La importancia de los símbolos presidenciales

La negativa manifiesta de la señora Presidenta de la Nación, saliente, de entregar los atributos simbólicos del poder al Presidente electo, es un pésimo modo de poner punto final a su mandato. Es de esperar que el capricho no se consume y que se cumplan l

La importancia de los símbolos presidenciales

Para algunas personas, el debate acerca de la entrega de los símbolos del poder del Presidente saliente al Presidente entrante es una mera anécdota en la cual no conviene detenerse porque, dicen, existen temas mucho más importantes de los cuales ocuparse.

En cierto sentido, pero sólo en cierto sentido, esa opinión tiene un grado de verdad porque parece increíble que dentro de un sistema institucional gente grande no pueda ponerse de acuerdo sobre algo tan elemental como es el acto protocolar de despedida y asunción entre dos presidentes.

Pero desde otro punto de vista, la cuestión no deja de tener su importancia y gravedad porque, en el ejercicio del poder político, los símbolos que lo representan no pueden ni deben minimizarse. A través de ellos son muchos los ciudadanos que leen aspectos del accionar que quieren comunicar los gobernantes.

A veces la política es expresada mejor tras la vía de mecanismos indirectos que muestran intenciones que son más fáciles de explicar mediante gestos que palabras.

En este caso nos estamos refiriendo específicamente a un gesto de autoridad, algo muy importante en un país donde hace muy poco tiempo la anarquía reinó y la sociedad clamaba que se fueran todos los políticos. Fueron precisamente los gobiernos kirchneristas los que, mejor o peor, junto con Eduardo Duhalde, reconstituyeron la autoridad política perdida.

Por eso suena como incoherente que sea Cristina Fernández de Kirchner quien quiera parecer fuerte en su partida haciendo aparecer como débil a su sucesor en su asunción. Que es ésa, y no otra, la motivación escondida detrás del entredicho por los símbolos de mando.

Entre personas en uso de una mínima racionalidad es del todo elemental pactar sin dificultad alguna un determinado lugar donde entregar y recibir esos atributos, por lo cual la imposibilidad de lograr ese acuerdo obedece, indudablemente, a un acto intencionado para minimizar la investidura de uno a otro.

Los usos y costumbres de la Argentina determinan que el bastón de mando y demás atributos presidenciales se entreguen en la Casa Rosada, como símbolo de que quien se va confía la llave de tan honroso sitio a quien viene. Si alguna vez se contempla alguna excepción a dicho evento eso debe producirse a través del acuerdo amistoso entre las partes y, de no ser así, es quien llega a la Presidencia quien debe decidir dónde realizará el traspaso y el agasajo frente a tan trascendente hecho institucional.

Por eso sería muy lamentable que en esta oportunidad los símbolos no sean transmitidos de un presidente a otro por el capricho evidente de una de las partes. Sin embargo, la democracia republicana tiene previstos claros remplazos para la eventualidad de un faltante, con lo que más que herir a las instituciones, quien resultará perjudicado con el despropósito es aquél que se niegue a cumplir con sus obligaciones simbólicas, que también son parte sustancial del ejercicio del poder.

En fin, que luego de muchos años de desacuerdos políticos, la posibilidad de un cierre conflictivo de este ciclo no contribuye más que a fortalecer la presunción de que el conflicto se buscó a propósito como una forma un tanto pervertida de ejercer el poder. Esto indica que el nuevo gobierno debería comenzar su gestión desarrollando una actitud en las antípodas reconstruyendo la tolerancia entre los adversarios y haciendo del encuentro y el consenso metas básicas de la acción política, más allá de que muchas veces sea insoslayable el enfrentamiento.

Pero una cosa es asumirlo y otro provocarlo, que precisamente de eso se trata en este lamentable suceso, en este pequeño escandalete por el cual se busca herir simbólicamente la democracia de los argentinos. Ha llegado el momento, pues, de emprender otro camino más serio y más constructivo. Ojalá las nuevas autoridades sepan interpretarlo así.

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