Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Con cada día que pasa, nuestro nuevo presidente está descubriendo que cada gran problema que enfrenta es como el Obamacare -si hubiera una solución fácil y buena, ya se habría encontrado, y hasta las soluciones menos buenas son más de lo que su propio partido está preparado para pagar o el país está listo para tolerar.
Sin embargo, trágicamente, el martes, Trump recibió esta lección en política exterior mediante un ataque con gas venenoso, verdaderamente repugnante, contra civiles sirios, muchos de los cuales eran niños, y que, según se dice, lo cometió el régimen pro ruso y pro iraní de Bashar Assad.
El presidente Donald Trump llegó al cargo con el punto de vista ingenuo de que podría hacer del combate contra el Estado Islámico la pieza central de su política para Oriente Próximo - y, para demostrar su rudeza, solo dejar caer más bombas y enviar más fuerzas especiales que el ex presidente Barack Obama. Trump también parecía pensar que combatir al EIIL sería un puente para construir una sociedad con el presidente Vladimir Putin de Rusia.
Fue ingenuo porque el EIIL no existe en un vacío - ni tampoco es el único malo en la región. El EIIL es producto de una reacción musulmana sunita a las extralimitaciones a gran escala de Irán en Irak, donde las milicias chiítas apoyadas por ese país y las fuerzas del gobierno iraquí de Nuri al Maliki trataron de aplastar todo vestigio de poder sunita en Irak y hacerlo un vasallo de Irán. (Si se piensa que el EIIL está enfermo, solo hay que poner la frase "ejercicios de poder hasta la cabeza y milicias chiítas en Irak" en Google y se descubrirá que el EIIL no inventó la depravación en esa parte del mundo).
El ataque violento iraní chiíta en contra de los sunitas iraquíes se llevó a cabo en paralelo con el régimen chiíta alauita en Siria, convirtiendo lo que comenzó como un movimiento por una democracia multisectaria en Siria, en una guerra sectaria entre sunitas y chiítas. Asad supuso que si solo acribillaba a balazos o mataba con gases venenosos a suficientes sirios sunitas podría convertir sus esfuerzos democráticos en una lucha sectaria en contra de su régimen chiíta alauita, y, ¡abracadabra!, funcionó.
La oposición casi lo derroca, pero, con la ayuda de Rusia, Irán y la milicia Hezbolá de Irán, Asad pudo aporrear a los sunitas sirios hasta someterlos también.
El EIIL fue la criatura deforme creada por un movimiento de tenazas - Rusia, Irán, Asad y Hezbolá en Siria en un flanco, e Irán y milicias pro iraníes en Irak, en el otro. Cuando Trump dijo que quería asociarse con Rusia para aplastar al EIIL, fue música para los oídos de Asad, Rusia, Irán y Hezbolá. Como todos los demás, supusieron que podrían manipular la ignorancia de Trump para su ventaja.
Así es que la semana pasada, alguien llamado "Rex Tillerson" (quien, según me dicen, es el secretario de Estado estadounidense) declaró que "el pueblo sirio decidirá la situación de largo plazo del presidente Asad" - como si el pueblo sirio fuera a tener pronto elecciones internas sobre el asunto, al estilo Iowa. Nikki Haley, la embajadora estadounidense ante Naciones Unidas, hizo el mismo argumento todavía más cobardemente y dijo a los reporteros que "la prioridad (de Estados Unidos) ya no es quedarse ahí y concentrarse en sacar a Asad".
No sorprende que Asad no sintiera ningún reparo en cometer lo que este periódico describió como "uno de los ataques en Siria más letales con armas químicas, en años", en el que murieron docenas de personas en la provincia de Idlib, el último bastión importante de los rebeldes sirios.
Eso sí, Donald Trump no causó este problema en Siria, y tiene razón en quejarse de que el equipo de Obama se le dejó en el regazo, el cual tuvo su propia estrategia fútil para lidiar con Siria: tratar de negociar con Rusia e Irán, los actores clave allá, sin crear ninguna ventaja en el terreno.
Sin embargo, si se está buscando un culpable del porqué Estados Unidos se ha negado a intervenir en Siria, es necesario voltear hacia la izquierda y hacia la derecha.
"El único obstáculo para tener influencia en Siria es la democracia en Estados Unidos", explicó Michael Mandelbau, un experto en política exterior y autor de "Mission Failure: America and the World in the Post-Cold War Era" ("Misión fracaso. Estados Unidos y el mundo en la era posterior a la guerra fría"). "Los estadounidenses simplemente no quieren derramar sangre, ni gastar recursos para producir lo que probablemente sería un resultado menos horrible, pero, con todo, nada bueno, en Siria". Y eso es un derivado de las fallidas intervenciones de George W. Bush en Irak y Afganistán.
Desafortunadamente, ahora pienso que no hacer nada es un error. Solo dejar que Asad siga tratando de restablecer el control en toda Siria significará masacres sin fin. Una solución negociada para compartir el poder es imposible; no hay confianza.
La solución menos mala es una división de Siria y la creación de un área protegida, principalmente sunita - protegida por una fuerza internacional, incluidas, de ser necesario, tropas estadounidenses. Eso, por lo menos, debería detener las matanzas - y la afluencia de refugiados que están impulsando respuestas negativas del nacionalismo populista por toda la Unión Europea.
No será bonito, ni fácil. Sin embargo, la guerra fría colocó a 400.000 tropas en Europa para mantener la paz sectaria allá y para mantener a Europa en el carril de la democracia. Vale la pena tratar de hacer que la OTAN y la Liga Arabe establezcan una zona segura en Siria con el mismo propósito. Y, entonces, si Putin e Irán quieren mantener al carnicero Asad en Damasco, pueden tenerlo.
Es eso, presidente Trump, o prepararse para muchísimos más días como el martes. Como dije, cada problema es como el Obamacare; nunca tan fácil como usted pensó que sería arreglarlo. Las opciones menos malas solo se pueden forjar con un compromiso en medio y, como sus hoteles, pronto todos llevarán su nombre.