La laguna de las lágrimas

La laguna de las lágrimas
La laguna de las lágrimas

Estaba sentada al borde de la laguna. Mucho silencio. Aquel que buscaba. Sólo era interrumpido por el graznar de una nutrida población de garzas.  Algunos flamencos rosados ponían un toque mágico. Se estaba levantando el sol, y el contraste del rosa con el celeste del cielo y del agua, era impactante. Hubiera deseado perpetuar aquel instante. La laguna no era muy grande. La había bautizado “Laguna de las lágrimas” y era tan profunda como su pena.

Con un cuaderno y un lápiz, permanecía allí largas horas. Repasaba sus días, los anteriores, aquellos en los que la vida le sonreía. Usando como pantalla el espejo de agua, proyectaba las imágenes que el corazón le alcanzaba.

Eran imágenes nítidas y las miraba entre llantos y risas. De pronto, las aguas se inquietaron. Aquella barca pequeña que para nada le había llamado la atención, comenzó a zozobrar. Alguien levantaba los brazos pidiendo auxilio. Intentó moverse y no pudo. Estiró los brazos, mucho, mucho. Parecían elásticos. Querían asir al náufrago, porque era un hombre el que estaba en peligro de muerte. Ella le gritó. Él también. Ella siguió estirando los brazos. Él también. Fue inútil, desapareció en poco rato.

Allí quedó ella, con su cuaderno, su lápiz y su pena. La laguna, con unas cuantas lágrimas más, comenzó a serenarse. Sólo por un rato. Sus aguas volverán a inquietarse. Una y mil veces.

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