Juana nació en Buenos Aires en 1775. Hija del francés Juan Pueyrredón Labrucherie y de Rita Damasia O’Dogan, fue una de las hermanas del patriota Juan Martín Pueyrredón.
A los 15 años, edad promedio en que las mujeres de entonces dejaban la soltería, contrajo matrimonio con Anselmo Sáenz Valiente, un acaudalado comerciante español veinte años mayor. Ni lerda, ni perezosa, la pareja cumplió en muchas ocasiones con la Patria, aumentando generosamente el número de habitantes. Tuvieron en total catorce hijos.
Durante las Invasiones Inglesas los Pueyrredón participaron activamente de la defensa de Buenos Aires. Incluso Feliciano, que había consagrado su vida a la Iglesia. Fueron incentivados y apoyados por su madre. La efervescencia política se manifestó también en Juana, quien mantenía intensas charlas con su hermano Juan Martín. Muy allegada a él, su apoyo al ideario revolucionario fue total. El deseo de libertad se manifestó tempranamente en él y esto lo colocó en la mira de los españoles. Fue por este motivo que -en julio de 1809- Cisneros decidió apresarlo y enviarlo a España.
Fue encerrado en el cuartel del regimiento de Patricios, cuyo jefe era Cornelio Saavedra, criollo revolucionario que actuó como mediador entre el encargado de apresarlo y Juana. Pues, tras conocer la noticia, ésta se precipitó y reclamó por la liberación inmediata de su revolucionario pariente.
No consiguió su cometido pero Nieto, encargado de apresar a Juan Martín, quedó embelesado por su arrogante belleza y su maestría discursiva. Nos cuenta Tomás Guido, testigo adolescente de los hechos, que:
“... Apenas circuló la noticia de hallarse preso Pueyrredón en el cuartel de Patricios su hermana doña Juana Pueyrredón de Sáenz Valiente, matrona de altas prendas, se le presentó a las guardas que le custodiaba, y que con la elocuencia del alma, y con palabra fácil é insinuante, rodeada de oficiales y soldados, increpóles de servir de instrumentos de la tiranía contra un paisano, sin otro crimen que su entusiasmo por la libertad de su patria. ‘Consentiréis -les dijo- que sea sacrificado vuestro compatriota y amigo por la cruel injusticia de un gobernante?
¿Consentiréis que sea expulsado de su país, tal vez para siempre, sin hacerle un cargo, sin oírle y sin juzgarle? ¡No, Patricios! ¡Dejad que huya mi hermano, si no queréis haceros cómplice de una iniquidad que amenguaría vuestra fama! La tropa escuchaba silenciosa éstas y otras razones; los oficiales hablábanse en secreto, fijando la vista llenos de admiración y de respeto en aquella ilustre Argentina. En sus semblantes traslucían fácilmente la impresión del espíritu y su resolución tomada de libertar al prisionero. Dos horas después de esta escena, evadíase el comandante Pueyrredón por una de las ventanas del cuartel, sin ser detenido por ningún centinela. La amistad se encargó enseguida de ofrecerle un refugio. Cúpole al señor horma esta noble misión…”.
Pueyrredón logró fugarse a Brasil, pudiendo regresar una vez que la Revolución era un hecho. La historia le tenía deparado un gran papel como aliado de San Martín al servicio de la Patria. Lamentablemente su hermana no vio brillar aquella estrella. Juana murió en 1812, poco después de parir por última vez.