“Los precios son más o menos iguales en todos lados. Aquí puede haber rebajas, pero compro acá porque sé que me llevo verduras y frutas frescas y cuidadas”, comenta Silvia Ríos, una vecina de Tunuyán, mientras sale de la pequeña feria cargada con bolsas de choclos, manzanas y miel casera.
Frente a los problemas que hoy enfrentan los pequeños y medianos agricultores para ubicar su producción y la escalada de precios que padecen -a su vez- los consumidores, las ferias regionales parecen haber resurgido.
Al menos, este es el clima que se respira -todos los miércoles- en el pequeño terreno ubicado en España e Hipólito Yrigoyen de la ciudad de Tunuyán. Los sábados, la feria franca se traslada a la calle Lavalle, cerca de un supermercado.
Los vendedores ya conocen a sus clientes, “aunque siempre se suman nuevos”, asegura doña Teresa. Saben de sus gustos, de sus tiempos para cocinar, anotan sus pedidos (aceite de oliva, miel casera, panificados caseros, granola, etc.) y hasta los invitan a sus fincas y huertas para que se interioricen sobre cómo están tratados los productos que van a comprar.
“Prefiero venir acá porque es fruta fresca y sin tantos químicos. Una comida más natural, viste?”, acota Paula Sampere con una sonrisa. Desde el stand, doña Julia García -uno de los pilares de esta movida- retruca que la gente los elige por la atención personalizada y porque “nosotros cuidamos la salud del cliente”.
Esta feria nació hace ocho años en Tunuyán, pero en el último tiempo ha crecido en popularidad. Los productores que comenzaron con la iniciativa, de la mano del INTA, ya han creado una asociación, donde se reúnen cada 15 días para crecer en el servicio.
“Ya somos como una gran familia”, cuenta Julia mientras ofrece un mate a los clientes, “pero siempre estamos abiertos a recibir nuevos vendedores, sólo tienen que acercarse por acá”.
Acomodados en cajones o prolijamente expuestos sobre mesones, los productos que se ofrecen constituyen un menú muy diverso. Desde fiambres, manzanilla, cereales, huevos caseros y pizzas hasta todo tipo de frutas y hortalizas.
“Es una salida laboral y nos permite tener unos pesos semanalmente”, confía Mercedes Bustos, quien también vende productos de panificación “a los conocidos” en su casa y reconoce que su especialidad son los bizcochitos de zapallo y anís.
Su compañero, Delfor Alderete, quien trabaja la huerta que tienen cerca del puente del río, sostiene que lo positivo de la feria es que no tienen “que venderle nuestra producción a los intermediarios aceptando los precios que ellos quieran, para que después terminen ‘carneando’ los bolsillos de la gente”.
Diversificar y aplicar técnicas de mejora del cultivo son los consejos que reciben de los asesores del INTA. Lo primero les permite sostener un negocio con variedad y durante todo el año; lo segundo apunta a ofrecer calidad y productos lo menos contaminados posible.
“Con la industrialización del alimento se perdió lo esencial: el vínculo con quien lo come. Estas ferias son la contracara de la atención fría de los supermercados. Queremos que la gente tenga una alternativa a la comida transgénica y artificial”, argumenta Jorge Mosca, quien alterna la atención con la interpretación en su guitarra.
Eluney es el emprendimiento que sostiene junto a su familia, donde venden mix de cereales, semillas y frutos secos; además de brotes de lentejas, garbanzos y arvejas.
Aunque van rotando, el promedio de productores tunuyaninos ronda en los 15, mayormente del distrito La Primavera. La mayoría son agricultores de huertas familiares o fincas de pocas hectáreas. Los une el sufrir golpes y desilusiones cuando llega la hora de ubicar su producción.
Un caso que ejemplifica esta lucha es el de Estefanía y Juan, quienes días atrás vendieron toda su producción de hortalizas a un brasileño, que les pagó con un cheque de 100 mil pesos y se llevó la mercadería a su país. Cuando la pareja fue a cobrar su merecida paga, el cheque no tenía fondos.
Un largo camino recorrido
“Productos de nuestra tierra” es el lema de esta feria tunuyanina. Doña Julia cuenta que nació como una iniciativa impulsada desde el INTA, a la que se fueron sumando distintos productores pequeños y medianos de la zona.
Actualmente, funciona los miércoles en un terreno que les brinda en comodato el área de Desarrollo Económico del municipio, que también les ayuda con el mantenimiento del lugar y ahora lo hará para reacondicionar los stands.
Lograr estas mejoras es el desafío que tienen ahora estos microemprendedores. También el programa nacional del Banquito de la Buena Fe les ha ayudado ha encarar nuevas prácticas y proyectos, y sostenerlos en el tiempo.
“Todo el financiamiento que nos puedan dar sirve para mejorar la infraestructura y los insumos para la producción”, apunta Germán Fernández, técnico del INTA que asesora a las familias. “El programa les da capacitación para enfrentar contingencias y optimizar el rendimiento de la tierra. Es una forma de poner en valor el trabajo de nuestra gente”, dice.