La intolerancia sacudió otra vez al mundo

La ola de sucesos de violencia gestados por la intolerancia está haciendo pender de un hilo la paz y la seguridad en el mundo. El ataque criminal a Charlie Hebdo, más allá de las irreverencias de la publicación, no puede justificarse. Los excesos en este

La intolerancia sacudió otra vez al mundo

El mundo volvió a conmoverse con el brutal accionar terrorista contra la publicación semanal francesa Charlie Hebdo, el miércoles 7, que costó la vida a 12 personas, en su mayoría periodistas y conocidos humoristas gráficos de aquel país. La acción de los terroristas que actuaron en las oficinas de la revista parisina fue en represalia por la postura crítica que ésta, por lo general, mantenía hacia el fundamentalismo islámico.

Al margen de la saludable respuesta de las profesionalizadas fuerzas de seguridad francesas, con la rápida identificación y localización de los responsables, hay que reparar en que nos hemos encontrado ante un hecho de tal gravedad que debe hacer reaccionar una vez más a las clases dirigentes sobre la constante amenaza que para los países libres constituye el terrorismo internacional.

Los sucesos recientes nos recuerdan que la paz y la seguridad en el mundo están en constante peligro. Con más razón si se tiene en cuenta que analistas del quehacer internacional coincidieron en que ataques como el perpetrado contra Charlie Hebdo debían ser esperados en virtud de que desde hace varios meses ya el autoproclamado Estado Islámico, que hace de la venganza contra Occidente la base de su condenable accionar, instó a los musulmanes residentes en países occidentales a librar una guerra santa paralela a la que viene ejerciendo en varias zonas de Oriente Medio mediante el desmedido uso de las armas y el castigo por decapitación en algunos casos.

El mundo está viviendo en estos tiempos una cada vez más notable ola de sucesos basados en la violencia y la intolerancia. Casos como el que nos ocupa en este artículo son más que suficientes para no relativizar nunca más la peligrosidad y gravedad de metodologías que utilizan los grupos fundamentalistas que reclutan y forman a guerrilleros como los que actuaron en París.

Más grave aún es la principal destinataria del ataque criminal, la libertad de expresión. Al margen de la irreverencia que pueda ejercer determinada publicación hacia símbolos y preceptos religiosos, de ningún modo se puede aceptar que la violencia y el ejercicio de la justicia por mano propia, en este caso puntual invocando a Dios, puedan determinar el límite de la vida de las personas. La libertad de expresión es un derecho humano fundamental cuyos posibles excesos deben ser medidos y eventualmente juzgados siempre en el marco de la ley y de la ecuanimidad de la justicia.

Además, nunca una religión puede y debe conducir a la violencia; terrorismo y creencia religiosa son incompatibles. Valga como ejemplo el no muy lejano encuentro que gestó el papa Francisco en el Vaticano con líderes de Estado judíos y musulmanes con el fin de orar por la paz como sentimiento unificador.

Finalmente, el triste hecho de París nos debe hacer pensar, también, en nuestro país. Aquí la convivencia entre credos ha sido históricamente providencial y un logro, y una muestra de humanidad para el mundo entero. Los atentados contra la Embajada de Israel y contra la AMIA, en la década del ’90, si bien tuvieron motivos religiosos como argumento, fueron planificados a instancias de otras culturas y en otros países y sólo tuvieron como escenario a nuestro país.

Por eso los argentinos debemos cuidar celosamente aquella convivencia, y así como alguna vez fuimos ejemplo de solidaridad para el mundo, podríamos ser un escenario de fraternidad en medio de la actual tempestad. Eso se cuida evitando hablar de cristianos, judíos, musulmanes, ateos, sino de argentinos. Y cuidarnos de que ningún pensamiento nos aparte en nombre de Dios.

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