La primera impresión. La guagua nos deja en la entrada del centro histórico, junto a la Plaza de Armas. La panorámica contiene la silueta de una fortaleza bajo el sol despiadado del trópico y dos coco taxis amarillos estacionados sobre los adoquines. Lo primero que nos asalta es la identidad latina incuestionable, las murallas ennegrecidas, el aire denso y húmedo (¡o la falta de aire!) y los rostros oscuros con el Caribe en la piel, en el alma.
La plaza está tomada casi por completo por una feria de libros donde se multiplica hasta el infinito la cara del Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Fidel y Raúl Castro, con relatos de la revolución. Ediciones en inglés y castellano de “El viejo y el mar”, la última obra de Ernest Hemingway, que escribió en Cuba en 1951 y publicó en 1952. Libros añejos, de tapas raídas, que nunca vimos en Argentina ni en otras librerías del mundo, se ofrecen bajo la sombra de los cocoteros a precios que van de 1 a 25 CUC. Los títulos se repiten y predominan sobre los cancioneros, poesía, recetas y caricaturas, sin portadas brillantes o modernas. Olor a humo de cigarros. Ahí se empieza a saborear algo de la particularidad de esta ciudad que quedó suspendida a mediados del siglo XX, revolución, socialismo y mix capitalista por medio.
Señas particulares. Es imposible juzgarla o entenderla a primera vista. La urbe se desnuda a medida que penetramos sus calles dentro y fuera del circuito turístico. La "isla larga, hermosa y desdichada" (así la llamó Hemingway en "Las verdes colinas de África") agobia un poco, interpela. El paseo por el casco histórico estará signado por los pedidos heredados del Período Especial en los '90 (que sobrevino luego de la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS): "¿No ha traído caramelos, ni jabones, ni champú, amiga?" "¿Tiene lapicera que me regale?" Hablan rápido, desde una distancia prudente. Dicen que no se pueden acercar mucho a menos que sean empleados del sector turístico.
En los escalones de las veredas, hombres viejos de ojos agotados y piel marrón protegida por guayaberas blancas, barbas grises y pocos dientes, con enormes puros entre sus labios o sus dedos arrugados, sonríen para la foto o se ocultan. Si posan, es porque pidieron propina y el turista curioso decidió comprar la postal. Pero la foto cliché es la del auto antiguo, el Chevrolet de los ’50 en peor o mejor estado que circula sin aire acondicionado en el caos de tránsito citadino y que ofrece paseos por pocos dólares.
No hay publicidades en las calles sino paredes blanqueadas de cal con consignas revolucionarias firmadas por Fidel o el Che. En los locales del centro, imágenes ya descoloridas por el sol con mensajes y fotos de bienvenida al Papa Francisco, que acaba de visitarlos. Los almacenes de barrio son grises y precarios, y parecen desabastecidos, pero dicen que ahí encuentran lo necesario para subsistir: pollo, huevos, frijoles, arroz, cigarros y ron. La oferta para los viajeros es otra. En este contexto, me llama la atención la sensación de seguridad con la que se puede atravesar cualquier vecindario. No hay advertencias como en el DF, Buenos Aires, Salvador de Bahía o Bogotá, donde sermonean sobre los pasos que se pueden dar y los que no.
La doble circulación de moneda es otro punto que cuesta entender: hay un peso cubano moneda nacional para los habitantes y otro para nosotros (el CUC) que está casi 1 a 1 con el dólar y el euro. Nosotros hablamos, pagamos y pensamos en CUC y ellos en otros términos, con otro valor que, por supuesto, es mucho menor. En la fila de la CADECA (Casa de Cambio), los locales ofrecerán ayuda para avanzar lugares; en los alojamientos, tentarán a los turistas con clases de salsa; venderán monedas y billetes con la cara del Che (ya fuera de circulación), y se ofrecerán a guiarlos en un tour por la ciudad porque las propinas sirven y mucho.
La isla sin tiempo. La Habana fue fundada en 1519. El progreso pareciera haberse detenido en la década del 50: lo expresan sus calles, las sentencias de la revolución que todavía alientan desde las paredes y carteles de todas partes;, el malecón (que terminó de construirse por esos años) y la arquitectura que viste a La Habana moderna, que también data de esa época. Los dueños de la historia y de todo lo que queremos saber tienen más de sesenta años y pertenecen al bando de los rebeldes o de los disidentes. En uno u otro caso, indagar a fondo no es una tarea simple. Aunque tienen ganas de hablar, hay que llevar criterio propio. Alguna lectura de historia del siglo XX y un paso quizá por el Museo de la Revolución, ayuda a tener la propia visión que es la meta en este bastión antiimperialista. Nos enteramos ahí que los guías no pueden tener más de 35 años, para que no tengan la información con la que puedan comprometerlos los extranjeros preguntones.
La Habana no es el lugar indicado para desesperarse por los mensajes de whatsapp y las redes sociales. Tampoco es cierto que sea imposible conectarse. Hay wifi en los hoteles y en algunos restaurantes, pero el acceso es con tarjetas de ésas que se raspan (U$S 2, duran una hora y se pueden comprar en los alojamientos u oficinas de Cubatel). Nos aquerenciamos con el bar del hotel Inglaterra, en pleno centro, y tomamos la costumbre de pedir un mojito en la vereda para luchar con la conexión precaria y mandar señales de vida a casa. Una mesa para seis -cinco caballeros y yo-, y mi presencia no basta para intimidar a las mujeres que apuran gestos de invitación hacia mis compañeros. Detrás aparecen los músicos, casi siempre tríos con guitarra, güiro y maracas, que repiten con más o menos ganas en una y otra mesa los sones del Buena Vista que todos queremos escuchar. Van cambiando de mesa y de bar y el repertorio es el mismo: Del Alto Cedro voy para Marcané / llego a Cueto y voy para Mayarí. Si adivinan que hay argentinos cerca, arremeten con Hasta Siempre Comandante, que coreamos de memoria agradeciendo el homenaje.
La transición. La Habana es contradictoria. Entre el orgullo, la resignación y atisbos de esperanza, se mueve con soltura. En los jóvenes, sobre todo, la asfixia radica en imposibilidad de progresar, de ver el mundo, de estar conectado con él. La visita de Barack Obama causó efervescencia y creó expectativas de mejoras económicas, aunque no entregarán el territorio, dicen. Entre los turistas, en cambio, el proceso se vive con la urgencia de conocer ahora aquella forma de vida que todavía conserva un sistema social y político único en el planeta, con más de 60 años de aislamiento y resistencia, también con mucha terquedad. Lo cierto es que recorrer la ciudad, hablar con su gente, nutrirse con sus historias y empaparse de los aires caribeños que siempre arrastran tabaco y ron, entre construcciones magníficas y desvencijadas, es una experiencia que ninguna otra ínsula de las Antillas ni del mundo brindará.
Qué hacer
Recorrer las calles a pie, ver las fachadas monumentales, algunas reconstruidas a partir de la declaración de Patrimonio de la Humanidad de UNESCO, otras en decadencia, hablan de la autenticidad de la urbe.
Es un escenario vivo y encantador para viajeros curiosos. La catedral, los bares que circundan su plaza, las huellas coloniales y las de José Martí, luego el Capitolio, la Plaza de Armas y el templete donde se realizó la primera misa en la isla y el fantástico complejo Morro –Cabañas con la ceremonia del Cañonazo de las 9, los clásicos en el corazón habanero. El Museo de la Revolución, un hito para comprender la historia de este pedacito de mundo rebelde.
En el Museo del Ron hay tours para conocer el proceso de elaboración, botellas de todos los tipos y colores y merchandising para los cócteles. Además, venden puros y sus accesorios.
Un tip: el ron, cuantos más años tiene, más aromático y más suave. A partir de la etiqueta Reserva se puede beber solo; los demás son ideales para tragos combinados.
Siempre es mejor comprar los cigarros en negocios del centro. En las calles le ofrecerán cajas enormes de edición limitada y joyas a precios tentadores, pero suelen ser falsos. En la avenida del puerto, en la Feria San José hay todo tipo de puestos donde comprar souvenires típicos de viaje: imanes, camisetas, utensilios de cocina, cuadros, encendedores, artesanías y chucherías.
Tropicana para los que quieren vivir más de un pasado glorioso es el Cabaret fundado en 1939 emplazado en un teatro al aire libre entre palmeras y plantas, bailes de hermosas mujeres, cena y tragos, la oferta.
Los datos
Ocho segundos de ron
Si se me permite disentir con Hemingway, el mejor mojito no es el de la Floridita y mucho menos el de la Bodeguita del Medio (que me pareció más bien un Mc Donald's de cócteles lleno de turistas). El mojito inolvidable lo tomé en el Hostal Los Frailes, a pocos pasos de la plaza San Francisco. Un cubano vestido de monje (con esas sotanas marrones con capucha, que no entiendo cómo toleraba sin morir incendiado) preparó minuciosamente el trago, recitando para mí la receta del éxito: azúcar, hierbabuena y limón, siete u ocho segundos de ron (contando hasta siete mientras caía el chorro dentro del vaso, y luego agregando un chorrito más de yapa), agua con gas y tres gotas de angostura. Aquí cuesta 4 CUC, uno más que en el resto de los hoteles y bares del centro, y dos menos que el de la archi promocionada Bodeguita, pero está a años luz de ambos.
Qué y dónde comer
Los paladares son casas de familias ambientadas como restaurantes, que en los '90 fueron clandestinos y hoy mantienen el espíritu, pero se encuentran en Trip Advisor. En Doña Carmela hay que probar moros con cristianos, yuca hervida, ropa vieja (carne deshilachada condimentada con salsas y aderezos), vaca frita, que llegarán a la mesa en fuentes para compartir, y un jugo de piña fresco o daiquiri.
Dónde dormir
Hay hoteles de cadena como Meliá o Iberostar, el mítico Habana Libre o alquilar un cuarto en una casa de familia que es una experiencia que termina de pintar el cuadro. Yo me quedé en el complejo cultural El Cimarrón, en el Vedado. Llegué un domingo en plena peña con música y almuerzo que se extendió hasta la tarde. Mi cuarto estaba bien, tenía aire acondicionado y frasquitos de amenities de distintos hoteles en la mesa de luz junto a varias ediciones viejas del Granma, que me hicieron sonreír de gratitud.
Precios
El Cimarrón: habitación 30 CUC por noche.
Habana Bus Tour (Hop on, hop off): 5 CUC todo el día.
Plato de vaca frita con arroz y frijoles en el centro: aproximadamente 7 CUC.
Daiquiri en el Floridita: 6 CUC
Paquetes:
En mayo: Varadero, Cayo Santa María y La Habana desde U$S 1.295.
En junio: Varadero y La Habana desde U$S 915.
Más información: Havanatur Cuyo: web@saulsaidel.com
Oficina de Turismo de la Embajada de Cuba.
secretaria@turismodecuba.info
www.turismodecuba.info