Comienza un nuevo gobierno en la Argentina y se habla de pacto social, de un acuerdo para que todos los que pensamos distinto nos comprometamos en un eje común: poner a la Argentina de pie.
Esta solución, que a primera vista parece ser la más acertada e inteligente, es circunstancial, pero tiene en su base epistémica un fenomenal soporte: colocar a la política como vértice de la superación y realización de nuestros ciudadanos y de nuestra nación.
Tal vez por instinto o por necesidad, se hace ahora lo que hace mucho hacía falta: poner en valor a la política.
Vivimos en tiempos de constantes cambios económicos, sociales y culturales, donde se presentan nuevos paradigmas para alcanzar el desarrollo: planes estratégicos a futuro, políticas de Estado transversales a períodos de gobierno y sociedades cada vez más capacitadas, creativas y resilientes.
Sin embargo, Latinoamérica parece no hallar el camino correcto, y el que no conoce la razón y causa de su realidad y de su fracaso, sigue fracasando en los resultados de su rol en el futuro.
En la Argentina se está por encarar un nuevo camino, pero hay que profundizarlo e ir más allá. Para ello hace falta la profesionalización de la política, porque ésta es el motor que las naciones necesitan para salir del subdesarrollo.
El futuro no será alentador si no se realizan profundos cambios que permitan poner en marcha el más grande proyecto productivo que una nación pueda llegar a enfrentar, y para ello es necesario formar a los dirigentes políticos del futuro, que logren liderar ese cambio con valentía, capacidad y con propuestas y resultados que satisfagan la epistemología del bien común de las ciencias políticas (alimentación, salud, educación, hábitat y trabajo).
Las naciones deben observar los desafíos que se aproximan desde la perspectiva del profesionalismo en todos los órdenes, y así encaminarse hacia el desarrollo de los ciudadanos y de las naciones.
Debemos comenzar por la profesionalización de la política, ya que es la ciencia más importante, desde la epistemología, por ser la encargada de calificar el destino de las sociedades democráticas y a los ciudadanos, hacia el éxito o el fracaso.
Quienes aspiren a ocupar cargos públicos, deberán contar con una formación política profesional comprobable, que se encuentre respaldada por altos valores éticos y morales.
Tal como un maestro debe estar titulado en educación para desarrollar su tarea frente a niños y niñas, un político debería estar titulado en política para ejercer.
Nadie dejaría sus hijos en manos de alguien que no es maestro, que no se ha preparado expresamente para tal fin. Lo mismo ocurre con quienes ejercen la medicina, la seguridad, el derecho. Nadie se dejaría intervenir quirúrgicamente por un abogado, ni dejaría su defensa ante un juicio en manos de un médico.
La nueva política profesional, debe contemplar una adecuada remuneración para sus actores por ser la calidad de sus resultados de su ejercicio, la que garantice la democracia, la felicidad de los ciudadanos y la grandeza de las naciones.
Es tiempo de asumir el desafío y comenzar a trabajar para lograr políticos más preparados para un mundo cada vez más competitivo, donde la brecha entre el desarrollo y el subdesarrollo, sigue siendo muy extensa.
Es tiempo de acortar la brecha, mejorando la solidez y credibilidad de nuestras instituciones y elevando el “bien común” de todos los ciudadanos a lo largo y a lo ancho de América Latina, a través de la formación de “grandes” y “calificados” políticos sobresalientemente formados y remunerados.
Perfil
Presidente de la Confederación Mundial de Educación (COMED)
Presidente de la Federación de Asociaciones Educativas de América Latina y el Caribe (FAELA).
Rector emérito de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).
Asesor General del Grupo Vanguardia Educativa (VANEDUC).