La ficción en la TV
Sin duda, ha sido el año de las series de suspenso violentas sumergidas en mundos paralelos, ya sea adaptadas en otras épocas, en territorios artificiales o en círculos de poderes disfrazados. Estas son las preferidas de Estilo, del año.
Westworld
Inquietante thriller de ciencia ficción, que reelabora el espacio ficcional de la novela de Michael Crichton de 1973, con un refuerzo retorcido y oscuro en manos de Jonathan Nolan y su esposa Lisa Joy.
“Westword” es un parque temático del futuro en el que los clientes personifican estereotipos del Lejano Oeste para interactuar con androides a los que les puede hacer de todo; violarlos, destriparlos, ahorcarlos, impunemente. Pero algo comienza a fallar.
Hay villanos épicos, heroínas trágicas, asesinatos shockeantes, giros totalmente inesperados y una narración densa sobre el tema de la memoria y la inteligencia artificial que no dan respiro. Son diez episodios atrapantes.
Elenco del año: Evan Rachel Wood, Jeffrey Wright, Ed Harris, Thandie Newton, James Marsden y Anthony Hopkins.
Stranger Things
Plagio y tributo al mundo de Spielberg, John Carpenter, Joe Dante y Stephen King y más, en realidad, a todo el paquete de relatos de ciencia ficción de los años ‘80, diseñado con un muy cuidado embalaje, para el consumo de adultos nostalgiosos. Nada nuevo y al mismo tiempo, algo incomprensiblemente atrapante para disfrutar en Netflix.
Están todos los elementos de base: el pueblito, una banda de chicos disfuncionales, un monstruo, un experimento científico clandestino, un villano y una heroína con poderes sobrenaturales.
En esta reelaboración de la Era Reagan se lucen Winona Ryder, como una madre desesperada en búsqueda de su hijo perdido y David Harbour, como un jefe de policía deprimido, pero lo hacen más los chicos: Caleb McLaughlin, Gaten Matarazzo, Finn Wolfhard y Millie Bobby Brown, que con su personaje, "Eleven", se consagra como revelación del año.
The Night Of
Después de una noche de parranda, con sexo y drogas, con una chica que conoció por la calle, Naz (Riz Ahmed), un estudiante paquistaní-estadounidense, se despierta en la casa de ella y la encuentra apuñalada en su cama. No hay manera de que no pueda zafar del asesinato y cuando comienza el juicio, la ficción alcanza niveles superlativos.
Varios temas se desparraman en un guión inteligente de principio a fin: el racismo, el sistema judicial, el ambiente de las cárceles, los prejuicios clasistas y las investigaciones de la policía.
Cine: el año en unos pocos relatos
Una selección que resume un año en el que pudimos ver filmografías de distintos países y con directores que revisionaron géneros tanto dentro como fuera de los dominios de Hollywood.
Se viene notando una inclinación en los grandes estudios de permitirle a un puñado de cineastas de una nueva camada intelectual, tanto adoptados como propios, reversionar la narración y la estética del cine clásico y de género; imprimiéndole ideas que aquel cine no hubiera podido presentar.
En esta línea de realizadores personales, podríamos citar al español Jaume Collet-Serra ("Miedo profundo", "Una noche para sobrevivir", "La casa de cera"), considerado actualmente como un talentoso reconstructor de los moldes típicamente taquilleros.
Ya sabemos que no hay muchos miembros en este club porque se nota que se sigue firme con la línea de producción fast food en este arribo incansable de reinicios, secuelas y precuelas.
De todas maneras, el éxito de la violenta y divertida "Deadpool", llamó la atención a los productores, ya que quebró la monotonía de las reglas de las adaptaciones del comic. Un flash necesario frente a tanto superhéroe políticamente correcto.
A continuación, una selección de filmes, que no tienen que definirse como los mejores del año, sino más bien como puntales de estos nuevos aires de autor y de las agradables mutaciones de los modelos cinematográficos.
Los 8 más odiados
Quentin Tarantino vuelve a reinventar el pasado, ahora situándose unos años después de la Guerra Civil, contando un drama de una conspiración entre caza recompensas del Lejano Oeste, entre las cuatro paredes de una posada, aunque filmado en 70 mm.
Los principios de Tarantino están intactos; diálogos filosos, flashback develadores, violencia explícita, actores de culto, Ennio Morricone y más, y pese al exceso de narcisismo, el último autor independiente de Hollywood consigue un filme sofisticado, repleto de tributos cinéfilos, al que incluso le cabe una revisión histórica de una época marcada por la violencia racista e ideológica. Inolvidable Jennifer Jason Leigh en su papel de Daisy Domergue.
La bruja
De vez en cuando, entre tantas sagas y reinicios, se destaca una historia de género atractiva. El debut cinematográfico de Robert Eggers escaló en lo más alto del miedo este año contando la tragedia de una familia de pioneros religiosos en Estados Unidos, en el año 1630 que, son exiliados de su comunidad.
Este es un relato tocando lo filosófico que plantea la dicotomía entre la herejía observada como espacio anárquico y la religión como una represiva cárcel espiritual.
Uno de los mejores repartos del año: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie y Harvey Scrimsha y un clímax final de antología.
El invierno
La historia de un experimentado capataz despedido del trabajo de toda su vida en una estancia y de su reemplazante más joven (notables Alejandro Sieveking y Cristian Salguero), protagonizan una road movie interna de dos seres humanos despellejados por el paisaje avasallador de la Patagonia.
El debut cinematográfico de Emiliano Torres es una especie de western bellamente fotografiado que se va volviendo abstracto como el blanco de la nieve que envuelve a sus protagonistas.
Cine nacional
En el caso del cine argentino, que este año batió récords de recaudación, se aplaude la tendencia de explorar géneros de los más diversos: comedias costumbristas, biografías, documentales regionales, terror, melodrama y por otro lado, se agradece también la exploración de temas más subterráneos o simplemente aquellas inclinadas a dejarse llevar por el confort de historias más livianas y divertidas para diferentes públicos.
Entre estos estrenos, "Primavera" de Santiago Giralt, sobre las familias disfuncionales posmilenio; el documental del mendocino Tato Moreno, "Arreo", que nos da un viaje al western cordillerano; la íntima y teatral "La luz incidente" de Ariel Rotter y "La noche", de Edgardo Castro, sobre el viaje de personajes al borde del abismo, nos mostraron otros atractivos espacios ficcionales.
Suena raro
Es tan obvio decir que este ha sido un difícil año para la cultura que bastaría con mencionar la cantidad de centros culturales que cerraron sus puertas o acotaron sus actividades. Algunos de los gestores de estos espacios -resistentes- se han organizado para proponer reformas legales, exigir respuestas, revisar ordenanzas e impedir, claro, que el arte se apague.
A pesar de este cuesta arriba, la consigna ha unido a los trabajadores mendocinos del arte como pocas veces antes. Ante la amenaza de desamparo, se nuclean, hacen campañas en redes, salen a la calle. Y quizá eso sea lo más interesante en esta escena: ver a plásticos, músicos, actores y directores que poco se relacionaban, dialogar proponer y enojarse juntos, convergiendo en una misma fuerza.
En cuanto a los shows musicales - como en todo- ha sido un año raro. Primero una extrañeza: vino el actor estadounidense John Malkovich con una propuesta que fusionaba música, literatura y teatro y que tenía el marketinero título de "Una noche con John Malkovich".
Podía suponerse un show oportunista -como ese de Al Pacino en el Colón, que hizo enojar tanto a Norma Aleandro- pero el público local disfrutó ese encuentro entre orquesta y oscuridad literaria en el Independencia.
Con Kusturica fue la decepción. Llegó cansado y con poco humor después de 36 horas de vuelo y no dio entrevistas. Venía directo de Drvengrad, el pueblo cinematográfico donde vive. Ese "pueblo de madera" que fue creado como decorado para el filme "La vida es un milagro" y que él convirtió en un centro habitable donde, de hecho, se fue a vivir.
Como sea, llegó directo al show. Y se hizo esperar bastante. Nos hubiera gustado preguntarle sobre Fidel, sobre ese paralelismo que trazaba cuando el pensador cubano decía “los países de América Latina están balcanizados”.
Sobre el documental que rodó en Uruguay, en el que postula que el presidente Mujica es “Él último héroe” de la política. Y mil cosas más.
Durante la espera en el predio del Le Parc, y enterados de que Emir acababa de celebrar su natalicio, unos niños de la escuela “Risas de mi tierra” se acercaron a pedir micrófono para cantarle el carnavalito del “cumpleaños feliz”.
No hubo forma: la producción de Kusturica y su banda era estricta. Nadie más podía entrar. Sin embargo, al tercer tema de la The No Smoking Orchestra, bajaron a buscar grupos de chicas adolescentes y las hicieron subir al escenario.
Kusta, que preguntó si aquí se hablaba inglés, les hizo hacer tal cantidad de ridículos movimientos que dio vergüenza ajena. Un grupo de jovencitas, pues, corrió en círculos un buen rato a las órdenes de ese juguetón y aparatoso líder de orquesta como en una clase de gimnasia de los ‘80s.
Tratamos de ver en él las cosas que sabíamos: que una vez había construido un barco al que llamó Titanic, que de niño le habían influenciado las películas de Chaplin y la tragedia del trasatlántico.
Que era tímido. Que venía de una tierra desangrada, a la que había logrado narrar en tono de comedia oscura y alevosa farsa. Que en esa música decantaba el “había una vez un país” en clave de corso negro y colorinche a la vez.
El público, bailando, coreaba el estribillo de “Fuck you MTV”, saltaba las canciones de “Gato negro, gato blanco”, soltaba una alegría balcanizada que se sabe similar a la nuestra. Y la banda sonó histriónica y potente. Pero ese no era el punto.
Quizá estamos sensibles, después de tanto femicidio, con la cultura rock que deforma la fiesta. Y también con las banderas que se levantan por conveniencia.