Independiente Rivadavia buscaba de manera desesperada por todos los rincones y, curiosamente, tenía enfrente de sus narices la solución a todos los males que lo aquejaban. En casa estaba un tal Martín Astudillo dirigiendo a los pibes. Sus pergaminos como futbolista lograban convencer a la dirigencia para darle una oportunidad como entrenador. Rápidamente logró lavar la cara de un equipo insulso y ante Talleres de Córdoba comenzaba a mostrar credenciales que ratificó en Floresta para sumar cuatro puntos de seis. ¿Y cuál fue el secreto?
“Tratamos sólo de darle conceptos puntales a los futbolistas, más allá de lo táctico, de la disposición en el campo de juego. Le brindamos una información que pueda absorber de manera sencilla en cancha como por dónde podemos hacer daño al rival o hacerles saber los recaudos debemos tener para que no nos lastimen. Y trabajar con normalidad y profesionalismo, no mucho más”, cuenta Astudillo, quien está haciendo su primera experiencia como entrenador de Primera.
“En lo psicológico tratamos de que no piensen en el momento económica que atraviesan y lograr lo más rápido posible la cantidad de puntos que necesitamos para salir de esta situación incómoda”, agregó.
“Puso el sillón en el living y la heladera en la cocina”, disparaba Dolci. ¿El dardo venenoso era para Córdoba? Silva se sumaba a Franco y decía “ninguno de nosotros quería seguir jugando como lo veníamos haciendo”. Sí es cierto que el equipo tácticamente se nota balanceado.
“Tiene un perfil bajo y te hace entender las cosas de manera simple, es muy práctico”, explica por su parte Agüero, el ahora capitán del equipo tras la salida de Leandro Aguirre. “Dejamos lo mejor con todos”, el Flaco Pereyra buscaba ser más suave.
