La fatigosa vida de un honesto en un barrio complicado

En las barriadas más conflictivas del Gran Mendoza vive gente de bien. De hecho son los más. Pero es difícil la existencia. El caso testigo de una mujer a la que le mataron a su hijo en el Pedro Molina I.

La fatigosa vida de un honesto en un barrio complicado
La fatigosa vida de un honesto en un barrio complicado

Un lugar común al que acude la prensa -y por ende cierta masa crítica- a la hora de limpiar su conciencia es el lema: "No todos (los que viven en barrios bravos) son delincuentes; es más, la mayoría es gente trabajadora".

La idea, que es verídica, es apenas eso: verídica. Pero ni la mayoría de la prensa (incluida este diario), ni la mayoría de ese ente llamado "gente", va mucho más allá de ese tópico.

A la gente trabajadora que vive en los barrios "rojos" no le alcanza con ser "honesta" para pasarla medianamente bien.

Un ejemplo basta de muestra: antes de ayer, un equipo periodístico de este diario llegó a las cinco de la tarde al barrio Pedro Molina I de Guaymallén.

La idea era hacer una nota con la madre de un chico de 18 años que fue asesinado a balazos hace poco menos de un año.

El chico se llamaba Pablo Montenegro. El 20 de julio del año pasado (el Día del Amigo) salió de su casa y fue alcanzado por una bala que, después se supo, había disparado un chico de 14 años que ahora está internado en Buenos Aires.

Ese chico, de apellido Poblete, es parte de una familia muy numerosa en el barrio. "Hay familias muy temidas acá; todos sabemos que con ellos no hay que meterse", aclara Antonio Amaya, amigo de la familia Montenegro.

El joven Pablo Montenegro -que estudiaba y no tenía antecedentes- falleció después de agonizar 29 días en el hospital Central: murió el 19 de agosto de 2013.

Su madre, Roxana Montenegro, es una de las celadoras del colegio que queda en el mismo barrio, la escuela Presidente Illia. Gana 4.700 pesos por mes.

Y desde que le mataron al mayor de sus hijos se convirtió en una madre del dolor. "Voy a todas las manifestaciones que se hacen por pedido de justicia y seguridad", cuenta mientras muestra el estandarte con la cara de su hijo asesinado, el que lleva a todas las marchas.

Ese mismo día, es decir anteayer, a la cinco de la tarde se producía un feroz tiroteo dos calles al sur. "Es una fracción de los Poblete con otro grupo de jóvenes que se tienen bronca.

En esta ocasión hubo un joven herido de 24 años", relató uno de los cinco policías que llegaron en dos móviles para tratar el caso.

En uno de los patrulleros se veía a un hombre de traje: "es el ayudante de fiscal de la Oficina 9, su apellido es Crimi", terminó el policía.

A dos casas de donde ocurrió la balacera, una nena que dice tener 12 años y que se ve hermosamente despierta, dice: "Así no se puede salir a jugar a la calle; mi mamá nos dice que tengamos cuidado", cuenta con demasiada naturalidad.

Y agrega que sabe, "porque mi mamá me enseñó", que no debe delatar a las personas que disparan. "Porque cuando se va la policía van a casa y nos amenazan…".

El barrio Pedro Molina I tiene casi 30 años fue entregado por el IPV. Sus calles son asfaltadas, sus casas de material y cuenta con todos los servicios. "Acá la mayoría de la gente es gente de bien.

El problema son las tres o cuatro banditas que arruinan todo", según la celadora Montenegro que vive en su casa con su hijo de 7 años y sus dos padres muy ancianos.

Para Antonio Amaya, lo que pasa en el barrio "y lo que pasa en todos los barrios de estas características que hay en Mendoza, es la cantidad de chicos muy jóvenes -entre 12 y 17 años- que están como perdidos.

Que no van al colegio y no trabajan; que viven con sus abuelos o tutores y que más temprano que tarde terminan en el delito. Se los ve por las calles del barrio en motos que no son de ellos y en estado de violencia, armados.

Ellos tienen por norma no cometer en delitos en el barrio, pero eso era antes; ahora por la droga, desconocen al vecino, al amigo al que alguna vez lo ayudó, y no tienen piedad".

A la vuelta de la casa de Montenegro está la subcomisaría del Pedro Molina, que cuenta con dos o tres efectivos por turno, que poco pueden hacer por el barrio más que tratar de que la violencia no los desborde. Entre los efectivos, se nota, reina una suerte de resignación.

A la celadora Roxana le queda un hijo con vida; "tiene siete años pero tengo miedo de que cuando crezca equivoque su camino y se junte con gente que no le conviene; no es fácil criar a un chico acá, más si una trabaja todo el día".

Para ella, "y para casi todos por acá", sería una bendición abandonar el barrio. "Acá no se vive tranquilo. Además de todo lo que pasa con las balaceras, tenemos el problema de que los taxis ni las ambulancias entran acá porque estamos considerados un barrio conflictivo.

Si uno va a buscar trabajo tampoco le conviene decir que vive acá, porque lo más probable es que no le den el trabajo...”.

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