La juventud maravillosa del papa Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa

La juventud maravillosa del papa Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa
La juventud maravillosa del papa Francisco - Por Carlos Salvador La Rosa

Juan Grabois representa para el papa Francisco lo que la "juventud maravillosa" representaba para Juan Domingo Perón. Lo siente como hijo espiritual. Y tiene sus razones el Santo Padre, para nada ilegítimas.

Por vocación social más que política, en sus años mozos el curita Bergoglio se acercó a un sector del peronismo compuesto por la agrupación Guardia de Hierro conducida por Alejandro “Gallego” Alvarez y el FEN (Frente Estudiantil Nacional), cuyo jefe era el papá de Juan, Roberto “Pajarito” Grabois. Esos sectores peronistas, en los años 70 expresaron a aquellos muchachos que querían predicar (como los actuales evangelistas con su credo religioso) el pensamiento "puro" de Juan Domingo Perón, excluido de sus variantes extremistas, de derecha o de izquierda. "Sonríe, Perón te ama", era una de las frases místicas, cuasi religiosas, de esas agrupaciones portadoras de un proyecto político más sentimental que racional, donde la ideología y la religión se mezclaban de un modo que se hacían indistinguibles.

Para Juan Grabois, Cristina no es su líder indiscutida como lo era Perón para su padre; él la ve más como una tía buena (¿se acuerdan de Héctor Cámpora, al que le decían el tío?), políticamente muy valiosa, a la que se debe ayudar en lo que supone es una persecución contra ella. Pero sí es su líder indiscutido el papa Francisco.

Grabois hijo se ha convencido de que el papa Francisco es la continuación de la gesta revolucionaria de su papá y de Perón. Y él quiere ser el heredero y la síntesis de todos ellos, del papá "Pajarito", del General, del tío Cámpora, del Santo Padre, y hasta de Néstor y Cristina. Juan es de este mundo pero está construyendo un reino que es más que de este mundo.

Milita en el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). No le interesa la riqueza material, parece sinceramente convencido en su fervor a favor de los pobres y se siente imbuido de la misma causa de lucha que la juventud peronista de los 70 (antes políticamente se era joven a los 20 años, hoy esa categoría se prolonga incluso a Grabois con sus 35 años).

Aunque, claro, también posee de la “gloriosa JP” su misma soberbia en el sentido de creerse portador de alguna verdad trascendental.

Es un cura sin sotana, pero no de los pedófilos sino de los buenos, de los que creen en serio estar militando para Dios y busca algún tipo de santidad. Se siente una especie de San Francisco de Asís contemporáneo.

Por hacerle recordar tiempos e ideales pasados y por militar los ideales de esos tiempos en el presente, al Papa le encanta este jovenzuelo desenfadado a veces pero estructurado otras. Que al igual que los setentistas en los que se inspira, es portador de un espíritu libertario y de una épica revolucionaria, pero también de una estructura mental tan jerárquica como la militar o la religiosa.

Rodolfo Galimberti en los años 70 era la promesa juvenil de Perón, tanto que el viejo general, poco antes de su regreso definitivo a la Argentina, lo designó como su Delegado Juvenil ante el Consejo Superior Peronista. Allí el “Galimba” creyó tocar el cielo con las manos y con su infinita petulancia supuso ser el heredero de Perón, tanto que decidió tomar un anticipo del legado y entonces propuso armar milicias populares a fin de ir preparando la guerra de liberación, para que Perón retornara al poder con las armas más que con los votos. El General no tardó ni un instante en sacarle el cargo y en desdecirlo absolutamente. Pero Galimberti siguió a los tiros desde Montoneros.

Con el correr de los años el “Galimba” mostró que le gustaba más el dinero que la política. Es que en el fondo siempre fue más un aventurero temerario e inescrupuloso que un militante real. Mientras que -y aquí la comparación lo favorece enteramente- Juan Grabois no parece ser nada de eso, su soberbia no proviene de su ambición sino de creerse un elegido, un santo laico. Aunque, obviamente, en un mundo tan corrupto y corruptor como el que vivimos, las tentaciones del pecado pueden provenir tanto de un lado como del otro. De la materia o del espíritu.

Así, poco tiempo atrás Juan Grabois le regaló un rosario bendecido por el Papa a Lula en prisión. En realidad Francisco había bendecido el rosario pero no se lo había enviado especialmente a Lula. Grabois dijo lo primero pero no lo segundo, de modo que subliminalmente se diera por sobreentendido que Francisco se lo enviaba a Lula.

Fue una picardía política que ahora acaba de repetir. Se juntó con un referente francisco-cristinista, Eduardo Valdés (ex embajador K en el Vaticano), y entre ambos decidieron hacerle el aguante a la expresidenta en los tribunales de Comodoro Py cuando ella fue a declarar por los presuntos múltiples delitos de corrupción de los que está acusada.

Grabois sabe que su actual minuto de fama lo tiene nada más que por presentarse como un hombre cercanísimo al Papa, sino como su delegado, sí algo parecidísimo. Entonces, cada vez que dice o hace algo, no ignora que se le presta atención por Francisco, no por que él posea una entidad política significativa.

Y por más que desde la Iglesia aclaren (aunque, además, nunca lo aclaran demasiado como sí hacen en otros temas) que el Papa no le bendijo personalizadamente a Lula el rosario o que no mandó a nadie para expresarle un apoyo a la dama multiimputada por la Justicia, estas actitudes complican innecesariamente al Papa en una interna política menor. Si las únicas dos personas que van a apoyar a Cristina (cuando ella además pidió que no vaya nadie) son dos allegados al Papa, es muy difícil desligar a Francisco de tal apoyo. Y eso Grabois lo recontrasabe por más que diga que Francisco no tuvo nada que ver.

Sin embargo, así como sus compañeros de la CTEP no le dijeron nada por su jugada oportunista a favor de Lula, sí le reprocharon y duramente su imprudencia con Cristina.

Ante este reproche inesperado para él, Grabois sostuvo no ser cristinista, incluso admitió que hubo corrupción y mucha en la era K. Hasta aceptó a duras penas que Cristina tal vez conocía parte de ella... pero que aun así el país la necesita para luchar contra los malos. Y en la guerra santa todo vale.

De todo ese dinero que de modo y en cantidades pornográficas recolectó el gobierno anterior según hoy se está demostrando judicialmente más que con creces, una parte -la menor- fue usada para crear un enorme aparato comunicacional, cultural, artístico y universitario para que los justificaran armándoles un relato de izquierda. Les bastó a los Kirchner hablar en el mismo lenguaje que los que quería seducir para que esta gente con tantas ínfulas revolucionarias, tan rebeldes y tan enemigos de todo poder, se les subordinaran como corderitos. Lo que confirma que de la vanidad nadie escapa.

Los peronistas no saben cómo sacarse de encima a Cristina porque sienten que en vez de acompañarla hasta la puerta del cementerio como hacen con todos sus reyes caídos, ya están entrando en el camposanto con ella. Los empresarios están cantando todo y entregando un kirchnerista por hora. Pero el aparato cultural que se sintió identificado con los Kirchner (incluso los que cobraron para ello, en proporción recibieron migajas) siguen defendiendo a Cristina con una lealtad incomprensible y ciega porque ante tantas evidencias, ni siquiera creen que sean verdaderas. Mientras que los políticos peronistas y los empresarios prebendarios no tienen la menor duda de la veracidad de toda la corrupción destapada, aunque tengan miedo de reconocerlo para no quedar implicados. Pero el aparato cultural K sigue defendiendo como patrullas perdidas una guerra terminada.

Juan Grabois, aunque no se admita kirchnerista, forma parte indisoluble de ese aparato cultural y como fiel creyente, no necesita ver para creer. Mejor dicho, él, y los que son como él, para creer se están negando a ver. Con lo cual, en particular aquellos que hacen esto por ideales y no por prebendas, se están arrodillando ante falsos ídolos.

Al final de su vida, Perón, parafraseando a Chou en Lai, decía que la juventud es maravillosa pero que no hay que decírselo, porque entonces los chicos comienzan a creerse más de lo que son. Perón dejó de decírselos demasiado tarde, y así le fue. Es de esperar que el Papa no cometa el mismo error con sus jóvenes maravillosos.

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