Estamos atravesando una época de incertidumbre en el país. Bueno, al parecer, desde que somos país estamos atravesando una época de incertidumbre, por lo tanto no la estamos atravesando: la estamos sufriendo desde hace decenas de años.
Uno quiere a su país, es el lugar donde nos tocó nacer y todo lo que lo constituye tiene que ver con nosotros. Sentimos a la argentinidad con intensidad y creo que, en el fondo, nos gusta mucho ser argentinos.
Pero ser argentino es ser “crisista”: vivimos en estado de crisis y no es fácil encontrar en los almanaques pasados, períodos en los cuales los argentinos se han sentido bien.
Y no lo podemos entender. No podemos entender cómo, en un país que tiene de todo y para todo, que produce alimentos para alimentar a varios de otros países, vivamos en estado de postración económica.
La pobreza es un hecho significativo dentro de este panorama. Ser pobre en Argentina es una posibilidad bastante cercana y uno sabe que en cualquier momento, como siga así la situación, le puede ocurrir a uno. Dan ganas de gritar: “¡Socorro, esto se hunde!”.
Y no solamente dan ganas sino que lo hemos gritado. Le hemos gritado “¡socorro!” al Fondo Monetario Internacional, que descargó en nuestras arcas una importantísima suma de dinero (en dólares) y sigue descargando.
Pero la mejoría no se ve, viejo, no se nota, no se la hace tangible en el bolsillo de los millones que diariamente salen a ganarse el día sin saber si lo ganado les va a alcanzar para bancar el día.
El gobierno merece un cero, porque él mismo lo convocó. “Pobreza cero” dijo Macri en algún momento y uno lo escuchó sabiendo que era una entelequia, que no hay país en el mundo que tenga pobreza cero. Hubiera sido mejor que dijera “pobreza mínima”. Entonces la cosa podría haber sido más creíble. Sin embargo la pobreza crece y entonces aquella promesa aparece como una mera expresión de deseos que ni el mismo que la dijo se la cree.
Después dijo “déficit cero” y también es algo poco creíble: el déficit sigue siendo abultado y no encuentran, los encargados de encontrar, una fórmula que haga más gratos los números.
No debe de ser fácil ser presidente de una nación, de una cualquiera. Los asuntos a atender deben de ser numerosísimos y muchos, difíciles de resolver. Pero nuestros gobiernos se empeñan en hacer más difícil lo difícil. Tienen una magnífica puntería para errarle. Entonces si ellos, los que pueden hacer no hacen o hacen mal, a los que estamos lejos de las decisiones solo nos queda soportar.
Alguien, que no sea de acá podría decirnos: “Bueno, si no les va bien con este, cambien por otro”. Pero, ¿dónde están las alternativas?
Estamos a poco de meternos (¿hundirnos?) en el cuarto oscuro varias veces más. Ojalá eso sea una solución, porque hasta ahora ha servido para diferenciar lo negro claro de lo negro oscuro. Para nada más.
Alguna vez Duhalde dijo que la Argentina estaba “condenada al éxito”: pues esa condena debe de estar en manos de la justicia argentina, que es lerda como tortuga con callos plantales, porque el éxito no llega nunca.
Dicen que en el futuro el dinero físico va a desaparecer. En casa ya nos hemos adelantado.