El antiguo refrán que dice que "no hay peor ciego que el que no quiere ver" le caería muy bien al Gobierno nacional cuando hace alusión a la inflación. Por dos motivos: el primero, al insistir en que los porcentajes son menores a los que brindan los organismos privados o lo que la gente advierte cada vez que concurre a hacer las compras; en segundo término, porque continúa asegurando que es el sector privado el culpable de lo que está ocurriendo y no admite que surge esencialmente del incremento constante de la emisión para cubrir el cada vez más abultado gasto público.
En ese marco, mientras los funcionarios mantienen tercamente su posición, las economías regionales continúan sufriendo las consecuencias, en razón de que los aumentos constantes en los insumos y los salarios les hacen perder competitividad en los mercados internacionales, tal cual sucede con nuestra principal industria, la vitivinícola.
Como es su costumbre, el oficialismo afirma que todos quienes reclaman o advierten sobre la situación económica tienen objetivos destituyentes o están jugando electoralmente para debilitar al Gobierno. Pero lo serio del caso es que desde el exterior también están señalando que la inflación es la principal culpable de la caída de las exportaciones, como sucedió con una reciente nota del periódico especializado en negocios y economía The Wall Street Journal, que aseguró que el vino ha sido más golpeado que otros productos, ya que la cosecha de uva requiere mano de obra intensiva. Destaca en ese marco que los costos de los productores han subido al menos 100 por ciento en los últimos cuatro años.
Los vinos más afectados son los que se mueven en la franja de los 9 a los 12 dólares, destacando que hubo una caída del 14 por ciento en la salida al exterior. Señala entonces que las bodegas chicas, las que cuentan con menor espalda financiera, han optado por la exportación a granel para ser fraccionado por las distribuidoras internacionales, razón por la cual el valor agregado, el que aporta mayor cantidad de fuentes de trabajo de manera directa e indirecta, queda fuera de la Argentina.
El planteo es coincidente con lo que se señala en el país, como por ejemplo durante un reciente congreso en el que se celebró el "Día de la Exportación". Se indicó que las salidas al exterior de los productos argentinos podrían caer este año un 10 por ciento respecto del año pasado, en contraste con una media mundial que crecerá 4,6 por ciento y regional que subirá un 5,1 por ciento. Aseguran que en su afán por mantener el superávit, el Gobierno se concentra en la importación y descuida las exportaciones, situación que da como resultado una mayor concentración en pocos rubros (la denomina sojización), desaceleración del crecimiento de los sectores no tradicionales y pérdida de inserción de los sectores industriales.
"Lo paradójico de toda la situación es que el mundo demanda, y lo seguirá haciendo aún más en los próximos años, lo que nosotros producimos, que son alimentos", dice, destacando que los granos, carnes y lácteos aumentarán su demanda entre un 40 y un 120 por ciento, al igual que en caso de los metales y los biocombustibles.
Los gobiernos provinciales deben, de una buena vez, plantear la situación con la seriedad y celeridad que el caso exige ante sus pares nacionales.
Ser complaciente con las decisiones de la Nación, en muchos de los casos por temor a las represalias, ha dejado en evidencia que las economías regionales -en nuestro caso la vitivinicultura- han resultado seriamente afectadas, con el consiguiente peligro de pérdida de puestos de trabajo, como están comenzando a advertir los sectores industriales.
