La irrefrenable necesidad de mirar el mundo

Desde Palmira, el trabajo creativo de la fotógrafa Lorena Mont. Su formación, su manera de trabajar y sus nuevos proyectos.

La irrefrenable necesidad de mirar el mundo
La irrefrenable necesidad de mirar el mundo

Romanticismo y pasión son las palabras que emanan de todos los lugares a los que puede llevarnos la fotografía de Lorena Mont (1982).

A partir de un estrecho vínculo con la literatura, esta mendocina inició hace sólo un par de años su carrera en el plano de las artes de forma autodidacta. “He tenido ayuda de grandes fotógrafos, quienes, desinteresadamente me han guiado”, explica.

Comunicadora social de profesión y ávida lectora, su medio de vida es la docencia. Vive y trabaja  en Palmira, la pequeña ciudad de San Martín que la vio nacer. En su tiempo libre, Mont está con su cámara colgada al cuello.

Caminando anónima, aislada. Observa la porción de mundo en la que le toca vivir y desde allí registra el mundo entero. “Me despierto diariamente con el canto de un gallo y en el día me acompañan por la calles los chivitos de enfrente. Chocos y niños correteando…”, describe sobre su ciudad.

Recortes que esconden sus pasiones, sus mentiras, sus miedos. Qué susurran soledades inundadas de silencio. Recortes en los que abundan tantas otras abstracciones melancólicas que saca sin pausa de la poesía que más la inspira. “Alejandra Pizarnik, es una poeta a quien admiro profundamente”, admite.

-Siendo comunicadora y docente, ¿qué te llevó a incursionar en la fotografía?

-Comencé hace varios años un taller literario  y  el profesor  recuerdo que en una oportunidad me dijo: “Escribís con imágenes”. Esa frase quedó haciendo punta en mi cabeza. Pasó un tiempo y se  me enfermaron los ojos –me diagnosticaron glaucoma-.

El pronóstico que me dieron al principio no era alentador porque peligraba mi vista. En la desesperación de pensar que podía quedar ciega me fui corriendo a una librería a comprarme decenas de libros. Empecé a leer con obsesión. También comencé a pintar y me compré luego mi primera cámara de fotos, una Nikon.

-Se trató de un intento desesperado por aferrarte a imágenes…

-Todo era parte del mismo plan: miremos todo lo que tengamos que mirar, hoy. Luego… la situación se estabilizó, al menos ya no había señal de alarma. Pero a partir de ahí me incliné por la fotografía. Me sedujo tanto que comencé a estudiar de distintos libros, a mirar tutoriales. He tenido ayuda de grandes fotógrafos, quienes, desinteresadamente me han guiado.

-¿De qué forma se relacionan la literatura y la fotografía en tu trabajo? ¿Lo primero influye y determina lo segundo?

-La literatura fue la que me mostró que existen infinidades de universos. Me enseñó a mirar: pero no mirar como quien se ve al espejo en las mañanas, mirar penetrando. Tratar de buscar eso que se esconde detrás de todo lo que los demás ven a simple vista.

Cuando se vuelve espontáneo ese ejercicio de sensibilidad y se encuentran “escenas” ¿Cómo no contarlas? ¿Cómo no compartir esa belleza?  ¿Cómo no gritarlo? Es ahí cuando tenés dos opciones: o sacás el anotador como lo haría un escritor, o sacás una cámara de fotos, como lo hice yo.

Pero los dos elementos tienen el mismo objetivo, intentan representar la realidad de una manera “fantástica”.

-A Julio Cortázar justamente, le parecía curioso que fotógrafos como Cartier-Bresson o Brasai definan su actividad como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, pero de forma que ese recorte sea una explosión que abre una realidad mucho más amplia.

-Nuestra memoria es una sucesión de fotografías. Recordar un momento es ver una foto fija, un recorté finísimo de nuestra historia. Aquello que  parece una exigencia me parece por el contrario una ventaja si hay capacidad de síntesis. Una fotografía puede  ser una historia.

Tiene tiempo, atmósfera, ritmo, tono, personajes… El reto está en combinarlos de tal forma que el espectador “vea” a partir de ese recorte algo que está mucho más allá.

-Tus fotos, ¿qué muestran de tu historia personal, de tu pasado?

-Todo. No hay expresión artística que no hable de uno. Somos memoria. Mis fotografías muestran cómo escribo, qué escucho, qué leo, qué sueño y a qué le temo.

-¿Sos una persona solitaria?

-Sí, soy una persona solitaria. Me gusta la soledad y el silencio. Disfruto muchísimo viajar sola y estar en contacto con la naturaleza. Los momentos se vuelven eternos y siento que puedo crear con más profundidad.

-Dijiste "recordar un momento es ver un foto fija". El fotógrafo se ve exigido a escoger una imagen -y sólo una-. El cuentista debe elegir un solo acontecimiento la hora de narrar…

-La fotografía debe provocar lo que tiene un cuento para llevar al lector hasta el final: un gancho. La foto provoca algo así como una “explosión” en los ojos que invita a ir un poquito más allá.

Como sucede en un cuento: un buen cuentista sabe resolver eso en el primer párrafo. La imagen abandona su apariencia real para ser representada en un mundo más amplio y lleno de percepciones.  El fotógrafo puede crear mundos literarios con un simple click.

-Hoy hacer una foto linda es "sencillo". Quiero decir: el photoshop y la tecnología en general permiten hacer tanto retoque…

-Hacer una foto linda es sencillo. Todos sabemos qué hacer para que “sea todo lindo”. La tecnología retoca digitalmente  lo que antes se lograba en forma manual. La manipulación es la misma. No existe la fotografía no manipulada

Desde que planteamos un encuadre, elegimos una u otra cámara, uno u otro lente, una u otra velocidad, estamos manipulando ese instante supuestamente real. Por eso creo que la realidad no existe y la fotografía con edición está bueno que exista.

-Entonces, ¿qué te parece que debe reunir un fotógrafo actual para ser realmente bueno?

-Me imagino que debe diferenciarse manteniendo su estilo y siendo fiel a su impronta sin preocuparse en las modas. Debe ser auténtico.  Pero que esa diferencia no deber ser producto de un acto forzado. Ser distinto es una consecuencia, no un fin.

-¿Cómo es Palmira, la ciudad en la que naciste y en donde vivís?

-Palmira es una ciudad muy pequeña. Siempre me llamó mucho la atención el ferrocarril y su atmósfera de óxido y abandono. Sus casas bajas, mi abuelo tornero y su taller y el viejo zapatero pegadito a la estación.

Palmira, si fuese música sería un tango. Vivimos en un pueblo con mucha marginación y delincuencia y un olvido que la fomenta. Pero aun así veo siempre a niños jugando a la pelota en el medio de la calle como cuando lo hacíamos nosotros,  aquí en el mismo barrio.

Me despierto diariamente con el canto de un gallo y en el día me acompañan por las calles los chivitos de enfrente. Chocos y niños correteando y un gran puñado de gente que la pelea diariamente, porque acá a veces todo está muy lejos.

Palmira es el lugar que hoy elijo para vivir y en donde tengo a mis afectos más cercanos, pero no sé si es mi lugar en el mundo. A veces me imagino más cerca de la montaña, con menos ruido.

-Describinos la fotografía que has elegido para ser reproducida en esta entrevista

-Elegí “Cruce”. Esta fue una de las primeras fotos que tomé con mi cámara réflex. Hace ya casi dos años y es mi preferida. Fue el puntapié inicial, el primer poema. Estaba, personalmente, en la necesidad de elevarme en plena encrucijada.

Apareció “ella” que era un yo desdoblado, enmascarado. Porque “ella” si bien no se ve, no deja de mirarse. La tomé en el piedemonte mendocino, justo  en la cumbre de una pequeña colina. Sentí una pequeña brisa y cómo los pies se entregaban.

- ¿Cuáles son tus desafíos próximos?

-Estoy en un proyecto colectivo con cuatro fotógrafos amigos, a los cuales admiro profundamente como artistas y personas: Carlos Leandro Henríquez, Pauline Vingoud, Guadalupe Castro y Maxi Castro. Individualmente estoy trabajando en dos series: “Mendoza a contraluz” y “Onírico”.

La primera es sobre paisajes mendocinos y la otra son imágenes recreadas a partir de una serie de poemas que llevan el mismo nombre.

En síntesis

Lorena Mont es mendocina. Vive en Palmira. Nació el 7 de enero de 1982.
Un libro: "Árbol de Diana", de Alejandra Pizarnik. 
Una película: "Cielo sobre Berlín", de Wim Wenders (1987). 
Un grupo de música: Pink Floyd. 
Un disco: "Yendo de la cama al living", de Charly García (1982)
Una canción: "Barro tal vez", Luis Alberto Spinetta 
Twitter: @lorenamontt

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA