Por Julio Bárbaro Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Momento complejo el que vivimos, el mayor nivel de pensamiento se termina expresando en el espacio de los periodistas. Los partidos, sus funcionarios y militantes suelen repetir supuestas convicciones como lecciones aprendidas de memoria para superar el examen.
Respuestas rápidas, rígidas, sin dudar; uno percibe que también sin pensar demasiado. La rigidez de las respuestas permite imaginar que sus catecismos no soportan la duda. Somos una sociedad donde el equilibrio que toda política necesita entre las ideas y las ambiciones se ha roto hace tiempo, las ambiciones convirtieron a las ideas en meras excusas justificadoras del poder.
Los supuestos, pretendidos o necesarios debates se desarrollan como conjunto de acusaciones, resentimientos y golpes bajos, como si la impotencia de expresar propuestas obligara a imponer la simple idea de que el otro es peor que nosotros. Y esa demencia que nos deja como herencia el kirchnerismo, una enorme estructura de medios oficialistas donde algunos opinadores rentados llegan a ser tan permeables al salario recibido que nos cuentan las delicias oficiales con tanta o mayor fe que los pastores que nos invitan a sus iglesias.
Las filípicas presidenciales no habrán dado herederos políticos pero algunos periodistas están tan fanatizados que podrían estar en condiciones de crear sus propias sectas de seguidores del profeta.
Son pocos los análisis que nos ayudan a entender la coyuntura, las Universidades casi no aportan proyectos a una sociedad necesitada de ideas; los rectores y decanos que ayer basaban su prestigio en su formación y desarrollo de propuestas hoy parecen reducidos al triste papel de administradores.
Tenemos una proliferación de Universidades cuya cantidad es inversamente proporcional al prestigio que generan. Ni las Academias Nacionales se salvan del oportunismo y sostienen una imagen de respeto que tanto necesita la sociedad. Una absurda concepción que aparenta progresismo termina equiparando conductas en la construcción de una pretendida igualdad asentada en la impunidad. El éxito está asimilado al logro económico y el mayor productor de riquezas terminó siendo el Estado.
La dirigencia política que en los setenta arriesgó la vida y hasta encontró la muerte por la vía de las ideologías parece haber reducido sus ambiciones a las ganancias.
Los partidos fueron sustituidos por los personalismos, los disidentes expulsados por los conversos y oportunistas, máximos cultores de los negocios que ofrece el Estado. Las viejas oligarquías eran conservadoras; las nuevas, basadas en el juego y la obra pública, se autoconsideran progresistas sólo por su pasión por destruir las normas vigentes y crear otras nuevas que les sirvan para defender su soñada impunidad y permanencia en el poder.
Nos quedan tres candidatos frente a los cuales vendría bien recordar aquella genial frase de Borges, “no nos une el amor sino el espanto”; pocos se refieren a las virtudes de cada candidato, todos relatan sus preferencias desde donde depositan las cuotas más importantes de sus odios.
Pertenezco al ejército de agobiados por Cristina, fuerza desarrollada con éxito en todos los espacios de clase media pero con dificultades para sobrevivir donde la misma necesidad convierte al Estado en un opresor imprescindible.
El oficialismo ya no puede negar que su vigencia sólo permanece donde se imponen la necesidad y el atraso, casi una manera práctica de develar la razón por la cual en lugar de integrar a los pobres los han ido convirtiendo en simple clientela electoral.
El Pro desarrolló una fuerza de centro derecha donde el respeto a la democracia los ubica en un espacio mucho más avanzado que el autoritarismo vigente. El cuento de la derecha vale en lo económico y recuerda tristes pasados, pero la democracia es hoy una necesidad muy superior a la mentira de un estatismo que dice ser para los necesitados y sólo cubre las necesidades de los funcionarios.
Massa convoca a los sectores populares, mayoritariamente peronistas que siguen creyendo que el estatismo económico sumado al estalinismo político solo da una secuencia agresiva del atraso.
Nadie puede hoy asegurar si esta división de la oposición hace viable el triunfo del gobierno o permite asegurar su derrota.
Scioli no logra salir del encierro al que lo someten los imbéciles que proponen "el candidato es el modelo". El verdadero modelo es el triunfo de la burocracia sobre la sociedad, los beneficiados son ellos, los necesitados tan solo ocupan el lugar de sus víctimas. El radicalismo primero y el peronismo después vinieron para superar la vieja enfermedad del fraude patriótico y el voto cantado. Esta versión retrógrada de la izquierda autoritaria convocada para defender los negocios de una nueva burocracia improductiva nos remite a lo peor del pasado.
La derecha económica ocupó el lugar del retroceso en los tiempos de Menem, la izquierda estalinista decoró este triste capitalismo de Estado, necesitamos que llegue la hora de la cordura. Es el único camino que conduce a la estabilidad, tanto económica como política. Y puede lograr la integración social. Habremos aprendido que el atraso es hermano de los extremos.
Alguno de los candidatos debe comprometerse a que si surge como ganador va a gobernar convocando a los otros dos. Ese simple dato sería el fin del kirchnerismo y de todas las demencias y, definitivamente, el ingreso al futuro. La fractura es el pasado, es simplemente lo que necesitamos superar.