Sus mensajes invaden las redes. También los he visto plasmados con tinta en su piel, generalmente acompañados por la imagen de una golondrina o una flor que pierde sus pétalos. Algunos llenan incluso las paredes de sus casas con bellos stickers. Las frases son hermosas y alentadoras. Los diseños que las acompañan también. Pero son vacías e incoherentes por aquello de que "del dicho al hecho hay un gran trecho".
Quienes las utilizan son los "tira postas" de la vida. Falsos gurúes posmodernos que, a mi entender y quizás sin siquiera notarlo, tienen la hipocresía como estandarte y no pueden sostener las verdades que predican ni aplicarlas en su vida.
El lunfardo "posta" proviene del italiano "apposta" que significa "apropiadamente" pero su uso cotidiano remite al término verdad, sobre todo absoluta. Por eso escuchamos: "Este tiene la posta".
Pero si usás la frase "Poder decir adiós es crecer", como lo hizo Gustavo Cerati en su canción "Adiós", lo que demostrás al subirla como un estado en tus redes sociales para que la lea tu ex no es ese crecimiento pregonado sino, en todo caso, tu inmadurez.
Si "soltar" es tan importante ¿por qué elegir llevar la frase tatuada en la piel? Quizás como un perverso recordatorio de que lo que justamente pretendés soltar va a estar por siempre ahí, en ese pedacito del cuerpo que escogiste para releerlo o para que te pregunten y recuerdes eso que, en definitiva, no pretendías soltar.
Si lo único que necesitás es tu bicicleta y la montaña para ser feliz, ¿por qué detenerte en pleno disfrute y tener la necesidad de fotografiar el instante y compartirlo en tus redes? Si a eso le sumás una frase “épica” que roza los textos que bien podrían encontrarse en manuales de autoayuda de bolsillo, sepan disculparme, pero estás cayendo en otra contradicción y en la consecuente hipocresía.
Quizás los precursores en esto fueron los firuletes que solían leerse en los camiones. Esos del tipo "Lo mejor que hizo mi vieja es el pibe que maneja", "No corro, vuelo bajito" o "Si necesitás una mano yo tengo dos". Pero tenían que ver con el folclore y la picardía. No era una "posta" que se ordenaba desde el viejo semirremolque de un camión atiborrado de vacas que emprendían su último viaje.
Cada uno es dueño de postear en sus redes sociales y de predicar en la vida lo que guste, claro está. Pero, basado en mi experiencia, esos "profetas" que imparten instrucciones de vida aún en la más cotidiana de las charlas, que invaden hasta los momentos de angustia o dolor de otros con su prédica barata y que se autoproclaman -insisto- quizás sin notarlo, en modelos de vida son los que más sufren.
Porque llegado el momento del "hecho", desandando el famoso "trecho" desde el "dicho", ni siquiera ellos creen en sus palabras; no pueden sostenerlas con actos y todo termina en un contenido hueco que queda muy bonito en los tatuajes, las redes y hasta en las paredes de un departamento pero no se condice con la realidad. Suelen esconderse detrás de las frases que creó otro pero son inseguros, rencorosos, inmaduros.
Y no hablo aquí del consejo desinteresado de un amigo o un familiar, esos que ayudan a tirar para adelante y que, basados en el cariño, intentan dar un sacudón al que la está pasando mal y recomendarle acciones a seguir.
¿No es más sincero admitir que todos tenemos miedos, incertidumbres, dolores, angustias? ¿Por qué adoptar un aire de superación que, está visto, no se puede sostener? Si uno está tan seguro de lo que es y de su bienestar ¿es necesario imponer esas verdades?
Por eso, y sin ánimo de erigirme en un gurú posmoderno hipócrita, me gustaría dejar una frase, tal vez también trillada pero coherente y contundente del dramaturgo y filósofo alemán Friedrich von Schiller: "Vive y deja vivir". Hasta luego.