La (falsa) nueva moral de los jóvenes - Por Mariano Giménez

La (falsa) nueva moral de  los jóvenes - Por Mariano Giménez
La (falsa) nueva moral de los jóvenes - Por Mariano Giménez

Ha alcanzado notable celebridad popular la idea de que los jóvenes contemporáneos están dotados de un nuevo paradigma, superior y repleto de virtudes, que les permite juzgar y mirar al sistema social, político y económico por encima del hombro con una nata sabiduría. Yo mismo, que tengo 24 años, soy joven, y niego rotundamente este postulado ciego.

Según los teóricos de la juventud excelsa, los jóvenes, ahora bendecidos por la brillantez de una nueva y muy superior moral, ya no están dispuestos -como presuntamente sí lo estuvieron las generaciones precedentes- a tolerar las injusticias o los desequilibrios del sistema de nuestros días.

Por tanto, tocados por la clarividencia, los jóvenes están facultados a arremeter contra el orden público que consideran arbitrario o injusto, y a destruir las estructuras y el sistema imperfecto de la sociedad, con el objetivo de remplazar el viejo orden por uno nuevo, del que -curiosamente- no se conocen detalles sino apenas algunos esbozos contradictorios.

Es la práctica de esta absurda visión de la vida la que, en parte, ha protagonizado los estallidos de violencia y devastación acontecidos en Chile, Ecuador, Cataluña y otras partes del mundo.

Cierto tufillo a benevolencia se siente cuando alguien reconoce en los jóvenes la autoría de estas ruinas.

Por más nobles que sean los ideales que dicen sostener los jóvenes vándalos, ninguna utopía autoriza a la destrucción del orden, la ley o las instituciones, y tampoco a su consentimiento. Cualquier orden democrático debe ser respetado y modificado, si ése es el objetivo, por vías institucionales y legales.

También debemos recordar que el sistema contra el que embisten o contra el que despotrican mayormente los jóvenes es, en primer lugar, aquél que ha permitido que existan los bienes a los que todos aspiramos. La destrucción de ese orden, que -dicho sea de paso- es mejor que la anarquía, no llevará a un paraíso celestial sino al infierno del caos que, seguramente, es más injusto que el sistema anterior.

Mi generación no aprendió en la niñez que los beneficios de los que disfrutamos fueron construidos con mucho esfuerzo por otros en el pasado y que, con el mismo trabajo, deben mantenerse. Algunos, entonces, piensan que esos premios laboriosos son derechos sin obligaciones y que cualquier problema debe ser solucionado no mediante la labor individual sino a través de la queja, la rebelión o el capricho, para que la divina providencia lo arregle.

Entonces suponen que si los límites son demasiado pesados, imponen trabas o piden esfuerzos a la utopía, entonces hay que destruirlos sin retraso si se alcanza un grupo suficiente de detractores del orden. No importa que sean las leyes que mantienen nuestras calles civilizadas, las instituciones que -muy perfectibles, eso sí- dan estructura a nuestras vidas, o las leyes matemáticas del universo de las que no podemos escapar.

También debe ser notado que la presunta superioridad moral o intelectual que se endilga a los jóvenes contemporáneos tampoco es tal. No hay nada que nos permita suponer que la nueva generación es más excelsa que las anteriores; en el mejor de los casos, es exactamente igual.

La altura moral o la brillantez intelectual no están dadas por la edad sino por el esfuerzo particular de cada uno. Hay jóvenes admirables como los hay octogenarios de la misma condición. Los jóvenes usamos mejor las pantallas táctiles; los adultos probablemente saben usar mejor los tornos mecánicos. La suerte ha querido que cada uno nazca en etapas de mayor o menor desarrollo tecnológico. ¿Y eso qué?

Es más, no es tan evidente la excepcionalidad de la juventud si se considera que una buena parte de los jóvenes es incapaz, por ejemplo, de escribir sin escandalosos errores de ortografía o -y esto según la DGE- un segmento sustancial de los estudiantes muestra graves inconvenientes para comprender un texto.

No está de más recordar a quienes atentan contra el orden o son “antisistema” y apuestan por la revenida revolución popular, que los mejores cambios se logran a través de la razón y el esfuerzo individual, y que, si de injusticias se trata, no hay nada tan injusto como sacrificar, por una utopía futurista, las vidas de las personas que viven hoy.

Mariano Giménez - Estudiante - DNI 38.580.182

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