La guerra de los dos Fernández

La guerra de los dos Fernández

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Hoy se asistirá al desenlace de la gran guerra que viene librando Cristina Fernández desde hace años para perpetuar su modelo (vale decir a su gente) en el gobierno de la Nación, habiendo intentado crear para ello el poder político y económico más grande que viviera la Argentina en democracia.

Hoy se podrá ver la mayor o menor fortaleza de esa colosal desmesura que se propuso el kirchnerismo de transformarse en el partido único de la Argentina (o cuando menos en el hegemónico), cosa que dejó de ser posible -al menos en el corto plazo- desde la caída en manos opositoras de la provincia de Buenos Aires.

No obstante, los resultados electorales de hoy definirán qué es lo que quedará para el futuro inmediato de la más ambiciosa construcción de poder nacional en décadas. Un proyecto que más que considerarse la suma de tres gestiones presidenciales, lo que se propuso fue devenir en un régimen que estableciera un antes y un después definitivo entre dos países: el previo a ellos y el de ellos. Porque, literalmente, buscaron que fuera de ellos. Llegó, entonces, el momento de develar la incógnita, la de saber cuál es la relación cierta entre relato y realidad.

La primera batalla del final de esta guerra se dio con las PASO, de las que se podría decir fueron una elección que no definió mucho, salvo el mostrar una leve ventaja a favor del oficialismo ya que el kirchnerismo se ubicó a sólo dos puntos de poder ganar en primera vuelta si la opción que salió segunda no conseguía más votos de los que obtuvo en esa interna abierta.

Entre ambos se interpuso una tercera fuerza muy importante, que también era opositora pero a la vez expresaba al peronismo disidente, aquel que no era K. A partir de eso, Macri debería explotar la vertiente opositora del massismo y Scioli la vertiente peronista, porque allí estaban los votos de la victoria para uno o para otro, según quién lograra volcarlos mayoritariamente a su favor.

En esas condiciones de que nada estaba del todo dicho pero había alguna ventaja a favor del oficialismo, comenzó el final de la guerra electoral. Con dos estrategias bien definidas, que en un principio parecían reñidas con el sentido común pero que sin embargo alguna lógica tenían, ya que se inspiraban en querer evitar errores cometidos en elecciones previas a la llegada del kirchnerismo.

Macri desde el principio decidió evitar una construcción similar a la de la Alianza, en la que dos fuerzas muy diferentes -UCR y Frepaso- asumieron en igualdad de condiciones. No, Macri no sólo se negó a ampliar su alianza hasta incluir en ella al peronismo disidente, sino que ni siquiera puso en un nivel de igualdad a los socios con los que se alió. Es como que aceptara adhesiones pero con un único jefe, Macri, y una estructura política por encima del resto, el Pro.

Quizá persuadido de que la vieja Alianza del 99 demostró falta de gobernabilidad, entre otras cosas, por las enormes diferencias conceptuales entre sus integrantes. Ahora lo que se buscó es construir un nuevo partido con adhesiones. Y así como la Capital o la provincia de Buenos Aires serían del Pro, Mendoza o Jujuy lo serían de la UCR, por más que en unos y otros casos tanto el Pro como la UCR estuvieran juntos. Queriendo comunicar que juntos sí, pero amontonados no.

Se trató, claro, de una estrategia riesgosa porque el Pro en vez de juntar a todos los que estaban en contra del gobierno, quiso más bien mostrar al candidato presidencial con ayudas, sí, pero sin ningún compromiso que lo obligara a compartir las decisiones en el caso de una eventual victoria. Ante el riesgo de quedar como poco abierto o sectario, se prefirió insinuar que con Macri y su partido al frente de los demás, se garantizaba la gobernabilidad que la Alianza no exhibió por su mezcla sin debido proceso.

El kirchnerismo, por su lado, definió con claridad su estrategia al día siguiente de las PASO por boca del hijo Máximo: No nos fue todo lo bien que esperábamos por la ambigüedad que mostró Scioli al no haber sido todo lo kirchnerista que debió ser. Acá de lo que se trata es de ganar con más cristinismo no con menos, ordenó el principito. Y desde entonces la orden se cumplió a rajatablas.

El kirchnerismo no quería repetir dos experiencias históricas. La de cuando Angeloz se diferenció de Alfonsín en 1989 y Duhalde de Menem en 1999. Ambos oficialismos perdieron, por lo tanto los K llegaron a la conclusión de que diferenciarse no tenía sentido, porque para eso la gente vota directo a la oposición, que es distinta de por sí. Pero en los cristinos había otra prevención adicional, un poquito más perversa: que no le pase a Cristina lo mismo que ella y su marido le hicieron a Duhalde, o sea, que Scioli la traicione. Por eso en vez de fortalecerlo, luego de las PASO lo que hicieron fue debilitarlo para que llegara condicionado.

Las dos estrategias se enfrentaron con todo en la primera vuelta y si bien la guerra se desarrolló en todo el país, tuvo un escenario territorial mucho más que principal: el de la provincia de Buenos Aires, que cumplió un papel similar al que le correspondió a la ciudad de Stalingrado en la más importante batalla de la Segunda Guerra Mundial.

El kirchnerismo, con Cristina a la cabeza, puso toda la carne en el asador en esa gigantesca provincia. Como estaba seguro de ganar de cualquier forma, ubicó a un candidato impresentable pero que le garantizaba la fidelidad y la estructura que necesitaba para iniciar la resistencia en el improbable caso de que ganara Macri la presidencia. Pero no sólo para eso, pues si aún fuera Scioli el que ganara, desde Buenos Aires lo tendrían controlado y acotado.

Se arriesgaron a esa audacia de postular al payasesco del Aníbal porque los cristinistas jamás se imaginaron que podría perder la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, y contra casi todos los pronósticos (porque se requería un corte de boleta impensado), perdieron rotundamente su batalla de Stalingrado. Es que, aunque muchos se lo advirtieron, se olvidaron de otra experiencia previa: la de 1983, cuando otra figura aterradora como Aníbal, Herminio Iglesias, le hizo perder la provincia al PJ.

Lo cierto fue que haber puesto como postulante a la gobernación al peor candidato posible se vio como una provocación que ni siquiera muchos simpatizantes del oficialismo toleraron y le votaron en contra. Con Aníbal se pasó un límite de subestimación al pueblo. Pero lo peor es que el kirchnerismo quedó recontrapegado a esa derrota, lo que se verificó cuando en un acto de inconmensurable desprecio las huestes camporistas dejaron solo a Scioli la noche de la primera vuelta y se fueron a festejar el supuesto triunfo de Aníbal Fernández. Quedó claro que lo que Cristina quería comunicarle a la sociedad es que su hombre era el Aníbal y no el Daniel. Así le fue.

Sin embargo, pese a esta catástrofe imaginada por muy pocos, el kirchnerismo decidió seguir siendo coherente con su eterno modo de ser y entonces encaró el balotaje reforzando al máximo la misma estrategia, aunque con un cambio de actores: la primera vuelta la protagonizaron Aníbal Fernández con su candidatura y Cristina Fernández con sus cadenas, opacando a Scioli, que quedó como un actor de reparto, pero la segunda vuelta decidieron dejársela solita a Scioli.

¿Para que Scioli se pudiera presentar como más Scioli que nunca? No, exactamente para lo contrario, para que Scioli se mimetizara definitivamente con Cristina, como el Zelig de Woody Allen.

Y Daniel cumplió, como lo hizo siempre, con el papel que le ordenaron cumplir. Por eso adoptó como nunca antes el discurso confrontativo de Cristina, convirtiéndose en el ultrakirchnerista que jamás fue.

Y ahora, con esa conversión de su maleable candidato es que Cristina se prepara para afrontar su día D, la última gran batalla de la guerra electoral.

Para ganar en su ley o para morir con las botas puestas. Porque si gana Scioli la que habrá ganado será Cristina, quien siempre hizo lo que quiso con Daniel y Daniel siempre obedeció, aunque ninguno de los suyos acordara con este esquema de sumisión. Y si gana Macri habrá perdido Cristina porque ella ordenó la estrategia de convertir a Scioli en su clon discursivo en vez de abrirlo a públicos más amplios.

En fin, así como un Fernández dirigido por una Fernández perdieron su batalla de Stalingrado, habrá que ver si la Fernández que quedó en pie triunfa en su día D, o si se impone el triunfo de los aliados.

Esta noche lo sabremos.

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