La hora de las sinceridades - Por Edgardo R. Moreno

Durante años, la ex presidenta sostuvo que mezquinó el traspaso del bastón de mando por cuestiones de protocolo.

La hora de las sinceridades - Por Edgardo R. Moreno
La hora de las sinceridades - Por Edgardo R. Moreno

Cristina Fernández dice que Mauricio Macri es el caos presente. Macri dice que la economía es indomable por el temor a Cristina, que es el caos futuro. El peronismo federal y sus aliados balconean el desgaste de los vecinos caóticos.

En esos tres polos se concentra el voto del 90 por ciento del electorado argentino. ¿Qué futuro inmediato puede intuir un tenedor externo de activos argentinos?

Ya fue dicho. El riesgo país se llama 2020. Es el horizonte inmediato de pago de los principales vencimientos de deuda. Son compromisos que el país asumió para financiar el ajuste impostergable de una economía que  gastaba por encima de sus ingresos más de siete puntos de su producto.

Un dispendio de primera magnitud, del cual sólo puede salir una sociedad mediante un sólido fortalecimiento de sus políticas cooperativas de largo plazo. El panorama político ofrece una señal en las antípodas.

¿A quién están castigando los mercados? El Gobierno insistió con su tesis: a un eventual regreso de Cristina.

Ese retorno sonó posible a partir de encuestas cuyo efecto político el macrismo subestimó. Como norma, el estilo Marcos Peña parte de un supuesto controvertible: el tiempo siempre juega en favor de su coalición.

Antes de la Semana Santa esos sondeos ya circulaban en Wall Street. Varios días después de su filtración, el politólogo Juan Germano -director de la consultora Isonomía- admitió que hacer ahora una lectura de resultados de segunda vuelta es irreal.

“Honestamente irreal”, acentuó. Los adverbios de sinceridad son el nuevo clima de época.

Un artículo del influyente diario británico Financial Times hizo una lectura distinta a la del Gobierno: la reacción de los mercados involucra también a la gestión de Macri. Menos por el compromiso con un rumbo adecuado para la economía, que por una evaluación pragmática de su capacidad de acción futura. Una ratio de gobernabilidad tan incierta como el escenario electoral al día de hoy. Y un estímulo ineludible para el nervio conservador de los mercados de inversión.

El sismo en los mercados está anticipando una certeza: con su posicionamiento actual, su hija Florencia a salvo en Cuba, y un juzgado en Dolores como garantía de recursividad indefinida para la causa de los cuadernos, Cristina será candidata en junio.

Ha conseguido condiciones de impunidad por sus propios medios, sin recurrir al poder parlamentario de sus adversarios internos en el peronismo.

Un dato central de su diseño estratégico ha sido la indefinición del líder. Cristina emula al Perón del exilio. El que le explicaba a John William Cooke que su modelo de comportamiento para obtener el regreso era el de un pontífice romano: decir lo menos posible es la única garantía para el dogma de la infalibilidad.

El libro publicado por la ex presidenta aspira a eludir el debate de la campaña que obliga a romper el silencio. Habrá un versículo escrito para cada pregunta. No es seguro que logre su objetivo. Su tratado sobre la sinceridad confirma su peor versión.

Durante años, sostuvo que mezquinó el traspaso del bastón por cuestiones de protocolo. Ahora ratifica lo que decían sus adversarios: no le entregó los atributos de mando a Macri  porque implicaba una rendición. Un desatino impropio de cualquier pensamiento democrático. Pero consistente para un país que -según sus palabras- ya le quedaba chico a la dupla entre su esposo fallecido y el cardenal Jorge Bergoglio.

Nada ha dicho el Vaticano del nuevo uso proselitista del Papa. Acaso porque Francisco no tiene hoy los márgenes de antes para aventuras políticas: el papado se asomó recientemente a una diarquía. Con Bergoglio y Ratzinger, discutiendo tesis opuestas nada menos que sobre la pederastia.

La recuperación del habla y la difusión de encuestas favorables le significan a la ex presidenta un cambio sustancial en el escenario electoral. Del retador que pelea desde abajo, a defender la posición del que encabeza la carrera electoral.

La estrategia del retador fue el hallazgo con el que Jaime Durán Barba empujó a Macri hasta la presidencia. La reaparición de Cristina le facilita sus argumentos. Pero ahora Macri está en el gobierno. No con la ayuda de una cotidianeidad pacífica, sino con el timón en medio de turbulencias.

Es lo que le ha desarmado la receta de 2015 al Presidente: su partido unido, su coalición unida y la oposición dividida.

La crisis económica ya había puesto en riesgo de disolución su relación con el radicalismo. El último sacudón de los mercados le impactó en la mesa chica. El propio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña tuvieron que salir a descartar la candidatura alternativa de María Eugenia Vidal.

El plan Vidal es demandado por el círculo rojo con la misma intensidad que reclamaba la alianza de Macri y Massa en 2015. El oficialismo es refractario por instinto a esas insinuaciones.

Declinar en favor de Vidal supondría una enorme licuación del poder de Macri, mucho antes de entregar el mando. Implicaría también arriesgar el piso electoral en la provincia Buenos Aires. Y someter las expectativas de Vidal como candidata a cambios drásticos en el programa económico que no podría instrumentar sin detonar el acuerdo con el FMI.

Sinceramente, dirían sus adversarios, su única opción es apretar los dientes. En marcha forzada hasta la hora de las urnas.

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