A lo largo de nuestra historia como nación hemos sostenido a la incoherencia como política de Estado, sin embargo nunca estuvo tan presente como en los últimos quince años.
Los argentinos llegamos al extremo de naturalizar contradicciones e ignorarlas de tal forma que parecen no existir. Esta suerte de amnesia colectiva permitió a muchos llevar exitosas carreras políticas, mientras que en países normales ya llevarían años tras las rejas. Pues aquí, la Justicia parece actuar correctamente sólo en aquellos casos que generan indignación popular. Dentro de este cambalache patético, hallamos a políticos que se acusaron de corrupción mutuamente pero terminaron conformando fórmulas electorales en conjunto y ganando elecciones.
Para esto último no existe grieta, sin embargo se observan con mayor facilidad los llamados “progres”, que de progresismo tienen sólo el mote. Constituyen una raza política que sermonea permanentemente sobre derechos humanos e igualdad, mientras admira a dictaduras como la cubana o a personajes como al Che Guevara. La incoherencia brota a través de todos sus discursos.
Es sumamente sencillo demostrar que en Cuba se vulneran hace más de medio siglo derechos a diestra y siniestra. Generaciones enteras de cubanos llevan sus existencias a la sombra de un cuerpo de militares privilegiados que viven en la opulencia, mientras los condenan a condiciones inhumanas. Pero para “nuestres progres” mientras repudian -con toda justicia- la última dictadura argentina los Castro constituyen un verdadero ejemplo.
Uno de sus ídolos máximos es el Che y los malabares que realizan para mostrarlo como un ser democráticamente potable son extremos. Guevara no sólo disfrutaba de asesinar a sus víctimas- como confesó por ejemplo en una carta a su padre-, además les robada aun estando moribundas. El mismo lo señaló en febrero de 1957 cuando relató la ejecución del campesino Eutimio Guerra: “Sus compañeros no querían pasarlo por las armas, pero acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola 32 con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj, amarrado con una cadena al cinturón. Entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’ Eso hice, y sus pertenencias pasaron a mi poder”.
Además, tanto el Che como Fidel fueron declarados homofóbicos. En palabras del extinto Casto: “Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario, un verdadero comunista. Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”.
Abandonando el Caribe y colocando la lupa sobre nuestros próceres, “el progre” posee una interesante manera de medirlos. Tildan a Domingo Faustino Sarmiento de asesino basados en una frase desafortunada que escribió en confidencia a Bartolomé Mitre, algo así como si en un futuro nos juzgaran por el texto de un WhatsApp. Mientras tanto, Juan Manuel de Rosas que llevó a cabo innumerables crímenes -incluyendo ejecuciones de niños y de la famosa Camila, embarazada de ocho meses- es considerado un ejemplo a seguir y su retrato engalana los despachos de aquellos “progres” que alcanzaron el poder.