Como en casi todas las causas argentinas, tienen que pasar décadas para que llegue la justicia, si es que llega. Con los desaparecidos, con la corrupción, con las víctimas de la inseguridad. Y Malvinas no es la excepción.
Tuvieron que pasar 35 años para que comenzaran a identificar a los 121 soldados enterrados como “NN” en el cementerio Darwin, y el mismo tiempo para que la justicia tome nota de las denuncias de maltrato a muchos de los soldados que fueron enviados a combatir en la gesta delirante del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri.
Cuando empezamos a saber quiénes son los sepultados con la leyenda “Soldado sólo conocido por Dios”, la justicia pide la detención de 26 militares implicados en denuncias que se gritaron durante décadas y que pasaron de tribunal en tribunal hasta llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hubo militares que trataron bien, que cuidaron. Y hubo militares que dejaron a chicos que acababan de terminar el secundario pasar hambre, que aplicaban castigos incomprensibles para una situación triste y terrorífica.
“Nunca entendí a los militares argentinos. Después de la victoria británica accedimos a un depósito que ellos tenían frente al 10 de John Street y encontramos comida almacenada hasta el techo. Era increíble. Había latas de aceite, de conserva, harina, yerba. ¿Y por qué entonces no se lo dieron a los soldados?”, se preguntaba Verónica Fowler, la única kelper a la que le cayó una bomba en su casa durante la guerra y que recibió a periodistas argentinos cuando viajó el primer contingente de nuestro país después de la guerra, en 1999.
Fowler contó que veía a los soldados revolver basura. Más de una vez los vecinos, aún sintiendo que cometían una falta, se apiadaron de ellos y les dieron de comer, o los invitaron a pasar a sus casas. Cuando volvían de esas rondas, muchos eran castigados
En 2015, el gobierno de Cristina Kirchner desclasificó documentos de las Fuerzas Armadas donde estaban registrados esos testimonios de torturas y castigos.
Algunos relataban cosas como el pie de trinchera -congelamiento de los pies por la humedad y el frío del terreno-, desnutrición, estaqueamiento -torturas amarrando extremidades a cuatro estacas-, enterramiento en fosas y otros castigos físicos por haber dejado sus puestos para salir a buscar comida, o por cometer faltas esperables de chicos con cero experiencia en guerra.
En los archivos saltó un documento secreto firmado por el entonces comandante en jefe del Ejército, el teniente general Cristino Nicolaides, en el que ordenaba ocultar esos delitos cometidos en las islas.
Fowler, como otros kelpers, cuentan a cualquiera que visite las islas los oscuros recuerdos de los “soldaditos” argentinos. No lo pasaron bien porque estaban en guerra. Pero algunos lo pasaron peor porque tuvieron que arreglárselas para enfrentar a una superpotencia militar con poco y nada, debieron lidiar con castigos crueles de superiores estresados, desesperados y obsesionados con ganar o ganar aún en condiciones de desventaja.
Muchos de esos chicos se suicidaron. Nadie les dio nunca respuesta. Varios están vivos. Ellos y sus familias, tal vez ahora, logren algo de la justicia que tuvieron que llegar a mendigar.