1. Venezolanos que residen en nuestro país suelen valerse de una expresión: “el playlist argentino”. A media sonrisa, denominan así al muy común hábito que tienen nuestros compatriotas de -sin que nadie se los pida- explicarles a los propios venezolanos ¡las razones del problema político de Venezuela!
Me hace acordar a esa reiterada escena de programas como “Intratables”, donde los panelistas les arrojan a la cara de los invitados bolivianos, venezolanos o chilenos, sus discursos de maestros ciruela, sus explicaciones sesgadas y hasta las chicanas que solo llevan agua al molino del opinador (porque nosotros vemos todo, todo, todo con las anteojeras de la grieta). ¿Aprovechar la visita foránea para aprender más de la experiencia del otro? No estaría sucediendo...
Es llamativo que nosotros, los argentinos, que todavía no nos ponemos de acuerdo en la tarea de diagnosticar nuestro prontuario de deudas, devaluaciones y miserias, tengamos la suficiente cara de piedra como para arrogarnos la capacidad de andar por allí explicando qué sucede en Ecuador, Bolivia, Chile y si nos apuran, hasta en Hong Kong.
No sabemos ni dónde se ubican estos sitios en el mapa, pero en una mesa de café, en un pim pam pum, le solucionamos la vida a los queridos extranjeros.
2. Entre paréntesis. (El virus del “Hablemos sin saber” se extiende entre nosotros más rápido que foto de gato en Facebook. Y no sólo con el tema de la política internacional.
Anécdota: escuché hace un tiempo un programa de radio en una fm perdida en el que locutor y locutora se trenzaban en un debate de bajo vuelo sobre las diferencias entre el hombre y la mujer para hacer ciertos trabajos… Un amable oyente les envió por e-mail un documento científico que sostiene que no existen esas diferencias que tanto gustaban citar a los comunicadores. El del micrófono soltó: “¡No voy a leer esto ahora!
Gracias de todos modos. Pero sigamos con el debate”… (El show del lugar común must go on).
3. Fue una joven “de a pie” chilena la que lo predijo todo, hace dos años, cuando publicó un posteo en las redes que sorprendió a más de uno, porque alcanzó un nivel de viralidad poco visto en temas políticos. Ella, la hasta entonces ignota Camila del Carpio, escribió un texto titulado “Soy rica y no me he esforzado un puto día de mi vida” y, de alguna manera, describió en qué estado se encontraba la bomba de la sociedad chilena: un cóctel con iguales dosis de elitismo, desigualdad y encima, un discurso de “meritocracia” que irrita a los miles de trasandinos que se caen del angosto mapa del país vecino. Porque el disparador del despiole chileno puede haber sido el aumento del boleto del subte; pero el daño se multiplicó cuando un funcionario sugirió que si querían pagar menos que se levantaran temprano y así gozaran de un descuento. La raíz del conflicto es la inequidad, pero la mecha está en la indiferencia de la clase pudiente ante ella. Piñera, hace un par de meses, decía que Chile era un oasis en un continente en ebullición; mientras la elite chilena no parecía preocuparse por el hecho de que el sistema de crear riqueza generara la séptima economía más desigual del mundo; y al mismo tiempo esa clase política privilegiada le decía “vago” a quienes componen la base que sostiene toda la pirámide...
Pero volvamos al texto de Camila. Vale la pena compartir algunos párrafos de este rotundo post en Facebook: “Que paja leer en muchos lados que ‘para ganar plata hay que trabajar’; ‘los ricos no se hacen por generación espontánea, se hacen ricos porque se sacan la cresta trabajando’; ‘estos flojos quieren que les regalen todo’. Lo digo desde mi posición, no de familia rica, pero sí pudiente: yo no me tuve que sacar la cresta para tener auto, me lo regalaron cuando salí de 4to medio; yo no me saqué la cresta levantándome temprano todos los días por 14 años para llegar a la hora al colegio después de viajar una hora colgando de la micro, porque me fueron a dejar en auto hasta que terminé el colegio; yo no me saqué la cresta trabajando para pagarme los estudios, porque mi papá me pagó las dos carreras y yo salí a los 27 con dos títulos y sin ninguna deuda”, tipeaba Camila, recibida con el título de Administración en la Universidad de Santiago.
Y sigue como quien escupe el mito de que “el que es pobre de alguna manera se lo merece”: “¿Meritocracia?, perfecto, estoy totalmente de acuerdo. Pero meritocracia en igualdad de condiciones. Meritocracia cuando tuviste las mismas oportunidades que yo, cuando en tu jardín no te pegaban, cuando en tu colegio la educación era del mejor nivel, cuando no tenías que vender cosas en la calle para comprarte comida y podías dedicarte a estudiar; cuando en tu barrio habían espacios seguros para desarrollarse y no weones fumando y jalando en la esquina a las 2 de la tarde; cuando tenías el apoyo de tu familia en lugar de vivir solo, porque tu mamá tuvo dos empleos para poder mantenerte”.
4. Esto se escribió hace dos años, cuando este último mes de violencia y revolución moderna no cabía ni en el sueño del más apocalíptico de los sociólogos. En todo este tiempo, la joven tuvo que salir a aclarar que sus padres sí se esforzaron para salir adelante en los 70, que tampoco es que sea millonaria y que nunca buscó esto de volverse viral. Que espetó todo esto por una sola razón: “porque pienso que en este país faltan oportunidades para todos, no que las cosas no se consiguen sin esfuerzo. Todo requiere esfuerzo, pero es distinto cuando tienes que esforzarte para lograr cosas cuando tu entorno te apoya y tienes mucho avanzado, que cuando tienes que esforzarte por sobrevivir a penas”. Y lo escribió así: no puso “apenas”, si no “a penas”. Refiriéndose a toda esa tristeza que atraviesa el largo mapa del vecino país.