Durante una reunión, Roberto Gómez (40) puede ser el más divertido. Sabe chistes y atesora anécdotas que cuenta con gracia. De hecho, Roberto es un hombre divertido todo el tiempo. Excepto cuando se calza su traje negro, su camisa blanca y corbata negra y los guantes blancos y se pone al frente del volante de una carroza fúnebre; algo que hace desde hace 20 años.
"Empecé de chico en una florería de acá cerca, pero enseguida me metí de lleno en el mundo funerario", cuenta. Trabaja en la empresa López-Rodríguez del centro de Maipú; y se define como 'auxiliar especializado en temas fúnebres': "Estamos en todas: chofer, atención al cliente, maestranza, furgoneros".
La relación con la muerte le viene desde adolescente: "Desde chico tengo el vínculo. En esa época era casi todo a domicilio; es decir en la casa del fallecido; casi no había salas de velatorio, solo algunas en el centro. Hice de 'capillero', que son los que arman las capillas ardientes en las viviendas particulares. Hoy casi no pasa; o más bien pasa cuando el fallecido es muy mayor y les ha pedido a sus hijos que lo velen en la casa, o bien la gente de campo a los que les queda muy a trasmano venir hasta una sala de velatorio".
Premonición. "Tenía una amiga que siempre me jodía; 'dale, llevame a dar una vuelta en la carroza', me repetía. Lamentablemente, unos diez días después de que me hiciera ese chiste por última vez, me tocó llevarla a mi a su última morada".
El ritual del velorio también ha cambiado con los años. Tres décadas atrás, duraban hasta un día y medio. Eso ya no es usa. "A veces los llevamos desde el lugar del fallecimiento directamente al cementerio, al crematorio o al parque de descanso. En ocasiones pasa que la muerte ocurre después de las siete de la tarde y a esa hora no hay nada abierto, entonces traemos el cuerpo acá, lo dejamos en depósito y se hace el cortejo a la mañana siguiente".
En otras oportunidades, en las que el fallecido no tenía familiares o no era bien querido, Roberto se ha subido a la furgoneta para llevar solo el ataúd al sitio donde lo esperaban.
Dice que sus compañeros apodan "sangre de pato" porque aparentemente nada le afecta.
Ataúdes inquietos
"Con tres compañeros, una noche en uno de los depósitos, vimos, mientras mirábamos televisión, que un cajón de los grandes, de 2,10 metros, que estaba apoyado contra la pared, empezó a girarse solo. Cuando me levanto para apoyarlo de nuevo se cayó contra un matafuegos y se rompió todo.
Cinco años después, estábamos en la oficina y escuchamos un estruendo que venía del depósito donde no había nadie. Cuando fuimos, vimos un cajón que se había caído en el mismo lugar contra el mismo matafuegos. Luego nos fijamos si había sido mal estibado, pero no, estaba todo en orden. Para mí y para los que estuvieron conmigo en esas dos oportunidades, fue un caso paranormal. O una casualidad".
Entre los servicios al contratar a una cochería, aparece la tarea -para algunos chocante- de vestir al cadáver antes de colocarlo en el féretro. Una faena que Roberto se toma con tranquilidad mortuoria.
"Primero les preguntamos la medida; si te dicen 80 kilos seguro que pesa 95. Hay varias medidas de ataúdes y yo, por ejemplo, no entro en uno normal. Hay tres medidas de cajones: estándar, plana y súper medida", cuenta Roberto.
- ¿Usted se ha metido en un cajón?
- Sí -sonríe-, sí me he metido.
"Pero volviendo al tema de la vestimenta del óbito, sí; nosotros nos encargamos de vestirlos. Hay que tener tacto para eso, a veces la gente muy dolida nos dice 'levántele el brazo despacio, por favor'. Así que hay que ser lo más humano posible".
En el caso de vestir cadáveres de niños todo se torna mucho más lúgubre y a veces traumático. Roberto, en su calidad de "sangre de pato", era hasta hace poco el encargado de hacerlo casi siempre "porque todos mis compañeros eran padres y yo no; ellos preferían no manipular a un nene fallecido". Pero Roberto, hace un año y medio fue padre. Y algo cambió a la hora de ponerle ropa a un niño.
"En la jerga, los llamamos 'angelitos'. A mí me resultaba natural hacerlo, pero desde que fui papá, se me genera un sentimiento difícil de describir: pensás que podría ser tu hijo. Lo hago, pero me se aparece el famoso nudo en la garganta".
Niña-anciana
"Cuando es hora de cerrar el ataúd, mucha gente se acerca y cuesta pedirle que se corra para que uno pueda hacer su trabajo. Es otro momento de sensibilidad: cuando los deudos vean la cara del difunto por última vez. Se hace media hora antes de la salida para que podamos sellar, llevar las flores y demás. Una vez yo había visto a una chica joven, de unos 16 años, que se había puesto al lado del ataúd y no se alejaba. La veía de espaldas que se quedaba petrificada junto al cajón. Entonces le toqué el hombro y le dije: 'nena, te tenés que correr por favor'. Cuando se dio vuelta, era una mujer de unos 70 años".
El ritual del cortejo
Al menos cuatro veces por semana, Roberto conduce la carroza con un féretro a sus espaldas. Lidera el cortejo del óbito hacia su último sitio. Hay que ir despacio porque detrás vienen más autos. "El problema es con los semáforos, hay que calcular llegar al rojo", señala. Los choferes deben impedir que esa caravana lenta y triste se divida; "después cuesta mucho armarla de nuevo y tenemos en el cortejo autos que no tienen nada que ver".
Como a veces los traslados son a otras provincias, Gómez ha aprendido de otros rituales mortuorios. De ellos, uno de los que más le llama la atención es el que ocurre en San Juan, según cuenta. "Allá, les quitan los botones de la ropa y a las mujeres les sacan los tacos de los zapatos. Dicen los deudos que si no lo hacen, después los muertos van a penar a las casas".
Pese a llevar 20 años en el rubro, el conductor no tiene en mente abandonar. "Cuando deje de trabajar en esta cochería me voy a buscar trabajo en otra. Me gusta lo que hago; me gusta la tranquilidad. Además, mis pasajeros nunca se quejan".
El conductor está al tanto de que se dedica a algo fuera de lo común: "El otro día nos juntamos con mis compañeros de la primaria después de 28 años. Cuando se enteraron de lo que hacía, no paraban de preguntarme".
Equivocada
Una vez, hace bastante, vino una mujer a la sala y gritaba 'Mi amiga María se murió, mi amiga María se murió...', hasta que se le acercó la misma María y le dijo: 'No, la que murió fue Mirta, mi hermana, te informaron mal'".
Un fantasma en un bosque de ataúdes
En el depósito de féretros, donde Roberto se mueve con la tranquilidad de un fantasma bueno en un bosque de ataúdes, muestra los distintos modelos de esas cajas de madera que están destinados a cobijar para siempre un cuerpo. "Este se llama, cofre presidencial, es igual al de Néstor Kirchner y es de cedro: sale 130 mil pesos; a éste grande que es para personas de más de 120 kilos lo llamanos 'la vaca', al mediano le decimos 'ternero'".
Más tarde se sienta al volante de la carroza Toyota Corolla color blanco (única en el país) y la pone en marcha. En la puerta de la cochería se baja; es hora de sacar el cajón. "Si no hay otra persona que lo haga, es el chofer quien debe agarrar la manija que está a los pies del muerto para introducir el ataúd en la carroza".
Porque tanto recostados en un saco de madera en una sala de velatorios y de la vida, todos saldremos con los pies para adelante.