Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Quizá todo haya empezado con una frase que el escritor Ceferino Reato menciona en su libro acerca de los días en que cayó De la Rúa. Cuenta el autor que un día el senador Ramón Puerta le preguntó a Néstor Kirchner -ya en ejercicio de su presidencia- por qué ahora era de izquierda cuando ambos habían defendido plenamente a Domingo Cavallo. A lo cual Kirchner le contestó con una frase reveladora: “La izquierda te da fueros, Ramón”.
Posiblemente cuando a Néstor se le ocurrió esa idea, haya empezado este agresivo intento K de rever toda la historia argentina (aunque no sólo la historia argentina) a partir de las necesidades de la clase gobernante. Como si el pasado fuera el maná del cual nutrirse para justificar cualquier cosa del presente a partir de su tergiversación permanente.
Pero eso sí, siempre cubierto bajo el aura del “progresismo”, que es el nombre de la izquierda luego de la caída del muro, ya que simbólicamente dicha ideología ofrece culturalmente una garantía de impunidad. Como que no puede ser malo quien la practique según una ficción que se ha impuesto más allá de su evidente nulidad de verdad, ya que no existen ideologías buenas y malas sino prácticas inspiradas en éstas, mejores y peores. Pero lo cierto es que con los mitos es difícil luchar y Kirchner lo comprendió muy bien poniéndolos a su servicio.
Lo mismo un burro que una gran profesora. Un ejemplo claro de ese uso histórico lo dio esta semana la presidenta Cristina Fernández cuando lapidó a un académico acusándolo de "burro" y de don nadie porque se atrevió a disentir con la causa unívoca que la señora de Kirchner atribuye para la llegada del nazismo.
Pero como esa causa está basada en una explicación que en 1919 diera Keynes, ícono del progresismo actual, allí nomás salieron varios historiadores de esa línea a convalidar a la presidenta, cuando ellos sabían muy bien que el debate no era ese: que el académico vituperado por la presidenta lo que decía es que todo fenómeno histórico tiene una multiplicidad de causas, que se pueden jerarquizar pero difícilmente reducir a una sola. Algo que no cabe en la mente de una política ideologizada que sólo tiene un objetivo: la de echarle la culpa a las potencias occidentales de todo el mal que hoy está ocurriendo en el mundo actual y por eso aprovechó para echarle la culpa también del nazismo para validarse históricamente, porque todo se trata de la misma línea histórica, según ella.
Pero, insistimos, lo grave no es ésta o cualquier otra interpretación, sino la monocausalidad en el análisis del pasado histórico impuesta por necesidades políticas del presente. Algo que aparte de nada científico es un burdo maniqueísmo disfrazado de arrogante pretensión intelectualoide y de desprecio pleno hacia quien no piensa como dice el poder que se debe pensar.
Los montokirchneristas contra Perón. Néstor Kirchner en su presidencia se la jugó sin decirlo, porque no lo podía decir directamente, por un intento desperonizador al traer nuevamente a la palestra el debate setentista entre Perón y los montoneros, tomando clara posición por los segundos. Lo que pretendía era volver a poner frente a frente -en un nuevo tiempo y de modo teatralizado- a esos dos adversarios internos del peronismo para construir un nuevo movimiento con cierto basamento histórico debidamente "revisionado" que con el tiempo naciera con él y no con Perón. En esos tiempos, el ya entonces lacayo Aníbal Fernández mandaba a los peronistas a que se metieran la marchita en el c...
La recuperación del camporismo, esos 50 caóticos días de mayo a julio de 1973, como una primavera revolucionaria tal cual había quedado en la mente de cierto progresismo nostálgico, fue la operación histórica con la que Néstor Kirchner buscó refundar el movimiento peronista para transformarlo en kirchnerista desde incluso antes de que él lo condujera. Una desmesura histórica que no obstante fue una formidable construcción de poder en base a un uso políticamente indiscriminado del pasado. No se trataba de un revisionismo histórico sino de un revisionismo político con claras finalidades de poder disfrazadas de ideológicas.
Es sabido que Kirchner fracasó estrepitosamente en su intento de sacarse al peronismo de encima, como hoy le está pasando a su compañera que debe sostener como su candidato presidencial a uno de los peronistas que más desprecia, si no es el que más. Pero la necesidad tiene cara de hereje y la Argentina bien vale una misa peronista.
El fin revolucionario justifica los medios peronistas. En una segunda etapa, las ambiciones fundacionales de Néstor avanzaron un poco más hacia el pasado: ahora retrocedió hacia el peronismo del 46-55 en busca de inspiración. Con meritorio esfuerzo, la periodista Silvia Mercado descubrió que Kirchner se inspiró en el jefe de comunicaciones de Perón, Raúl Apold, para construir un imperio comunicacional estatal que le permitiera neutralizar a la prensa crítica. Pero como Apold era un fascista, Kirchner tuvo la habilidad de rescatarlo desde sus "fueros" de izquierda, insinuando que aquellas cosas repudiables del primer peronismo (que hasta el último Perón, el del 73, había criticado) podrían ser rescatadas históricamente si se las ponía al servicio de una nueva revolución.
El ataque a la prensa, el adoctrinamiento, el culto a la personalidad, el liderazgo carismático, el centralismo cuasi monárquico, la división del país en dos mitades, etc, etc, en sí mismas no son actitudes progresistas, pero si son medios para finalidades transformadoras de “izquierda”, están plenamente justificadas porque se trata de instrumentos necesarios a fin de vencer las resistencias de los que defendiendo la república formal, lo que quieren en el fondo es destituir al gobierno “popular”.
Un argumento conspirativo que el progresismo de corte populista suele comprar por sus atractivos ideológicos, ya que esa idea de imponer la democracia de fondo por sobre la democracia de forma, es una melodía muy pegadiza: el poder centralista y adoctrinador es necesario para atacar al statu quo que en esta nueva etapa -sin militares a la vista- se disfraza de democrático para mantener sus intereses e impedir cualquier reforma por mínima que sea. Porque la democracia de fondo es precisamente eso: obviar o ser desprolijo con las formas a cambio de avanzar con el cambio de fondo. Burda pero efectiva mentira.
Se trataba, entonces, de una operación política sorprendente por lo impensado y porque nadie se la esperaba: querer transformar lo peor del primer peronismo en lo mejor si se lo ponía al servicio del proyecto K, que como era de “izquierda” -vale decir intrínsecamente bueno- se podía permitir ciertas licencias que en manos de un simple burgués constituirían solamente autoritarismo y por ende democracia de bajísima calidad, pero que dentro de los fueros que asumió Kirchner desde el progresismo significarían profundización de la democracia.
Algo así como una especie de dictablanda de los pobres y de los buenos contra la dictadura de los ricos y de los malos. Una ficción orientadora, tal falsa como atractiva, a juzgar por los intelectuales que la compraron y a cambio de ella, toleraron no sólo excesos autoritarios, sino corrupciones de todo tipo por temor a que su denuncia significara “servir a la derecha”.
Se podrá discutir lo que hizo Néstor Kirchner con esta ideologización histórica, pero es difícil negarle su ingenio y la capacidad de sorpresa que produjo en una sociedad que no espera tamañas audacias para poner la historia al servicio de cualquier finalidad, sin escrúpulos de ningún tipo.
El regreso del fraude patriótico. Lástima que ahora, urgidos por necesidades electorales, los progre-kirchneristas aliados al peronista territorial y feudal para no perder las elecciones, han retrocedido un paso más en su manipulación de la historia y ya se encuentran en las puertas del preperonismo, en la década del 30 del siglo XX, justificando el fraude con una lógica escasamente progresista, que es lo que ocurrió precisamente esta semana.
Mientras la presidenta apostaba por “izquierda” a jaquear a quienes no compartían su visión de los orígenes del nazismo, el caudillo-gobernador de Tucumán admitía la existencia de entrega de bolsones de comidas a cambio de votos. Pero lo peor de todo no es esa admisión, sino que el jefe de gabinete de Cristina, el siempre bien predispuesto con el poder, Aníbal Fernández, consideraba que no tenía nada de malo ejercer esas prácticas, porque el pobre recibe el alimento y después en el cuarto oscuro hace lo que quiere, según su peculiar interpretación.
El fuero que Kirchner le pidió a la izquierda para hacer cualquier cosa con la historia, Aníbal Fernández lo usa para validar el fraude y el uso electoral de los pobres como en los peores momentos de la Argentina preperonista. Como que todo se revirtiera, incluso ideológicamente: se comenzó defendiendo una rebelión juvenil setentista contra Perón y elevando al bueno de Cámpora a la categoría de héroe popular, hasta llegar -al final- a una defensa pornográfica del fraude como metodología política electoral. Delicias del uso político de la historia pa’ lo que guste mandar.