Aquel torneo Nacional de 1976 fue un certamen especial y como tal, merecía una final acorde con lo que había ocurrido. Por primera vez en el profesionalismo, la cantidad de equipos (34) no permitía que las zonas de la competencia tuvieran la misma cantidad en todos los grupos.
Por problemas económicos, el campeonato estuvo cerca de no disputarse, pero el aporte de una empresa privada permitió el normal desarrollo. Y para completar, el 20 de octubre se produjo el debut del más grande jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona.
Con estos antecedentes, era lógico que el desenlace fuera destacado. Y así se dio, ya que fue la única vez en la historia del fútbol argentino en que Boca y River disputaron una final para determinar al campeón de un torneo local. Ya pasaron 42 años, pero parece ayer…
Como llegaron
Dirigido por Angel Labruna, River había sido bicampeón en la temporada anterior, quebrando la adversa racha de 18 años sin títulos. En 1976 había perdido la final de la Copa Libertadores ante Cruzeiro y había sufrido la baja de Norberto Alonso, transferido al fútbol francés.
A partir de esto el club de Núñez comenzó una renovación, contratando futbolistas. Los de mayor nombre fueron Alberto Beltrán y Victorio Coco, excampeones con San Lorenzo y procedentes de Gimnasia de La Plata y Deportivo La Coruña, respectivamente. Y también un joven que se ganó la titularidad: Emilio Nicolás Commisso.
Boca disfrutaba de su mejor momento en muchos años. En enero de 1976, Juan Carlos Lorenzo se había hecho cargo del equipo y con él llegaron refuerzos que quedarían por siempre en el recuerdo del hincha xeneize: Hugo Orlando Gatti, Francisco Sá, Ernesto Mastrángelo y Carlos Veglio. Ellos, más la base que ya estaba en el club (Pernía, Mouzo, Benítez, Felman y el regreso de Suñé), conformaron la base del campeón del Metro.
Para el Nacional arribó desde Newell's un jugador excelente, dotado de una gran técnica y una zurda maravillosa: Mario Zanabria. Con claridad, capacidad de organizador de juego y habilitaciones perfectas para sus delanteros, en especial Mastrángelo, se ganó el corazón de los hinchas.
La gran final
El día era el miércoles 22 de diciembre y el estadio de Racing, la sede para el ansiado e inédito choque. Arturo Ithurralde, el mejor árbitro de ese momento, fue el designado.
River tenía todo claro con su formación, pero en Boca persistía la duda sobre la presencia de Mastrángelo, que había terminado golpeado la semifinal.
El propio goleador lo tiene presente como su hubiese ocurrido ayer: “Luego de clasificarnos para la final, nos fuimos a concentrar a La Candela. El lunes, durante el día de descanso, el dolor en el tobillo no se me iba, por eso me llamó la atención cuando al día siguiente Lorenzo me hizo ir al consultorio médico ante la presencia de los periodistas. Delante de ellos le gritaba al doctor: ‘Véndele el tobillo izquierdo a Mastrángelo’. Cuando terminó toda esa especie de puesta en escena, le dije al Toto: ‘Maestro, yo no me puedo ni mover y el tobillo que me duele es el derecho’, a lo que me respondió: ‘Vos jugás igual y te hice vendar el sano delante de la prensa, así Passarella te pega en ese y no en el lesionado’. Un fenómeno”.
El duelo se extendía a los técnicos, dos personajes muy particulares. Según Mastrángelo, Lorenzo tenía todo pensado antes de cada partido y el mismo día de la final le dijo: “Vos tenés que jugar porque, pese a que tu marca es el Gorrión López, a mí me importa Passarella. Si vos estás en al cancha, Daniel no va a pasar al ataque por miedo a tu diagonal y Labruna no lo va a dejar ir a ningún lado”.
Al principio el dominio fue para Boca, pero dentro de un esquema donde abundaban la marca y la fricción, como lo recuerda Mastrángelo: “Era el típico clásico, donde no había espacios.
Se hizo trabado y luchado, peleando cada pelota al límite. Pero a mí me llamaba la atención el marco. Nunca había estado en una cancha así de llena, sinceramente, tenía miedo de que cedieran los cimientos y se derrumbara”.
Algo similar sintió el árbitro: “Salimos al campo con los asistentes y me sorprendí, esperaba mucha gente pero no tanta. Por un momento pensé que no íbamos a salir vivos de allí por cómo se movía el césped. Estaba parado en el círculo central y la Tierra parecía no quedarse quieta. Nunca me pasó algo igual en mi carrera”.
El partido se mantuvo dentro de la misma tónica, con poco fútbol, pero sin mala intención, como lo revive Ithurralde: “Yo tenía buena relación con los futbolistas y por eso les dije que ellos se ocuparan de jugar, que era un partido decisivo, pero que sólo podía ganar uno. Se dio así, al punto que apenas amonesté a un jugador: Merlo”.
El dominio era repartido y las pocas acciones creativas nacían en los pies de Carlos Veglio, que esa noche actuó como volante derecho. Mastrángelo se llena de elogios al evocar a su compañero: “El Toti fue un jugador extraordinario, un adelantado a su tiempo. Era un lujo compartir un equipo con un futbolista de esas características, con una claridad única”.
El gran choque parecía que iba camino a la igualdad eterna, hasta que llegó el minuto 72 y la historia se volcó definitivamente hacia Boca. Veglio recibió la pelota de espaldas al arco y cuando intentó girar fue derribado por Passarella.
Mouzo y Suñé se colocaron como para hacer el remate, mientras sus rivales trataban de ordenarse en la barrera. Allí nació una de las jugadas más discutidas de la era contemporánea del fútbol argentino, ya que Suñé acomodó el balón y ejecutó sin esperar la orden del árbitro, clavando la pelota en el ángulo y con ella un puñal en los corazones riverplatenses.
A 35 años, Ithurralde tiene presente la situación: “Lo que se dio allí fue increíble y tiene su origen antes del partido. Como la cancha estaba repleta, pensé que lo mejor era hacer el sorteo en mi vestuario, para que los futbolistas ingresaran solo pensando en el partido.
Al rato tenía conmigo a Rubén Suñé y a Roberto Perfumo, que ya estaba vestido con la camiseta número 2 y el brazalete. Luego del sorteo, el Mariscal, desde la puerta, me dice: ‘Suerte que dirige usted, porque deja jugar y eso es mejor para nosotros, que queremos ejecutar rápido las infracciones’. Le pregunté a Suñé y me respondió que no tenían problemas. Lo insólito fue que Boca, y por medio de su capitán, iba a terminar ganando el partido por esa jugada que pidieron sus rivales”.
Mastrángelo también tiene su versión de la histórica jugada: “Cuando Ithurralde sanciona la falta, nos llamó la atención que Suñé agarrara la pelota, ya que él no era el encargado de los tiros libres. Varios lo empujamos, algo que el Chapa debe haber sentido como una señal de aliento, pero en realidad lo hacíamos para que no pateara, porque no le teníamos confianza”, rememora entre risas.
Esa picardía quedó para siempre en el recuerdo del hincha. Y fue también algo muy especial para Suñé, que había tenido que marcharse de Boca unos años antes (primero a Huracán y luego a Unión), en medio de una polémica con los dirigentes. Se había ido como marcador lateral, pero regresó como volante central, con todo el panorama y la personalidad de hombre nacido y crecido con el estilo del club.
Los minutos que restaron hasta el epílogo fueron para algunos ataques de River, pero ninguno con peligro para el arco de Gatti.
Cuando Ithurralde decretó el final, llegó el delirio y el desahogo, con esas típicas imágenes de los éxitos xeneizes de aquellos años, con el presidente Armando dando la vuelta olímpica, con el técnico Lorenzo derrochando su verborragia ante cuanto micrófono se le cruzara y con esos jugadores, que entraron en la historia del club por la puerta grande y se quedaron para siempre.
Ese grupo que con esfuerzo, goles y calidad, dejó pintado para siempre el almanaque de 1976 en azul y oro.