Extraña coincidencia: cuando el Gobierno asumía que el coronavirus no iba a perdonar a la Argentina como había creído hasta pocos días antes, se cumplían 12 años de la resolución 125, la decisión del gobierno de Cristina Kirchner que puede considerarse el detonante que abrió la grieta que desde entonces divide a los argentinos. Pero aquello que la soja dividió pareció unirse ahora, aunque sea momentáneamente, por la amenaza que tiene al mundo paralizado.
Hace doce años, aquella pelea por las retenciones enfrentó a los argentinos y desde entonces nunca nada volvió a ser lo mismo. Desaparecieron la convivencia, la posibilidad de acuerdos entre los que pensaban distinto y hasta la armonía familiar.
Hubo un sector que respaldó al campo y otro al Gobierno. La mayoría de los de uno y otro lado nunca habían visto esos campos que defendían o atacaban más que desde la ventanilla de un micro o un auto en la ruta. La mayoría tampoco podía distinguir una planta de soja de una de maní. Pero allí estábamos, peleando y argumentando como si supiéramos, dominados por el dogma y los prejuicios.
Claramente, esa era una división subyacente, que explotó por esa causa, como podría haberlo hecho por cualquier otra. Al fin de cuentas, en Argentina siempre hubo grietas, sociales, políticas, económicas y hasta deportivas, que se disimularon más o menos de acuerdo a las circunstancias.
Pero desde 2008 nunca más logramos consensuar un objetivo común como país, aunque escarbando en los argumentos de barricada las coincidencias aparecieran. Ahora, eso parece haber cambiado.
El miedo puede (y tapa) todo
Todas las diferencias parecieron quedar de lado hace unos días, cuando el fantasma del coronavirus empezó a corporizarse. La oposición dio su total apoyo al Presidente y este lo agradeció. Hubo reuniones, fotos, palabras de respaldo y discursos sacados de otro país. De pronto, Alberto Fernández parecía estar cumpliendo aquella promesa de que venía a terminar con la grieta, aunque no haya sido él sino el miedo mayúsculo de todos lo que nos volvió a unir.
En circunstancias menos apremiantes, cada decisión, cada medida, hubiera sido motivo de crítica de la oposición. Así como el actual oficialismo supo cuestionar todo cuando le tocó estar fuera del poder, aun cuando coincidiera.
Tal vez, es cierto, esta “unión transitoria de argentinos” hubiera sido mucho más difícil si Cristina Kirchner o Mauricio Macri estuvieran en la Casa Rosada. Difícilmente ella hubiera convocado a la oposición, difícilmente él escuchara en serio. Sus imágenes desgastadas y exageradamente reactivas sólo hubieran generado más odio.
De hecho, si no fuera porque el miedo supera las diferencias, algunos errores del ministro de Salud, Ginés González García, habrían sido remarcados una y otra vez en los últimos días.
Hace exactamente dos meses, aseguró que “no había ninguna posibilidad” de que el virus originado en China llegara a la Argentina. Ahora, avisa que serán decenas de miles los infectados.
Al parecer, ni él, ni sus asesores ni funcionarios tuvieron en cuenta la interconexión aérea récord y el desbordado movimiento turístico mundial como agentes propagadores.
Hay otra noticia que, de no ser por este nuevo clima de “gran susto nacional”, nunca hubiera pasado tan desapercibida como pasó en tiempos de grieta expuesta: el regreso de Florencia Kirchner al país, luego de más de un año de estadía en Cuba. Punto para su madre, que en esta decisión volvió a demostrar su agudeza política. Al fin de cuentas, la cuarentena obligada tapó todo y va a seguir haciéndolo.
Futuro sombrío y más incertidumbre
Nada indica que en diez días el país volverá a la normalidad. Habrá más contagiados y más muertos. ¿Cómo retornar entonces a la actividad, educativa y laboral, si la situación es peor que cuando se decidió parar todo?
De hecho, ayer el Gobierno empezó a dar una señal que resulta obvia después del efecto parcial que tuvo la cuarentena: desde el 1 de abril, seguramente habrá más restricciones, incluso el “estado de sitio”, como anticipó la ministra de Seguridad nacional, Sabina Frederic.
Muchos argentinos no han comprendido aún que el aislamiento obligatorio implica quedarse en casa y salir excepcionalmente. Muchos jubilados, que son el grupo de mayor riesgo, por ejemplo, siguen saliendo a diario a hacer las compras a los negocios del barrio, como si nada pasara.
Quizás por eso, para asustar un poco más a los que desobedecen, el propio Ginés González García salió a hablar de los 250 mil infectados que podrían sumarse hasta junio, según un informe elaborado por su ministerio.
Ese no es el peor escenario planteado en base a modelos matemáticos, pero sí hay dos más optimistas, que son a los que apuesta al Gobierno luego de haber tomado medidas tempranas que otros países demoraron o incluso aún no aplican. La propia Italia recién el viernes cerró los parques.
Ahora bien, después de aquel pronóstico fallido la duda es a qué Ginés creerle. Pero de lo que no hay dudas, si como dicen en el Gobierno lo peor llegará a fines de abril o principios de mayo, es que las restricciones continuarán mucho tiempo más.
El gran desafío, cuando pase lo peor en cuatro, seis o diez meses, será mantener la unidad lograda, porque el daño que dejará en la débil economía argentina el coronavirus requerirá de mucho acuerdo y nada de grieta ni soberbia.