Dejar la responsabilidad del poder suele tener un efecto relajante, catártico. Quien experimenta este tránsito puede permitirse márgenes más amplios de expresión, reflexionar en voz alta, exteriorizar dudas y vacilaciones, decir cosas que le eran vedadas cuando de su discurso dependían asuntos trascendentes, decisiones que tenían consecuencias en la vida de las personas y las sociedades.
En estas circunstancias, el político tiene la posibilidad de mostrar un lado más humano, más íntimo, profundo y vulnerable. Puede enseñar, ayudar a comprender. También denunciar, hacer conciencia. Es otro tipo de la comunicación política, ya liberada de la implacable Razón de Estado.
No parece ser el caso de la ex presidente Cristina Fernández. Para ella no hay cambio de registro, no hay reflexividad, no hay profundización. Su discurso es idéntico a cuando estaba en el poder. El 1 de febrero de 2015, en un acto de reinauguración de trenes de la línea Mitre sostuvo: “El tema de las malas expectativas es absolutamente contraproducente contra (sic) los intereses del pueblo. Yo le pido a la gente que primero mire su vida, en su situación, y luego mire los diarios”.
El hecho de que aquella idea haya vuelto a aparecer en su reciente discurso en la Universidad Nacional Arturo Jauretche revela una convicción profunda de Cristina, algo que la define y con lo que se identifica, un modo de concebir la política. Ya no son malas expectativas: son realidades que operan como confirmación de su propio vaticinio: “Es la pregunta que le voy a hacer a todos y cada uno de los argentinos por el resto de mi vida: ¿cómo estabas antes y cómo estás ahora? Esto hay que remarcarlo. Después no importa cómo votaste, no importa dónde estás. Lo importante es que cada argentino reflexione en su casa, en su trabajo, en su laboratorio, en su empresa, en su sindicato, en su fábrica. ¿Cómo estaba hasta el 10 de diciembre y cómo está ahora? Sinceramente, desprovisto y despojado de prejuicios, de resentimientos, de odios que le inculcaron y que no sirven absolutamente para nada, porque el resentimiento, el odio no paga la cuenta del supermercado ni te paga la factura de la luz y del gas. Ésa la tenés que seguir pagando vos, pienses como pienses, votes a quien hayas votado, y seas del partido que seas”.
Cabe preguntarse, como primera reflexión, si es consciente de que hace casi un año ya que dejó el gobierno (algo que justificaría una terapia que le permita hacer el duelo por la pérdida) y a continuación, si su modo de comunicación como presidente se ajustó alguna vez a las graves responsabilidades que asumiera como tal. Cristina siempre comunicó como si estuviera en la oposición, es decir, ignorando, al menos en el plano comunicativo, la centralidad y la gravedad del poder.
Pero lo importante aquí es que la ex presidente postula un criterio de interpretación de la realidad social argentina. ¿En qué consiste? En observar cuál es el nivel de consumo y/o bienestar individual, con exclusión expresa de cualquier otro factor. El criterio para evaluar el estado de una sociedad es el estado de satisfacción individual. ¿Acaso se trata realmente de una perspectiva política? ¿Cuáles serían los criterios o parámetros para adquirir esa perspectiva? Brevemente:
Sustentabilidad. Pensemos en un padre que dilapida la fortuna familiar dando todo tipo de gustos y complacencias a sus hijos. Estos, al llegar a la edad adulta, comprueban que esa fortuna, bien usada, podría haber mejorado sustancialmente la vida que les espera. El padre, ofendido ante tal demanda, los acusa de ingratos y de olvidarse de que nunca les faltó nada.
Intersubjetividad. Cristina hace una pregunta sin esperar respuesta, porque la juzga evidente. Es lo que se llama una pregunta retórica. Lo cierto es que las respuestas con las que se encontraría serían muy variadas: desde quienes hicieron inmensas fortunas en estos años hasta quien estuvo quizá mejor que ahora pero nunca estuvo bien. Pero además se olvida de su idea (¿será suya?) de que “la Patria es el otro”. En el análisis que propone, el otro no cuenta para nada.
Contexto. Imaginemos que un gobierno que se prodiga en beneficios a su pueblo es sucedido por otro que tiene que afrontar una agresión externa, una crisis global, una época de escasez o desastres naturales. ¿Será mejor gobierno el primero que el segundo? ¿Y qué tal si el primer gobierno cooperó activamente con el estado de debilidad en el que se encuentra el segundo para afrontar esas calamidades?
Cristina expresa la negación más radical de una perspectiva política, del compromiso con lo común. Apela directa y explícitamente a la mezquindad individual. Adoptar otros criterios, para ella, es hacer caso a los diarios, alimentarse de prejuicios, de resentimientos, de odios inculcados. ¿Paternalismo? Sin dudas: Cristina trata a los argentinos como niños. No quiere que piensen más allá de sus intereses, que para eso está ella.
Pero el problema no es sólo Cristina. Tradicionalmente el peronismo ha jugado la estrategia de la satisfacción individual como recurso de movilización electoral y desmovilización social. Es incapaz de generar adhesión si no es a partir de beneficios individuales: le es completamente ajena la idea del sacrificio colectivo en orden al bien común. Bajo sus declamaciones de reivindicación de la política se ocultan tendencias fuertemente antipolíticas.
En ese mismo discurso Cristina explica que la distribución de los ingresos debe ser simultánea a las inversiones. En la década de 1950, desde la Izquierda Nacional, reprocharon al peronismo no permitir, con su política redistributiva, los procesos de acumulación necesarios para la formación de un capitalismo fuerte de Estado y el desarrollo de una industria pesada.
Mientras tanto un auditorio supuestamente crítico, compuesto por profesores y alumnos universitarios, festeja encantado las ocurrencias de la reina sin corona. El problema, en definitiva, no es la cigarra de la fábula que canta, despreocupada y sobradora, mientras el laborioso hormiguero acopia hojas y semillas para el invierno. El problema es que parece cantarle a un pueblo de cigarras.