La familia Lange unidos en el festejo

Santiago y sus hijos Klaus y Yago se abrazaron tras la Medal Race. La abuela Ana, de 86 años, aguardó en la playa.

La familia Lange unidos en el festejo

A los Juegos de Río llegó comandando un singular grupo de atletas. Él, Santiago, el timonel más experimentado en el equipo argentino de vela, no pierde detalles del trabajo que realizan sus dos hijos y también su sobrino. La familia Lange desembarcó en la Bahía de Guanabara persiguiendo  la gloria: aquel oro esquivo, que desde Londres 1948 representó el gran objetivo de todos los navegantes argentinos.

Los apellidos Homps, Rivademar, Rodriguez y Sieburgeder, en la clase 6 metros, habían dejado una estela de plata en los primeros Juegos Olímpicos celebrados luego de la Gran guerra. Una tradición de navegantes que se acentuó con los podios consecutivos conseguidos desde Atlanta 1996.

Pero esta vez, la campaña es muy diferente para Santiago Lange, que comparte juntos a sus hijos Yago y Klaus este nuevo desafío olímpico. Compitiendo en las clases más veloces que el equipo albiceleste clasificó para dar batalla en aguas de Brasil. Compromiso al que se alió su sobrino, Bautista Saubidet Birkner, en las ágiles tablas de la clase RS:X.

En un podio simbólico

Santiago, que había debutado en los Juegos de Seúl, cargaba con la experiencia que otorgan dos medallas de bronce (de las justas en Atenas y Pekín), timoneando un catamarán de la clase Tornado y que compartió junto a Carlos Mauricio Espínola. Su amigo “Camau”, ganador también de dos preseas de plata en windsurf (clase Mistral), desde ayer será su escolta en un podio simbólico; un pequeño Olimpo iluminado por el “oro”.

Llegar a la Medal Race (carrera por las medallas), competencia en la que participan las diez mejores tripulaciones de la clasificación general y otorga doble puntuación, era el primer paso -durante las jornadas de entrenamiento con Cecilia Carranza- del plan urdido para el ataque a la Zona de las medallas. En sus manos, el arma perfecta era el veloz catamarán de la clase Nacra 17.

La apuesta fue muy alta para este ingeniero naval (graduado en Southampton) que recientemente venció un cáncer y cuyo hobby, impartido por sus padres con largas tardes de paseo, se transformó en una pasión. En un culto que lo llevó también a conquistar entre otros títulos el Mundial de la clase Snipe y el Campeonato Vendimia, organizado por el Yacht Club Mendoza, en El Carrizal, en la década del 70.

Está claro que su amor por la vela es una herencia que les ha transmitido a sus hijos, que viajaron por los siete mares para verlo competir.

Yago aún conserva el recuerdo de la visita a su padre en Atlanta 1996. Un hecho que lo marcaría y que hoy es parte de su presente.

Santiago ayer, tras cruzar la meta, recibió a sus dos hijos en el velero para un festejo que dio paso a la emoción. Mientras tanto, en la costa, Ana su mamá, de 86 años, esperaba por Santiago. La familia comulgó una vez más.

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