Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
El poder simbólico del encuentro entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo el jueves pasado en Mónaco, durante la fiesta de la UEFA, tuvo todos los condimentos para situar a ese momento entre los más fundamentales del fútbol contemporáneo. Lejos de asemejarse a un hecho sobreactuado, el apretón de manos entre Leo y CR7 marcó una tendencia: los dos futbolistas que dominan la década están lejos de querer cerrar su respectivo ciclo exitoso en el tiempo presente. Es más, el argentino se ubicó en la primera fila de los invitados a sabiendas de que el portugués iba a recibir el premio al mejor jugador en las ligas europeas de la temporada pasada. Un gesto de caballerosidad deportiva, quizá, pero también la confirmación de que la supuesta pelea entre sendos cracks es más imaginaria en el inconsciente colectivo futbolístico que real.
Se cae de maduro que el astro de Real Madrid recibirá el próximo Balón de Oro en la gala FIFA de diciembre. Así, la contienda entre dos de los mejores futbolistas de todos los tiempos quedará igualada cinco a cinco a partir del inicio de 2018. El resto de los jugadores de nivel premium continuará aplaudiendo de compromiso y en tono protocolar. La suerte ya está echada desde que el portugués se consagrara ganador de la anterior edición de la Champions League 2016/2017. Igual sucedió el año anterior, máxime cuando la estrella lusa se había adjudicado la doble corona: Eurocopa 2016 y Liga de Campeones de Europa 2015/2016. La última chance del astro de FC Barcelona se había esfumado con la caída blaugrana en las semifinales ante Juventus y también en la fallida definición de la Copa América Centenario en Estados Unidos.
Previsor, Neymar cambió la Ciudad Condal por la Ciudad Luz. No sólo fue una mudanza desde Barcelona hacia Paris, si no que el hoy atacante del PSG comenzó a preparar el terreno para ser el heredero de la puja entre su ex compañero en Barça y el máximo referente merengue. Al brasileño le falta un contendiente de jerarquía cercana para cuando le llegue el momento de alzar el máximo trofeo anual para un futbolista. Aún deben consolidarse el ascendente Paulo Dybala -hat trick para la Juve el sábado- y los surgentes Kylian Mbappé y Ousmane Dembélé. Otro compatriota, Philippe Coutinho, apunta a ser más un complemento del juego de Ney que un candidato a destronarlo en la ceremonia top de la FIFA. Le queda al surgido en Santos FC - el mismo origen de Pelé - una carta decisiva bajo la manga: levantar la Copa del Mundo en Russia 2018 y como capitán de una verde amarela que hoy día es la gran candidata a quedarse con el próximo Mundial.
Los cracks se saludan en la previa de un amistoso entre Portugal y Argentina en 2011. (Archivo)
Cristiano y Leo pondrán mucho en juego de sí mismos para la gran cita ecuménica por venir el año entrante. Si se calcula con que los dos selecciones que integran lograrán la clasificación en las respectivas eliminatorias, no debe haber programa más atractivo para el mundo que verlos enfrentados en una instancia definitoria desde octavos de final en adelante. Sólo la definición del certamen podría superar tal nivel de atracción a escala planetaria, siempre y cuando no la jugasen argentinos y portugueses enfrentados. Nunca se encontraron antes en un mano a mano durante las tres competiciones mundialistas en la Selección Mayor que disputaron: Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. Tampoco lo hicieron en el Mundial Sub 20 que les tocó (Holanda 2005) o en los juegos olímpicos de Atenas 2004 y Beijing 2008. Hasta por motivos generacionales, la cita en suelo ruso toma connotaciones históricas, ya que seguramente sea la última de los dos en plenitud. Ya en Qatar 2022, el de Funchal da Madeira tendrá 37 años y el rosarino cumplirá los 35 en plena competencia. Quizás, el campeonato en territorio emiratí sea el de la despedida de las dos leyendas vivientes del fútbol en copas mundiales.
Entre los astros de todos los tiempos, sólo Pelé y Diego Maradona consiguieron consagrarse campeones del mundo a nivel de seleccionados mayores. O Rei lo celebró en Suecia 1958, Chile 1962 - a pesar de las lesiones que lo dejaron con pocos minutos de juego - y en México 1970. El Diez lo hizo en México 1986, quizá la Copa del Mundo con mayor influencia de un jugador como nave insignia del vencedor. Otros extraordinarios futbolistas como Alfredo Di Stéfano y Johan Cruyff nunca pudieron alzar el máximo trofeo. Un caso similar al de Cristiano y Messi, multipremiados en cuanta competencia hubiera pero huérfanos de victorias épicas en las máximas contiendas planetarias. Al menos, CR7 pudo celebrar el título europeo de selecciones en 2016, el mismo año en el que Messi sufrió su decepción más profunda con la albiceleste tras la derrota por penales ante Chile en Nueva Jersey.
Sendas estrellas volverán a encontrarse en octubre cuando la FIFA organice el encuentro The Best y luego cerrarán el año en la esperada premiación del mejor jugador del mundo. Todos los pronósticos acompañan a Cristiano y parece no haber discusión alguna sobre los merecimientos que le cabe. Messi sabrá reconocerlo con la hidalguía y el espíritu deportivo que han acompañado su también brillante carrera. Demos las gracias por ser contemporáneos de dos futbolistas excepcionales. Y podremos esperanzarnos - también - con que luego del empate en cinco Balones de Oro haya una oportunidad única para desnivelar la balanza en Rusia. El fútbol, así, habrá dado otro salto cualitativo en su historia. Otro, pero no el último: Leo y CR7 seguirán fabricando sorpresa allí donde les toque estar.