Sanary Sur Mer, Francia. Ya no les escupen a los repartidores de volantes del Frente Nacional. Las oficinas centrales de su candidato local se ubican en un barrio musulmán donde se están crispando los nervios. Y la semana pasada, Marine Le Pen, la dirigente del partido, consiguió que miles abarrotaran el salón de actos del ayuntamiento cercano, donde pronunció un mordaz discurso, imitando “al sistema” y prometía la victoria esta primavera, en las elecciones presidenciales francesas.
“Ha habido una verdadera evolución”, dijo Philippe Renault-Guillemet, ya retirado, exjefe de una pequeña empresa manufacturera, mientras repartía volantes del Frente Nacional en el mercado, un día reciente. “Hace unos años, nos habrían insultado. Ha cambiado”.
Hace tiempo que se ha aceptado que Le Pen y su partido de extrema derecha pueden pasar a la segunda ronda en la votación presidencial del 23 de abril, cuando cuatro otros candidatos y ella estarán en las boletas electorales, pero que nunca capturará a la mayoría necesaria para ganar en la segunda vuelta, en mayo.
Sin embargo, una visita al bastión del Frente Nacional en el sureste sugiere que Le Pen podría estar logrando expandir su atractivo al grado en el que una victoria es más plausible, aun si las posibilidades todavía están en contra suya.
Todavía falta un mes y los signos son ambiguos. Muchos electores, en particular los acaudalados, en los mercados de esta población y más al norte, por la costa, traicionan un disgusto tradicional por el partido de extrema derecha. No obstante, otros, a los que despreció un partido enraizado en las tradiciones políticas más oscuras de Francia -el antisemitismo, la xenofobia y una inclinación por el puño- lo están considerando.
“He dicho varias veces que lo haría, pero nunca había tenido el valor”, comentó Christian Pignol, un vendedor de plantas y vegetales en el mercado Bandol, sobre votar por el Frente Nacional. “Esta vez podría ser la buena”.
“El miedo a lo desconocido”, continuó, mientras varios compañeros vendedores asentían con la cabeza. “A la gente le gustaría intentarlo, pero tiene miedo. Pero a la mejor es la solución. Hemos probado todo durante 30, 40 años. Nos gustaría probar, pero también tenemos miedo”.
La política francesa es particularmente inestable en esta temporada electoral. Hay agitación en los tradicionales centros del poder, los socialistas gobernantes y los republicanos de centro derecha. El principal rival de Le Pen, Emmanuel Macron, es un político joven e inexperto, que contiende a la cabeza de un partido nuevo.
Esas incertidumbres -y un molesto sentido de que los partidos de la corriente dominante han fallado al ofrecer soluciones contra la anemia económica de Francia- han dejado al Frente Nacional mejor posicionado que en cualquier otro momento en sus 45 años de historia.
Sin embargo, si quiere ganar en el ámbito nacional, al partido le tiene que ir mucho mejor que, incluso, el apoyo de 49 por ciento en este conservador departamento de Var, de donde son originarios los tres alcaldes del Frente Nacional, obtenido en las elecciones de 2015. Más críticamente, debe convertir las otrora hostiles zonas del país a favor de Le Pen y atraer nuevos tipos de electores: profesionales y de las clases alta y media. Los analistas políticos son escépticos.
Frédéric Boccaletti, el dirigente del partido en Var, sabe exactamente lo que se necesita hacer. La semana pasada, sus compañeros militantes del Frente Nacional y él se reunieron en una sesión nocturna de planeación en La Seyne-Sur-Mer, un puerto de clase trabajadora, devastado por el cierre de los astilleros navales de siglos de antigüedad hace ya casi 20 años. Boccaletti, quien está postulado para el Parlamento, conserva sus oficinas en la localidad.
“Les digo, tienes que ir a los barrios difíciles; no es lo que piensan”, les dijo, riendo con picardía. “Nuestro trabajo tiene que estar en las zonas que más se han opuesto a nosotros”, refiriéndose a las más acaudaladas en la costa.
Le Pen y su partido todavía muestran poco reparo por haber utilizado las estrategias del Frente Nacional comprobadas que atizaron los temores raciales. Una pared en la oficinita del partido está adornada con un cartel de una mano derribando una estrella y una media luna, un símbolo del Islam, con el lema: “Aquí, estamos en Francia”. En otro aparece una musulmana con velo, con la leyenda: “No al islamismo”.
Cuando la radiante Le Pen se trepa al escenario en sus mitines, los acordes amenazadores abren paso a estridentes estallidos triunfales.
En mitines más complejos, los lanzadores de la llama eléctrica wagneriana rematan dramáticamente sus promesas de cierre de “renovar los vínculos de solidaridad nacional”.
En Saint-Raphael, fueron las arremetidas de Le Pen en contra de “la inmigración masiva” y su supuesta relación con el desempleo generalizado en Francia lo que generó los gritos más fuertes. “¡Este es nuestro país!”, gritó la multitud.
“Mandará de regreso a los inmigrantes”, dijo Jean Simon, un asistente canoso, obrero de la construcción, de Niza. “Hay demasiado desempleo”.
Le Pen se encuentra en una posición insólita de parecer ganadora y perdedora al mismo tiempo. Es ganadora porque en cada encuesta de opinión se pronostica que ganará en primer lugar en la primera ronda. Ese día habrá cuatro importantes candidatos compitiendo con ella, dos de izquierda, uno de centro y uno de derecha. Ninguno solo puede vencerla.
Sin embargo, es perdedora porque esas mismas encuestas dicen que la derrotarán, por amplio margen, en la segunda vuelta, el 7 de mayo, sea quien sea el oponente. “No creo que la elegirán presidenta”, dijo Joel Gombin de la Universidad Julio Verne de Picardy, uno de los destacados expertos franceses en el Frente. “Pero ya no es imposible”.