El apotegma central de la filosofía política con la que el señor Alfredo Cornejo gobierna, y que siempre suele repetir como consejo a los suyos, afirma que cuando se conduce un Estado es vital saber decir que no, porque quien -para, supuestamente, comprar gobernabilidad- dice siempre que sí, a la postre pierde todo.
Para ejemplificar su idea suele aludir a la figura de su antecesor, Francisco “Paco” Pérez que siempre le dijo que sí a los sindicatos, a los intendentes de su partido y a la presidenta de la Nación. Y la paz transitoria que compró con esos sí, la pagó con pérdida de respeto, ya que al final por haber cedido en lo que no debía ceder, en vez de ser retribuido por lo que dio, casi le explota la provincia encima. Y los mismos a los que favoreció fueron los primeros en borrarse de toda responsabilidad y echarle la culpa exclusivamente al pobre Paco, que no podía creer tanta ingratitud.
Por eso desde el primer día de su gestión, Cornejo no sólo dijo una y otra vez que no, sino que además con ello se sintió bien. Porque tuvo la habilidad de decirles no a los que quería decirles no y decirles sí a los que quería decirles sí.
La pelea con los sindicatos fue la quintaesencia de ese modo de hacer política. Sabía que por sus negativas, en la coyuntural lo volverían loco por los conflictos, pero que a la vez contaba con el apoyo implícito de gran parte de la población. Lo mismo hizo con la oposición, a la que no le dejó pasar casi ninguna. Y a veces hasta con el gobierno nacional para demostrar que no era presionable por el centralismo aunque fuera de su mismo color. Ni siquiera a los suyos locales los complació enteramente.
El “no” cornejista lo llenó de satisfacciones. No es que dijera siempre que no, porque entonces sería sólo un gruñón, lo hacía cuando debía hacerlo. Como un arte político que él sentía manejar como nadie porque casi siempre, por no decir siempre, le salía bien.
El reino de las maravillas: el no, además de que le gustaba decirlo, le daba, a la larga, grandes réditos políticos.
Hoy Cornejo, en el año final de su gestión, sigue siendo el mismo pero algo muy profundo ha cambiado en la realidad. Ahora, como antes, estará obligado más de una vez a seguir diciendo que no. Pero esta vez -como nunca antes- no le gustará para nada hacerlo. Para nada en absoluto.
El primer gran desafío es inminente. Y el otro no le va a la saga. Debe, antes que nada, optar por desdoblar o no las elecciones provinciales de las nacionales. Y luego tiene que elegir el candidato a gobernador que desea lo suceda.
Ocurre que en ambos casos Cornejo está dudando como pocas lo hizo. No es que no tenga sus simpatías, sabe con bastante claridad cuál es la decisión que le gustaría tomar en cada caso, pero no sabe tan bien cuál es la que le conviene. Y además, en este par de ocasiones, no le gustaría decirle que no a ninguna de las dos partes. Por eso se ha puesto a escuchar gente como pocas veces lo suele hacer este dirigente enamorado del hacer político pero poco propenso al decir o hablar político.
Aunque la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, se haya equivocado con la unificación de las elecciones (y eso es lo que en su interior piensa Cornejo), María Eugenia Vidal, teniendo la posibilidad de cortarse sola y reelegirse en un santiamén, decidió en un acto de heroísmo jugarse la vida junto a Mauricio Macri que mide mucho menos que ella y que la puede arrastrar hacia abajo. Sin embargo predominó el proyecto conjunto. O ganamos todos, o lo demás no importa nada.
Pero aunque ello para Cornejo sea un error y eso lo tiente a desdoblar (junto a la presión extrema, colosal, gigantesca de todos sus intendentes), no tiene el menor deseo de quedar como quien busca salvarse solo. Sobre todo ante el cada vez más explícito pedido de Macri, Vidal, Rodríguez Larreta, Michetti y casi todo el Pro nacional de que los acompañe en la patriada.
Lo mismo le pasa con el delfín que quiere que le suceda. Posiblemente tenga su corazoncito puesto en uno más que en otro, pero ha ilusionado por igual tanto al ministro Martín Kerchner como al intendente Rodolfo Suárez, tanto que ambos ya se han comprado el traje de asunción. Pero uno será y el otro no. De acuerdo a evaluaciones más objetivas que subjetivas que sólo Cornejo conoce enteramente.
En ambos casos el decirle no a uno de los dos le dolerá enormemente. Y no lo gozará
en absoluto. Quisiera no tener la necesidad de expresarlo.
Pero además de sus razones de conciencia ante quienes no quisiera decirles que no, hay algo más que también ha cambiado para Cornejo: esta vez su negativa no será algo que al principio le reportará problemas, pero luego le traerá beneficios, como fue haberse peleado con sindicatos, opositores o haberle puesto límites al centralismo en bien de los intereses provinciales o en tanto presidente de una UCR aliada, pero no sumisa.
Ahora, decidirse por un lado o por el otro le producirá heridas a corto y largo plazo, tanto en un caso como en otro. Por ejemplo, los intendentes se sentirán dolidos si los expone a perder con Macri en la misma boleta y fecha, pero Macri y compañía se sentirán aún más dolidos si los deja solos en la patriada del todo o nada y busca salvarse solo.
Si hasta ahora el temple político firme de Cornejo y sus calculados “no” le trajeron beneficios, ahora deberá ver el costo que elige pagar. Porque alguno deberá ser. Por más gente que escuche, deberá decidir solo. Lo que decida demostrará su verdadera estatura política. Esta quizá sea la primera vez que Cornejo no quisiera estar en su pellejo.