Nunca había ocurrido que llegara un circo al barrio de Once. También me sorprendió que entrara en el perímetro del baldío de la calle Uriburu. Pero al parecer, los circos se repliegan o expanden según el terreno. Mi padre prometió que me llevaría. Hasta entonces, yo sólo había asistido a las funciones estivales del circo Tihany, en Mar del Plata, a donde viajaba desde Miramar, exclusivamente una noche por cada período vacacional.
¿Pero un circo en el Once? No extrañamente se armó un cierto revuelo. Por entonces la población ortodoxa era extremadamente minoritaria, pero su líder en las sombras, el rebe Mahmon, se tomó varias noches para reflexionar si permitía o no a sus seguidores acudir a la función: ¿era kosher? ¿Maltrataban animales? ¿Y si aparecía una trapecista semidesnuda? ¿Los enanos contaban chistes de mal gusto?
Para el resto de los judíos del barrio no había más conflicto que decidir si era una salida atractiva. El dueño del circo Canopa invitó al rabino Mahmon a comer en el restaurant Sukat David, sobre la calle Tucumán.
Pipo Canopa agasajó a Mahmon con una gran variedad de exquisiteces orientales y, luego de comentar que los judíos y los italianos provenían de las mismas raíces mediterráneas, le garantizó que no habría trapecistas semidesnudas ni animales maltratados. Los payasos, por su parte, practicaban un humor sano.
De hecho, aclaró Pipo Canopa, ambos payasos eran judíos. "Eso no quiere decir nada", replicó Mahmon. "Son payasos para niños", aseguró Canopa, "como Pepino o Firulete". La cena fue un éxito.
El día de la función, las plateas de enfrente eran ocupadas por dos prolijas hileras de judíos ortodoxos; los padres, las madres, y entre seis y cinco hijos por matrimonio. Las trapecistas volaban enfundadas en equipos Dipporto manga larga azul marino. El tragafuego causó sensación. Pero los payasos fueron un fracaso.
Quizás porque les habían advertido que no se pasaran de listos, o porque la audiencia ortodoxa no es dada al humor, su acto transcurrió en un insano silencio. A mí siempre me ha costado reírme en público, ya sean chistes o payasos. El show repuntó con una pareja que bailaba sobre el lomo de un caballo galopando.
El propio Pipo Canopa despidió al público con una versión en organito de Si yo fuera rico, acompañado por un mono. Pero los payasos habían sido humillados. Aunque resultara una queja paradójica para dos payasos, acusaban a Canopa de haberlos puesto en ridículo.
Se declararon en huelga: exigieron cobrar las siguientes diez funciones sin trabajar. Canopa los mandó a donde quiera que vayan los payasos. Estábamos en 1975 y los dos payasos decidieron armar un pequeño comando, el EPA: Ejército de Payasos Armados.
Pero cuando más de treinta años después de aquellos sucesos, ya en el siglo XXI, me reencontré con Benny Kutzer, uno de los dos integrantes del EPA, atenuó la intención, traduciendo la sigla como Ejército de Payasos Argentinos.
-De todos modos- le dije-, ¿Ejército? Eran payasos, y sólo dos.
-¿Y los Montoneros qué eran?- me desafió Benny-. Ahora salió ese libro sobre el secuestro de los Born; cuenta la verdad. Una decena de jóvenes bien posicionados socialmente, que nunca habían trabajado en sus vidas, secuestran a dos hombres que daban trabajo y producían riqueza en el país.
¿Y los del ERP 22 de agosto? ¿Cuántos eran? No muchos más que nosotros. Nos adelantamos a la época; en los 90, un grupo de clowns guerrilleros hubiera hecho roncha. Nos faltó tiempo. El golpe llego demasiado pronto.
Me había encontrado con Benny de casualidad, en un bar irlandés de la zona del Retiro, en el que yo había caído en busca de inspiración, whisky y cerveza, como había visto beber a Joe Devlin, el poeta irlandés -sospechoso- del capítulo de Columbo.
La nariz de Benny estaba hinchada por el alcohol y la edad, roja como la que usó aquella noche. Me había reconocido por mis libros; y en cuanto me reveló su identidad, salté de la silla y le informé que yo había sido parte de la audiencia aquella noche.
-Esa función cambió mi vida- explicó Benny- Lalo y yo intentamos reclutar otros payasos para luchar desde nuestra especificidad, pero la mayoría de la gente de nuestro gremio no quería saber nada de las armas. Finalmente Lalo y yo nos incorporamos a un pequeño grupo guerrillero, no te voy a decir el nombre. Incluso escribieron un libro sobre ese grupo, en una editorial importante y todo. A Lalo lo mataron, nunca supe bien cómo.
-¿Y usted mató a alguien?- me escuché preguntar.
Benny se tomó el whisky de un trago en lugar de responder.
-La vida es la parodia más ridícula que uno pueda imaginar- dijo de improviso- ¿Cómo se puede competir con ese absurdo? ¿Por qué Caín mató a Abel? Porque Dios le concedió una vocación pero no el talento para ejercerla. Los Montoneros, el ERP, nosotros, ¿qué éramos? Payasos que no sabían hacer reír.