó futbolísticamente: jugó trece partidos, de los cuales ganó diez (7 consecutivos), empató uno y cayó en dos oportunidades. Se impuso en los clásicos ante el puntero San Martín, que llevaba 12 juegos sin caer, y un Godoy Cruz que deambulaba lleno de problemas financieros y no encontraba su rumbo en la cancha.
Así, logró sacar el pasaporte para iniciar el Reducido en el que se topó con Los Andes, que con las increíbles atajadas de su arquero Darío Sala se llevó media clasificación a Lomas de Zamora, donde en un campo totalmente embarrado, el Azul cayó como un grande y dando pelea hasta el último suspiro.