La actividad vitivinícola ha tenido un crecimiento exponencial en los últimos años. De los pocos dólares exportados a principios de la década de los ’90, se pasó a los casi mil millones de dólares en los últimos años, producto de una excelente relación calidad-precio de los caldos y de la inserción en los mercados internacionales que logró la Argentina. Pese a ello, y aún teniendo en cuenta que la caída en el consumo en el mercado interno no ha sido tan amplia -este año puede ser la excepción por la retracción en las compras en general de la gente- la industria suele caer en las acostumbradas crisis cíclicas, motivadas especialmente por la superproducción de uvas, lo que genera paralelamente una caída en los precios de los productos y los problemas para los productores que, en muchos de los casos, no pueden hacer frente ni siquiera a las tareas culturales para el mantenimiento de los viñedos.
Los fenómenos climáticos, como las heladas, las lluvias y el granizo, afectaron seriamente la producción y fue así que nos encontramos con una vendimia que fue la más baja de los últimos 50 años. Al decir de los conocedores del tema, es muy factible que los daños ocasionados tengan una extensión en el tiempo y que el año que viene la cosecha también sea acotada. Pero la realidad y los números determinan que se trata de situaciones excepcionales y que lo normal es que haya superproducción. Sólo a modo de ejemplo podríamos recordar que hasta diciembre del año pasado la discusión se centraba en cómo “sacar” del mercado unos 200 millones de litros sobrantes, que influían sobre el stock y, por consiguiente, sobre los precios.
Años atrás, ante situaciones de superproducción, la propia industria, en conjunto con las provincias, estableció un acuerdo de derivación de un porcentaje de la cosecha a la fabricación de mosto. El resultado en esos primeros años fue interesante en razón de que se logró un equilibrio en los precios y se abrió un mercado de exportación importante. Sin embargo, por tratarse de un commodity, los valores internacionales del producto estuvieron atados a las producciones de otros países vitivinícolas e inclusive a los precios del jugo de manzanas o de peras de China. Aún así, el mercado se mantiene.
Pero mirando hacia el futuro, aparecen en el horizonte otros productos que podrían ampliar la diversificación. Entre ellos: la uva en fresco y las pasas. Mendoza está dando los primeros pasos en ese esquema y actualmente cuenta con casi 850 hectáreas destinadas a la producción de uvas para consumo en fresco. Debe consignarse en este aspecto que el viñedo necesita un tratamiento especial en su conducción para que se adapte a las necesidades de los consumidores, a lo que se suma un cuidado mayor en la cosecha y un tratamiento especial para responder a las exigencias de determinados mercados. Hay problemas también de competitividad, como es el caso del traslado del producto hacia el puerto, por los costos del transporte de cargas en el país y la falta de una necesaria red ferroviaria.
Si bien es cierto que la reconversión responde a decisiones individuales no es menos real que si se le facilitan las condiciones y se implementa una necesaria red de información, la situación puede cambiar. Sólo habría que mirar lo que hace Chile, que se ha convertido en el primer país exportador de uva en fresco en el mundo y que supera anualmente los mil millones de dólares, mientras la Argentina está ubicada en el lugar 14, superada por Perú y Brasil, entre los países sudamericanos.
